jueves 14, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El árbol que a los argentinos no nos deja ver el bosque

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Por Luis A. Esterlizi* – Exclusivo para
Comercio y Justicia

Pueden ser varias las causas que incidieron en los últimos años en nuestra forma de obrar y que nos llevaron a perder el sentido de la integridad. También el sentido de familia, el de la solidaridad, del asociativismo, de pertenencia, etcétera. Así fuimos sustrayéndonos del compromiso que -por responsabilidad social- cada uno, en grupo o sectorialmente debemos asumir frente a la crisis integral que padecemos.
Nos hemos olvidado de que, como argentinos, pertenecemos y formamos parte del bosque que figurativamente representa a nuestra sociedad y nacionalidad y -por lo tanto- nos asiste el deber mayor de custodiar sus valores y creencias, su idiosincrasia y costumbres. Porque eso es lo que nos identifica.
Por dicha razón, los pueblos que toman verdadera conciencia de ello marcan un paso importante en el proceso de su evolución como unidad social. Unidad del pueblo que, organizado e integrado solidariamente, puede construir la templanza, la convicción y el poder que necesitamos para ser dueño del futuro y custodio de nuestros intereses.
Un pueblo con divisiones obscenas, enormes diferencias económicas y sociales, que nos han llevado a convertirnos en grupos de presión y reclamos, porque los gobiernos siguen tomando sus propias decisiones en cenáculos cada vez más pequeños al no tenernos en cuenta como factores importantes en el tratamiento de las políticas de Estado.

Realidad política
En el tratamiento de las soluciones estructurales, el pueblo (con sus organizaciones intermedias) no juega otro papel más que el de simple receptor de lo que deciden las elites gobernantes, mientras millones de argentinos ya han traspasado la línea de pobreza. El trabajo y la producción sufren la orfandad de políticas proactivas.
Esto -como lo hemos comprobado- jamás se revertirá con subsidios, ya que son paliativos circunstanciales mientras la degradación social sigue avanzando ante la ausencia de las medidas estructurales prometidas. Tampoco es buscar una igualación absoluta entre las diferencias sociales, económicas o ideológicas porque, cada individuo debe tener la libertad y oportunidad de recrear su propia personalidad, de ser lo que quiera ser, pero sabiendo que no es una individualidad en una isla y que tiene el deber de integrarse y trabajar por su comunidad.
La lucha de clases siempre ha sido impulsada por concepciones ideológicas sectarias o clasistas que se anquilosaron en las expresiones denominadas de izquierdas y derechas, de “zurdos” y “fachos”, de marxismo y capitalismo, de progresismo y neoliberalismo y con cuantas otras nominaciones con diferentes matices buscaron diferenciar y confundirnos, invadiendo nuestra cultura y aprovechando el desconcierto y la disgregación, para que ciertos sectores operen detrás de objetivos inconfesables.

Estas concepciones y actitudes han instalado las grietas con el tratamiento de temas, alejándonos del intento por definir las tesis esenciales que hacen a la realización del pueblo y la grandeza de la Nación.
Por lo tanto, los argentinos tenemos un deber ineludible para con la sociedad que nos contiene y es comprenderla y asumirla en su integridad, para lo cual es imprescindible ver por encima del árbol que nos sustrae.
Salir de las tesis menores y participar por medio de las políticas públicas en la solución de los problemas de fondo.

El árbol en la gobernanza
El árbol que le achica el horizonte de su responsabilidad al gobernante no es ni más ni menos que su proyecto personal y la arrogancia de creer que es la única persona preparada y que tiene el privilegio de decidir todo lo que hay que hacer, sea en un municipio, en una provincia o en la Nación.
Los concejos deliberantes y las cámaras legislativas han terminado siendo apéndices de los partidos, sea de los que gobiernan como de la oposición, olvidándose sus integrantes que juraron representar los intereses del pueblo.
Esto identifica a la democracia de las élites, que con visiones e intereses parciales y particularidades le dan forma al árbol que les impide vislumbrar el conjunto de las responsabilidades. Sobre todo la de promover la unidad del pueblo y su efectiva participación institucional.

Necios son los que no consideran a la sociedad como el factor más importante para elaborar y explicitar las políticas públicas, cayendo en el ejercicio de un autoritarismo encubierto al que nos han acostumbrado y que desgraciadamente muchos terminamos aceptando.
Pero ha quedado demostrado que ningún gobierno pudo derrotar a las adversidades sin el acompañamiento del pueblo y muchas veces hemos sido obligados a los ajustes, producto del descontrol que ellos mismos ocasionaron.

El árbol en las entidades intermedias
En el seno de nuestra comunidad, encontramos que varios árboles interfieren los caminos de la integración que las comunidades suelen construir natural y solidariamente. Muchos dirigentes, obligados por su propio egoísmo y especulaciones, se desvían de sus responsabilidades detrás del objetivo puesto en el árbol que los sustrae y no en el bosque que simboliza la trascendencia.
Lo que pasa entre las entidades laborales y empresariales es que, sabiendo de antemano que nadie puede independizarse del otro -más allá de la robotización o de cambios en las leyes laborales-, deben unirse y complementarse en defensa no sólo del trabajo y la producción sino también de la educación, seguridad, salud, vivienda, etcétera. Porque ello forma parte de la responsabilidad social que les cabe.
Existen muchos ejemplos más, pero esta reflexión a partir de esta frase legendaria, nos debe impulsar a cada uno de nosotros, a cada entidad o institución, a cada gobernante o funcionario público, a separar las situaciones personales, sectoriales o partidarias de la cruda realidad que enfrentan el país y una sociedad a la deriva.

Hoy nos indigna que -en pleno desarrollo de una campaña electoral– dicho proceso se interponga entre la realidad de una crisis irresuelta y las pretensiones personales de intendentes, gobernadores y el propio gobierno nacional.
Estamos perdiendo la oportunidad de realizar un proceso realmente trascendente si antes no se hiciese un acto de sinceridad frente a los errores cometidos de uno y otro lado y fuera asumida la decisión de conectar el proceso electoral con las soluciones estructurales que, en consenso, necesitamos los argentinos.
El país, las organizaciones sectoriales y sociales y demás instituciones –públicas y privadas como la sociedad en su conjunto– debemos reencauzar los objetivos, produciendo un cambio de paradigmas, reconociendo definitivamente que nadie jamás podrá realizarse en una sociedad que no se realiza.

(*) Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba, 1973/74.

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