Alabado como héroe por algunos, execrado como tirano por otros, tiene el destino de buena parte del mundo en sus manos.
Por Luis R. Carranza Torres
Vladímir Vladímirovich Putin -el hombre que, como jefe del Estado ruso, ha pateado el tablero de la geopolítica en Europa y Asia al avanzar sobre Crimea-, para bien o para mal resulta un colega. Mezcla de intelectual y hombre de acción, su vida no tiene parangón en las filas de sus líderes homólogos occidentales y debe apelarse a personajes de ficción -tales como Indiana Jones o el profesor y espía Jack Ryan, creado por la pluma del genial Tom Clancy- para encontrar personas con similares experiencias de vida.
Proveniente de una familia humilde, se graduó con honores de la carrera de Derecho en la Universidad Estatal de Leningrado, obteniendo su licenciatura en leyes con una tesina sobre Derecho Internacional. Esa brillantez intelectual no pasó desapercibida para los reclutadores del KGB, quizás el más terrible y eficiente servicio de inteligencia en la historia de la humanidad, que lo integró a sus filas. En la Unión Soviética, si bien los estudios universitarios eran gratuitos, luego de graduarse el nuevo profesional debía ocupar una plaza laboral asignada por el Estado por espacio de tres años.
Al principio, Putin fue adscripto al Segundo Directorado de la KGB, el encargado de la seguridad interior y el control policial en el ámbito civil, en el cual escaló hasta llegar al rango de mayor de justicia, para luego pasar al Primer Directorado, responsable de las operaciones de la inteligencia extranjera. Fue destinado entonces como agente de campo a Dresde, en la entonces Alemania Oriental. Un destino de primera línea de combate para un miembro de los servicios de inteligencia soviéticos. Comparable en la actualidad a que a un oficial del ejército de Estados Unidos lo destinen a una de las partes más calientes de Afganistán.
Durante 15 años, Putin fue un agente de la KGB sin mácula: reservado, eficiente, obediente e implacable. Al caer el muro de Berlín y evacuarse la presencia soviética en Alemania, volvió a Leningrado donde un antiguo profesor suyo de Derecho Mercantil, Anatoli Sobchak, que se desempeñaba como rector de su Alma Mater, lo designó como adjunto al vicerrector responsable de las relaciones internacionales y los programas de intercambio académicos.
Fueron años cuando se dedicó a obtener su doctorado. Cuando Sobchak fue designado alcalde de Leningrado, lo tentó a estar en su equipo de colaboradores. A raíz del fallido golpe de Estado de la KGB y los militares soviéticos en 1991, Putin, ya con el grado de coronel, pidió su baja de la organización como protesta por dicho acto y pasó a dirigir el Comité de Relaciones Internacionales de la ciudad. Tres años después, en la rebautizada ciudad de San Petersburgo, era el vicealcalde con competencias que incluían la seguridad ciudadana, el comité de emergencias y las relaciones internacionales, además de sustituir a Sobchak cuando debía abandonar la ciudad en misión oficial o por cuestiones personales.
El presidente ruso Yeltsin lo llevó entonces a la Administración Central de la Federación, a mediados de los 90. Su carrera se volvió entonces meteórica: fue nombrado jefe del organismo sucesor de la KGB, el Servicio Federal de Seguridad. Su decidido papel en la segunda guerra chechena y los resultados obtenidos a favor de Rusia lo llevaron a ser primer ministro y luego presidente interino del país cuando Yeltsin renunció por problemas de salud.
Ganó las elecciones presidenciales de 2000 con 52,99% de los votos y una distancia de más de 20 puntos de su rival del Partido Comunista. En 2004 fue reelegido con 71,31% de los votos. En 2008, no pudiendo constitucionalmente presentarse a un tercer mandato, apoyó la candidatura de su segundo, Dmitri Medvédev, quien a su vez lo propuso como su primer ministro. El parlamento aprobó su elección con 392 diputados a favor y 56 en contra. En marzo de 2012 fue elegido nuevamente presidente por 63,60% de los votos.
Durante sus gobiernos sacó a Rusia de su crisis económica y política, combatió los monopolios y mejoró los niveles de la educación, la salud, la vivienda y la agricultura, pero también fue criticado reiteradamente por violaciones a los derechos humanos.
Putin es un líder atípico dentro de la dirigencia rusa: es abstemio (no bebe alcohol) y deportista: practica la lucha rusa (sambo) y el yudo desde los 11 años. En 1976 fue campeón de Leningrado y en el presente es cinturón negro. En su libro autobiográfico Ot pérvogo litsá —“En primera persona”—, dijo respecto del yudo: “No es sólo un deporte sino una filosofía, es el respeto hacia la gente de edad mayor, hacia el adversario”. También juega al tenis y practica esquí. Domina dos idiomas extranjeros, el alemán y el inglés. Es un devoto cristiano ortodoxo, admirador del Zar Nicolas I —quien defendió Rusia del asedio de las potencias occidentales—, y respetuoso de las tradiciones de la extinguida Unión Soviética. Estaba casado hasta 2013 con una ex profesora de alemán, Liudmila Shkrebneva, con quien tuvo dos hijas, María y Yekaterina, con la cual, pese al divorcio, mantiene una muy buena relación.
Con motivo de su papel en la crisis ucrano-rusa por Crimea, personas como Hillary Clinton lo compararon con Hitler, en tanto otros lo ven como un salvador de Rusia. La historia, enemiga de las pasiones del momento, está aún por dictar su veredicto.