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Durmiendo con el enemigo

Por Elba Fernández Grillo * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Ese martes de septiembre había comenzado complicado: por un lado, la Tamse, por diferencia de liquidación de haberes de los choferes, nos había dejado a todos los usuarios del transporte automotor de a pie; entre las 8 y las 8.30 debí sortear varias dificultades para poder llegar al Centro Judicial de Mediación en tiempo y forma.

Por  Elba Fernández Grillo * – Exclusivo para Comercio y Justicia

Cuando finalmente logré poner, a las 8.59, mi pie dentro del segundo piso de 27 de Abril 172, vi un gran cartel que decía “disculpe las molestias los empleados judiciales estamos de asamblea”, motivo por el cual había una cola de personas esperando en barandilla, que tenía aproximadamente unos seis metros.

Cuando finalmente accedí al legajo de la mediación que debía empezar a las 9, me encontré con una de las partes que ya estaba aguardando en la sala. Se trataba del Sr. Juárez, de traje y corbata, de unos 45 años aproximadamente, quien era el requirente, es decir la persona que había solicitado el procedimiento de mediación.

Cuando finalmente pudimos, con mi compañera, acomodarnos en la sala, buscar la papelería e invitar al Sr. Juárez a ingresar, también “el efecto sorpresa” nos desacomodó y despabiló si hasta entonces los accidentes acaecidos en ese día no lo habían hecho.

Apenas le dimos la palabra aquel hombre fue una verdadera catarata de descalificaciones, desvalorizaciones y todas las expresiones de connotación negativa que se puedan imaginar con respecto a quien había sido su pareja y madre de sus dos hijos varones.

Muchas veces los mediadores advertimos que las personas que llegan al procedimiento están tan superadas por las situaciones que les toca vivir, y que son sentidas por ellos como traumáticas, que debemos dejarlos que puedan hablar durante un tiempo y luego ir formulando intervenciones que permitan destrabar la situación.

Ese día, mi compañera y yo estábamos tildadas, habíamos hecho una sola pregunta: quién había elegido a Matilde -así se llamaba la señora- como pareja y madre de sus hijos, a lo que respondió que él.

Preguntas que conllevan el propósito de que las personas se hagan cargo de sus “elecciones” y no pretendan que el procedimiento les devuelva un otro o una otra diferente de lo que ellos eligieron.

Luego de esta respuesta, dejamos que continuara con su relato, que seguía siendo una larga lista de quejas sobre esta persona.

En el medio del relato se anuncia Matilde, que estaba aguardando en la sala de espera. Le pedimos nos esperara unos minutos y continuamos con la reunión privada.

Cuando pareció que ya el Sr. Juárez no encontraba más palabras en su vocabulario para desacreditar a Matilde, se nos ocurrió decirle que durante 15 minutos habíamos escuchado todo lo malo que, según su mirada, tenía su pareja, y si se animaba a mencionarnos una sola cualidad positiva, SÓLO UNA, de ella.

Se quedó mirándonos un largo rato y contestó: “SÍ, es muy limpia, mi casa esta impecable, hasta los chicos brillan”, ante lo cual le pedimos que por favor pensara si era posible mencionar una segunda, sólo una más, cualidad positiva de Matilde, a lo que contestó que “era buena madre”, que sus hijos eran buenos alumnos porque ella les dedicaba tiempo para ayudarlos a hacer las tareas, buscar material, aprender las lecciones, etcétera.

En ese momento, como si el Sr. Juárez no estuviera allí, Mirta y yo nos sentamos una frente a otra (siempre lo hacemos una al lado de la otra) y comenzamos a charlar como si fuera una mesa de café, acerca de qué importante era que una mujer dedicara tiempo y esfuerzo a sus hijos, que esto se veía reflejado en chicos que son adultos responsables, que priorizaba sus realizaciones personales en pos del bienestar de los chicos, y qué importante era que crecieran en un hogar limpio, que era como decir ordenado, aseado y así continuamos con mi compañera recordando anécdotas de gente de su pueblo de origen, Bolívar, y de mi barrio de la niñez, Yofre, que se caracterizaban por estar sucios, descuidados, y yo le contaba de una compañerita con quien nadie se quería sentar porque siempre tenía piojos y qué estigmatizantes son estas cosas.

Luego de esta “breve dramatización” que representamos mi compañera y yo, de la cual Juárez era el espectador, le dijimos que era momento ya de que hiciéramos ingresar a Matilde.

Así fue que ella nos contó, con él presente, de sus crisis matrimoniales, de sus deseos de separarse y vivir más tranquila con sus hijos y de que era un buen hombre pero la pareja no funcionaba más.

El Sr. Juárez ofreció una cuota alimentaria y propuso un régimen de visitas que fue aceptado por ella y en esta sola audiencia hicimos el acuerdo.

Sin lugar a dudas, estas mediadoras conocieron dos Sres. Juárez: el primero, que sólo podía escucharse a sí mismo y seguir masticando su bronca; y el segundo, que pudo permitirse hacer algún reconocimiento al otro, a la madre que él había elegido para sus hijos.

Cuando ese día terminamos de mediar y salimos a la calle, a mi compañera y a mí otro duro golpe nos esperaba: la Tamse no había levantado el paro, larguísimas colas de personas esperaban el colectivo que los devolviera a sus hogares y nosotras seríamos unas más de esos sufridos usuarios.

 * Licenciada en Comunicación Social, mediadora

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