lunes 25, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El caso de Anna Chapman

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Su arresto y proceso recordó a muchos que la Guerra Fría no era cosa del pasado

Su nombre era, en verdad, Anna, y su apellido Chapman tampoco resultaba falso: tenía derecho a usarlo, a causa de su matrimonio con un inglés. Es lo particular del espionaje en el mundo real: poco se oculta aunque sí mucho se disimula.

Para Anna Vasíliev Kushchyenko -tal era su nombre de nacimiento-, espiar le venía de familia: su padre era alto funcionario de la KGB bajo cobertura diplomática en la embajada soviética en Nairobi y luego en el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso.

Ella, por su parte, entró en la parte más riesgosa del negocio: era una agente “non-official cover” (NOC), término usado para definir a los agentes que llevan adelante operaciones encubiertas en zonas inseguras o enemigas sin cobertura de ningún tipo, lo que hace su trabajo más peligroso.

Apodada “la Mata Hari rusa”, obtuvo un título en economía en la Universidad de Moscú y se había casado en 2002 con Alex Chapman, un psicólogo inglés con quien vivió en Londres. De él obtuvo la nacionalidad británica para luego de separarse en 2006 y dejar el país e instalarse en Estados Unidos. Es por eso que algunas fuentes la calificaban como un “gorrión rojo”, nombre vulgar dado a los espías rusos destinado a obtener secretos por la vía de la seducción, tomada de la película del mismo nombre que protagonizaron Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Charlotte Rampling, Mary-Louise Parker y Jeremy Irons en 2018, basada en la novela homónima de Jason Matthews, ex jefe de operaciones de la CIA, escrita cinco años antes.

Su empleador era por demás exigente: después de la disolución del KGB en 1991, la Federación Rusa dividió sus actividades de inteligencia en dos áreas, a imitación de los países de occidente: el Servicio de Inteligencia Exterior o SVR, donde se hallaba Anna, pasó a encargarse del espionaje exterior, en tanto el Servicio Federal de Seguridad, más conocido por las siglas FSB, pasó a ocuparse de las actividades de contrainteligencia, seguridad interna y de fronteras, medidas antiterroristas y vigilancia doméstica.

Fruto de la fusión, en 1991, del Primer Alto Directorio del KGB y el Servicio Central de Inteligencia de la URSS, el SVR tiene su sede central en el distrito de Yásenevo, al suroeste de Moscú, y agentes e informantes a lo largo del mundo. Depende directamente del presidente de Rusia y, en opinión de expertos, no tiene nada que envidiar en efectividad y métodos a la KGB, siendo considerada tanto o incluso más implacable en sus operaciones que el antiguo servicio de espías soviético.

Tras caer en una trampa del FBI, en 2010, Anna fue detenida junto a otros colegas y, bajo la carátula de “United States vs Anna Chapman, No. 10 Cr. 598 (S.D.N.Y. 8 July 2010)”, el tribunal federal para el sur de Nueva York tramitó su proceso por espionaje.

Claro que, a diferencia de lo que ocurre con los servicios de inteligencia de otros países, el SVR mantiene en alto uno de los principios de su antecesor, la mítica (y no por las mejores razones) KGB: nunca se olvida de uno de los suyos, como tampoco nunca olvida a un traidor.

Es por eso mismo que Anna, junto a los otros nueve colegas detenidos el 27 de junio de 2010, justo tres días antes de la reunión en la Casa Blanca del presidente ruso con su par de Estados Unidos (nada es casualidad en el mundo del espionaje) fueron canjeados en Viena 12 días después por cuatro topos occidentales en los servicios rusos. Fue el mayor intercambio de espías desde la Guerra Fría al presente.

Después de volar a Moscú, los diez agentes fueron, poco tiempo después, el 19 de octubre de 2010, condecorados en el Kremlin con toda solemnidad por el presidente ruso Dmitri Medvedev, a puertas cerradas y lejos de toda cámara, tal como ocurre en dichas ceremonias respecto de los agentes de inteligencia. De hecho, fue la portavoz de la presidencia rusa, Natalia Timakova, la que dio la noticia, sin dar nombre alguno: “Agentes de la inteligencia rusa, incluidos los oficiales que sirvieron en EEUU y regresaron a Rusia en julio, recibieron la máxima condecoración del Estado”. Por supuesto, la información fue difundida por varias agencias noticiosas pero ningún canal de televisión ruso ofreció imagen alguna del evento.

En tanto, el Home Office británico -equivalente a nuestro Ministerio del Interior- le quitaba la ciudadanía británica a Anna, ésta se convertía en un fenómeno mediático con cientos de miles de seguidores en las redes e iniciaba carrera en diversas ocupaciones que iban del modelaje a las actividades empresariales. Incluso, apareciendo en sensuales fotografías vistiendo lencería y pistola en mano, al estilo James Bond, en la portada de la edición rusa de la revista Maxim. “Romperá su silencio para hablar sobre los hombres con los que flirteó y sus planes de futuro”, decía el título de la publicación.

En la nota, la revista incluso afirmó que “Anna Chapman ha contribuido a exaltar el patriotismo en Rusia más que la selección rusa de fútbol”. Algo que muchos en el Kremlin compartían. No muy buena como espía, era inmejorable para las relaciones públicas.

Ocho años después de dicho intercambio en Viena, en marzo de 2018, rompiendo una de las reglas de oro del mundo de las sombras, que impide tomar acciones respecto de alguien que ha sido liberado, en tanto Anna disfrutaba de unas vacaciones en Tailandia y subía a su   Instagram, por entonces de 118.000 seguidores, una foto en bikini, otro de los intercambiados en Viena, el exespía ruso Sergei Skripal, de 66 años, topo de inteligencia británico MI6, era ingresado en Inglaterra junto a su hija a un hospital por haber sido envenenado al cenar en un restaurante de Salisbury.

Lo dicho: nada es casual en el mundo de los secretos. El espíritu del KGB está lejos de haber quedado en la historia.

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