Por Silverio E. Escudero
Esta aproximación al imperio colonial portugués debe concluir. Es una decisión arbitraria, por cierto. Quizás tanto como el gobierno de António de Oliveira Salazar, aunque en nuestro descargo podemos argüir que otros temas reclaman su espacio en un tiempo de cambios y perplejidades. En una era en que todo se cuestiona y en la que la clase política vende la honradez “al contado y la moral la dan por moneditas.”
¿Lo aparente forma parte de la realidad o es una ilusión? Oliveira Salazar, aunque era él quien decidía todas las cosas importantes, llegó a su cargo por medios legales. Nunca dio un coup d´état y siempre ha gobernado detrás de una fachada de legalidad, nos dice John Gunther, uno de los periodistas de mayor talento y compromiso del siglo XX.
Portugal bajo el mando de Salazar “tiene todo el estigma convencional de una dictadura: un sistema de partido único, supresión de la libertad de pensamiento, una oposición sofocada, un rígido control de la prensa, una omnipresente y casi cómica policía secreta pero esos procedimientos en su totalidad son débiles. El Estado está organizado en un sistema corporativo, a lo Mussolini, y es evidente que Salazar es el amo, pero su régimen es, como les gusta especificar a los portugueses, más ‘autoritario’ que ‘totalitario’. El Dr. Salazar no cree en la violencia y se horroriza si no lo llaman benevolente.”
Oliveira de Salazar, “el Padre Benevolente”, según la propaganda oficial, fue fundador del Estado Novo portugués, cuya columna vertebral sería su partido Unión Nacional. Organización política que destinó sus mejores esfuerzos a crear una maquinaria capaz de manipular la memoria colectiva mediante la edificación de nuevos objetos de culto: a partir de la invención de una idea de pueblo diferente, modificando sus valores tradicionales, alterando la naturaleza y filosofía de los bailes folklóricos, mudando las letras y sentido de las canciones. Todo mientras otorgaba el control de la educación a sectores ultraconservadores de la iglesia católica.
Por esta razón –utilizando todos los medios a su alcance- impuso un modelo familiar de carácter patriarcal. El Estado Novo estableció una idea de pueblo portugués asociada a la de la simplicidad, forjada en la ignorancia y el analfabetismo y ligados a la defensa de los valores de la ‘Patria’. Se mitificaron las figuras históricas de forma que sirvieran de modelo a seguir.
La apología de los ‘héroes de la Patria’ se construyó en base a otra manipulación: la construcción de una Historia Oficial del régimen positivista, factual y basada en la acción de individuos provenientes de las élites que eran mostrados al pueblo como si fueran sus antepasados y un ejemplo a seguir.
Con ese objeto creó una de las mayores estructuras propagandísticas de que se tenga memoria. Con extrema prolijidad, a lo largo y ancho del imperio, se borraron rostros de las fotografías oficiales y familiares; sus nombres desaparecieron de todos los registros para condenar al olvido a todo aquel que haya osado alzar la voz, los incomodara, borrándolos de la memoria colectiva. Tarea en la que el catolicismo cumplió un rol fundamental: transformó a sus acólitos en delatores de sus propios familiares, por lo que la resistencia al dictador y contra el poder omnímodo se transformó en la lucha de la memoria contra el olvido. Cruzada que, atento a los ejemplos de la historia, termina siempre con la derrota del déspota, del opresor, del tirano.
Ana Cabrera, miembro pleno del Centro de Investigación de Medios de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa, en su tesis titulada La memoria y el olvido: la censura del Estado Novo en Portugal a través de tres piezas de autores españoles ahonda el tema de la censura y de la persecución ideológica.
“Hay otras maneras de hacer olvidar y borrar la memoria: las prohibiciones, la interdicción y la represión. El Estado Novo se valió de todos estos procesos que naturalizan dichas actitudes de reconfiguración de la memoria colectiva y creó un mecanismo gubernamental de control (…) una policía política creada para controlar, arrestar y matar a los portugueses disidentes del régimen. La censura, que funcionaba como una Secretaría del Estado (…) organizada en diversos departamentos, controlaba la prensa y todas las producciones culturales que se producían en Portugal, así como a las producciones extranjeras que pretendían entrar en el país (teatro, cine, libros, letras de canciones).
El Estado Novo también estableció estructuras de encuadramiento y adoctrinamiento: los Sindicatos Nacionales, la Mocidade Portuguesa y la Federação Nacional para a Alegria no Trabalho (FNAT), entre otras. Con todo, las estructuras políticas que construían los pilares del régimen fueron, sin duda, la policía política y la censura”, afirma Cabrera.
Y remarca que queda pendiente la búsqueda de la construcción de la entidad política de las antiguas colonias portuguesas.
Lisboa reprimiría todo intento libertario porque su propósito era “conducir a las poblaciones de Ultramar a autodeterminarse a la sombra de la bandera portuguesa (…) Y si lo conseguimos –diría el general António da Spindola, responsable de la represión-, demostraremos no sólo a los hombres de nuestro tiempo, sino también a nuestro muertos, que continuamos siendo dignos de nuestra historia y de nuestro pasado, lo que es imprescindible en una política de autenticidad, para convencer al mundo y para que los africanos crean en nosotros.”