El asesinato de JFK continúa envuelto en mantos de oscuridad y misterios

Las especulaciones sobre las causas y consecuencias del asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy (JFK) el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, crecen de manera exponencial a medida que pasa el tiempo.

Las teorías conspirativas reinan a diestra y siniestra. Muchas de ellas fueron pergeñadas por razones de Estado. La CIA, el FBI y demás agencias secretas estadounidenses fueron pariéndolas con el correr de los tiempos, ante la aparición de movimientos de convulsión social.

La desclasificación de documentos, como la difusión de aquellos otros que con sellos de confidenciales -reales o imaginarios- despertaron la feraz imaginación de muchos y la locura mística de otros, contribuyeron al clima de conspiración reinante.

Los registros balísticos, en especial el extraño curso de la bala asesina, despertaron la hilaridad de expertos en balística y cohetería. ¿O acaso hubo dos o más tiradores en la escena del crimen y las balas colisionaron en el aire?

Un capítulo especial de esta enorme tragicomedia es el de las declaraciones del supuesto asesino Lee Harvey Oswald -quien luego fue asesinado en la televisión en vivo mientras estaba bajo custodia policial-. Oswald fue catalogado como un necesario chivo expiatorio del magnicidio.

Los expertos en el asesinato de JFK se suman por cientos. Aparecieron como hongos después de la lluvia. Observadores externos consideran que esa comunidad investigativa carece de seriedad. Sólo ha aportado confusión y desconcierto.

Entre estos investigadores están quienes, a lo largo de estas seis décadas, procuraron encontrar rastros del complot en América Latina. México, Bogotá, Medellín, San Pablo, Buenos Aires, Santiago, Lima, Santa Cruz de la Sierra, La Habana y Montevideo fueron algunas ciudades donde se revolvieron hasta los cestos de basura.

Otros, quizás en un afán de justificar su cuenta de gastos, optaron por inclinarse hacia el esoterismo. Congresos de ufólogos pedían iluminación a los extraterrestres para solucionar el galimatías.

Los brujos, chamanes, adivinos y nigromantes hicieron lo suyo.

Uno de esos charlatanes de feria visitó nuestra ciudad para, en una multitudinaria serie de conferencias celebradas en el Cine Premier, asegurar que la tierra era hueca y sus habitantes tenían la clave del magnicidio de Dallas.

Este desfile de comparsas y orates dio comienzo tras las opiniones de Phillip Shenon, un antiguo y reputado periodista de investigación, quien señaló la Ciudad de México como la puerta de entrada a un mundo de intrigas y posibles respuestas a las incógnitas de la realidad.

Shenon aseveró que Oswald tomó un autobús de Texas a Ciudad de México. Llegó el viernes 27 de septiembre de 1963 por la mañana y se fue muy temprano el miércoles 2 de octubre, según datos de inteligencia.

Si está versión fuese veraz, ¿alcanzaría para asegurar que el asesino se contactó con conspiradores y revolucionarios ligados a la inteligencia cubana, o cayó en manos mexicanas, que tienen una especial ojeriza a los “gringos”? ¿Participaron en el encuentro -tal como se cuenta en el sur estadounidense- organizaciones del sur de extrema derecha que ansiaban vengar la derrota de la Guerra de Secesión?

México fue un punto especialmente caliente de la Guerra Fría a mediados del siglo XX. Refugio para exiliados soviéticos, izquierdistas estadounidenses que huían de la persecución anticomunista del macartismo y simpatizantes del régimen de Fidel Castro en Cuba.

Todos los países comunistas y democráticos tenían una embajada en Ciudad de México, el único lugar del hemisferio occidental donde los enemigos coexistían más o menos en tranquilidad -a pesar del asesinato, entre muchos otros, de León Trotsky-.

Oswald era visitante frecuente de las embajadas. Buscaba visas para viajar a Cuba y a la Unión Soviética, países vedados para los estadounidenses de cualquier palo.

