Corre el año de 1913. El ya expresidente norteamericano Theodore Roosevelt decide realizar un viaje por los países sudamericanos y visita Perú, sigue a Chile y luego de visitarlo se decide a cruzar la Cordillera de los Andes en el paso que une el país vecino con el nuestro a la altura de Puerto Blest, en el lago Nahuel Huapi, y lo que era un muy pequeño poblado en sur del espejo de agua: San Carlos de Bariloche.
En compañía de cuatro personas, se lanza a la entonces peligrosa aventura de cruzar los Andes, acompañado, entre otros, por el geólogo y sacerdote Gordon Zahn, quien lo venía acompañando en todo su derrotero por Chile, desde Atacama, pasando por Santiago y habiendo llegado hasta los maravillosos paisajes de los lagos del sur.
Al llegar a Puerto Varas, una comitiva de la República Argentina llega a su encuentro, encargados por la Presidencia de la Nación de acompañar a tan ilustre visitante. Esta comitiva estaba integrada por el director General de Territorios Nacionales, doctor Francisco Pascasio Moreno, el señor Elordi, el gobernador de Neuquén, y como jefe de seguridad de la expedición el coronel Reybaud, expresamente destinado por el Ministerio de Guerra de la Nación.
El derrotero seguido por este conjunto de notables fue partir de Puerto Varas, llegar a caballo a San Carlos de Bariloche, y en este pintoresco poblado continuar en automóvil hasta la ciudad de Neuquén, cabecera del Territorio Nacional del Neuquén, donde deben tomar el Ferrocarril del Sur, que pasaba por Bahía Blanca y les permitía llegar hasta la ciudad de Buenos Aires.
Lo interesante y que nos lleva a esta nota es justamente la descripción que los viajeros hacen de los medios de comunicación empleados para cruzar de Chile a Argentina en ese paso. Recordemos que en 1913 no existían rutas que vinculasen cómodamente San Carlos de Bariloche con la Laguna Frías, en Chile.
Ésta se cruzaba por medio de botes a remo. Había una opción para hacer este trayecto en una lancha, pero lo alejado del lugar de los principales centros de aprovisionamiento y población hacían muy costosa y difícil la opción motorizada por la casi constante falta de combustible, que debía ser comprado en Valparaíso y llevado hasta la laguna en barcos que casi nunca recalaban en el pequeño embarcadero cercano a la laguna, con el consiguiente encarecimiento del costo que esa circunstancia implicaba.
Una vez cruzada la laguna, el paso hasta Puerto Blest, en las márgenes del Lago Nahuel Huapi, se realizaba por un medio de locomoción muy particular y curioso: consistía en lo que los lugareños denominaban el “Buey Carril” y como bien lo describieron los expedicionarios tenía muy bien puesto ese apodo.
Este “Buey Carril” era un xilocarril (especie de ferrocarril cuyos rieles eran de madera en vez de hierro) construido con rieles de maderas de la zona, principalmente de lenga, con un gran carro tipo zorra que era tirado por bueyes en vez de una locomotora a vapor, apoyado sobre los rieles de madera, lo que evitaba principalmente que las ruedas del carro se atascaran o se empantanaran en el camino.
Obviamente, al ser arrastrado por bueyes y siendo los rieles muy informales, este medio era sumamente lento, pero muy práctico para la zona y con gran facilidad de transporte para las maderas, que eran taladas y llevadas a Puerto Blest, donde se las embarcaba rumbo a la incipiente localidad de San Carlos de Bariloche. Allí estaban los aserraderos que las procesaban y que se trasnportaban hasta la ciudad de Neuquén por el Ferrocarril del Sur hasta los centros de consumo. Años más tarde se simplificó aún más este sistema, al llegar desde Viedma el Ferrocarril Patagónico a Bariloche, que evitaba el traslado de los productos a Neuquén.
Esta zorra tirada por bueyes estaba casi siempre cargada y el movimiento sobre los rieles de madera hacían sumamente incómodo el viaje sobre ellos, según lo cuentan los mismos viajeros en sus notas de viaje. La mayor parte del trayecto lo hicieron a pie, caminando junto al Buey Carril, y no sólo iban más rápido que éste sino que claramente más cómodos.
Este carro era empleado más para cargar el equipaje que para que viajaran sentados los pasajeros, en un medio de muy similar al empleado en los primeros años en el ramal del penal de Ushuaia, en 1902, hasta que se construyeron las vías de hierro, y al empleado por el Palocarril de Resistencia, en el Chaco, ambos xilocarriles construidos en la misma época, aprovechando los recursos existentes en la zona y la gran dureza de las maderas que permitía prescindir, aunque sea de modo provisorio, de los rieles metálicos.
En Puerto Blest los viajeros descansaban del cansancio generado por este particular medio de transporte en una pequeña cabaña albergue que era más bien una barraca y depósito de materiales. En ella se almorzaba y se continuaba normalmente por un pequeño vaporcito, el “Cóndor”, que los acercaba cruzando las aguas del Nahuel Huapi hasta San Carlos de Bariloche, o se seguía a caballo, como de hecho siguió la comitiva.
Como nota final, cabe destacar que este viaje le costó la vida al expresidente y explorador, ya que en él se enfermó de malaria, enfermedad que en pocos años causó su deceso.
(*) Autor del libro Los ferrocarriles argentinos, ramales, estaciones e historia postal