Los trabajos que el presidente electo Raúl Alfonsín emprendió tras el triunfo electoral del 30 de octubre fueron ciclópeos.
Por Silverio Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia
Necesitaba organizar su gobierno y, a la vez, inventar el Estado democrático. Ninguna de las previsiones de campaña alcanzaba. La realidad desbordaba más allá de la euforia.
Hay dos maneras de contar estos días. La políticamente correcta y la otra; la que desnuda en profundidad la naturaleza del poder militar en retirada. Arengas cargadas de odio y amenazas de muerte al presidente se escucharon en todas las plazas de armas. Muchos de esos personajes de trágica memoria, como en Córdoba, se juramentaron liquidar el proceso democrático en marcha; no reconocían –ni reconocerán jamás- el valor de la democracia. Temieron, con razón, que los comandantes en jefe, y ellos mismos, terminaran sus días en la cárcel acusados de violaciones de los derechos humanos.
Su nerviosismo creció cuando trascendieron las conclusiones de la “Comisión de análisis y evaluación de las responsabilidades políticas y estratégico militares en el conflicto del Atlántico Sur” -que presidía el teniente general Benjamín Rattenbach e integraban el general de división Tomás Armando Sánchez de Bustamante; el almirante Alberto Pedro Vago; el vicealmirante Jorge Alberto Boffi; el brigadier general Carlos Alberto Rey y el brigadier mayor Francisco Cabrera- que reclama severas penas para quienes tomaron la decisión de emprender tamaña “aventura militar” y para aquellos otros que defeccionaron frente al enemigo sin oponer resistencia.
Los medios de prensa afines a los dictadores en retirada montaban una campaña extorsiva en contra del gobierno que llegaba. Señalaban que Alfonsín forjaba “la herramienta que abriría las puertas de la Nación a su propia negación, a la ‘modernidad’, a la Europa desacralizada, lo que le permitiría pactar con la subversión y castigar a los encargados de la represión”.
Acusaron al presidente de ser agente de la sinarquía internacional y propulsor de un atlantismo anglosajón. De paso, demandaban, en la voz de un capellán militar -José Miguel Padilla-, “el gesto” de postergar sine die su asunción para que “el glorioso gobierno de las Fuerzas Armadas” concluyera la patriótica empresa que emprendió en 1976.
Los militares argentinos no querían abandonar el poder. Las elecciones fueron arrancadas al poder militar por el pueblo. El general Cristino Nicolaides –en diciembre de 1982- dejó trascender su aspiración presidencial. Encargó a sus acólitos que estudiaran la forma de desplazar al presidente de facto electo tras la caída de Galtieri, Reynaldo Bignone.
Frente a esa circunstancia, éste, en defensa propia, aplicaba un golpe de furca. Convocó a elecciones generales. No sólo para poner un freno a su elector sino para transitar sus últimos meses de gobierno con una menor conflictividad social. El “gobierno nacional” dijo en conferencia de prensa que había resuelto llamar a elecciones en el último trimestre de 1983 y que la transmisión del mando al presidente electo se efectuaría en marzo de 1984.
La reacción de los trabajadores y partidos políticos fue inmediata. La CGT-Azopardo convocó a la primera huelga general en seis años. El acatamiento fue impresionante. La manía de cuantificar los movimientos sociales hace que recordemos que superó 90 por ciento.
En Córdoba ni los perros salieron a la calle. La cara del ministro del Interior demostró el efecto devastador que les causó a los militares. “La barca militar, editorializa un diario mexicano, hace agua y parece, irremediablemente, irse a pique”.
Simbólico
¿Por qué razón Raúl Alfonsín asumió el 10 de diciembre y no en la fecha que proponía el gobierno?
La respuesta la encontramos en una extensa entrevista que le realizamos en junio de 2001 al recordado Alfredo Bravo, cofundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
“Para Raúl –memoró- lo simbólico es fundamental. Mucho más en aquellos tiempos que trabajábamos juntos.
Asumió la primera magistratura el 10 de diciembre como una forma de reafirmar, una vez más, su compromiso de vida con la vigencia de los Derechos Humanos. Ese día se conmemora la decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas de asumir como propia la obligación de velar por la condición humana porque, como dice el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ‘el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.