Cuando le dijeron que tales documentos tardarían meses en procesarse, Oswald tuvo una acalorada discusión con el cónsul cubano Emilio Azcué.

Oswald también obligó a cancelar un partido de voleibol de la KGB -cuenta la leyenda- cuando blandió un arma en el consulado soviético, antes de romper a llorar y marcharse.

Esos eventos fueron documentados y publicados por la CIA, que en la década de 1960 había intensificado sus operaciones en México para monitorear la actividad comunista, incluso contratando a 200 agentes mexicanos para ayudar.

El Servicio Secreto Mexicano, cuyos archivos de la década del 60 han comenzado a desclasificarse, también rastreó los pasos de Oswald después del magnicidio.

¿Con quién o quiénes estuvo reunido Oswald el tiempo en que se perdió su rastro en las calles de Ciudad de México? ¿Sus custodios fueron sólo cubanos, soviéticos o búlgaros? ¿No participó en ese complejo juego de luces y sombras el doble agente argentino Ariel Pedroza, a la sazón corresponsal en México de las revistas argentina Así y uruguaya Ocurrió, pertenecientes al grupo periodístico de Héctor Ricardo García?

Esta historia parece encontrar cierto andamiaje en una docena de relatos más o menos concordantes. En marzo de 1967, el cónsul estadounidense en la ciudad costera mexicana de Tampico, Benjamin Ruyle, revelaba un encuentro ocasional con Óscar Contreras Lartigue, un reportero de 28 años de El Sol, de Tampico.

En la ocasión, Contreras contó de su pertenencia a un grupo universitario procastrista y que Oswald le había rogado que le ayudara a obtener una visa cubana. Según aquél, Oswald pasó dos días entre estos estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para reencontrarse con ellos unos días después en la Embajada de Cuba.

Contreras no diría mucho más a Ruyle. Expresó que él mismo había viajado a Cuba, que conocía a personas del régimen de Castro y que había volado la estatua del presidente mexicano Porfirio Díaz en uno de los campus de Ciudad de México.

Contreras dijo que ésa no era la primera vez que compartía su historia. Después de que dispararon a JFK, le dijo a Ruyle que le había comentado en detalle a su editor que había conocido a Oswald.

El relato de Contreras insinuaba alternativas y conexiones sospechosas, previamente desconocidas entre Oswald y la Cuba comunista, que se concretaron poco antes del asesinato de JFK.

Su historia fue, según un memorando enviado posteriormente desde la sede de la CIA, "la primera pista sólida de investigación que tenemos sobre las actividades de Oswald en México".

Los funcionarios del gobierno de EEUU necesitaban averiguar si Contreras era una fuente confiable.

Tres meses después del encuentro con Ruyle, un funcionario de la CIA de Ciudad de México fue a Tampico para un interrogatorio a Contreras. Durante éste, de seis horas, Contreras se negó a entrar en detalles pero dijo que, aunque conoció a Oswald, éste nunca mencionó el asesinato.

En 1978, un investigador de la Comisión Selecta de Asesinatos de la Cámara de Representantes de Estados Unidos llamado Dan Hardway fue a México para investigar el asesinato de JFK. No pudo entrevistar a Contreras a pesar de varios intentos, pero en un influyente informe advirtió de que su relato no debía ser descartado.

Surge así un nuevo enigma dentro del gran aquelarre que significó el asesinato de Kennedy. ¿Quién es Contreras? ¿Es realmente un notorio periodista? ¿Lo reconoce como suyo la inteligencia cubana o es un infiltrado de la CIA?

Todo está por dilucidarse. El mayor enigma político del siglo XX está cubierto por un gran manto de neblina.

El cine sigue aportando sus aproximaciones. ¿Acaso los entrecruzamientos de los documentos de la CIA con los de las catacumbas del Vaticano echarán un poco más de luz? ¿Quién se atreve a esperanzarse?