ESCUCHARPor Hugo Estrella (*)
24 de junio de 2016. Desde anoche Europa hace las cuentas con un jugador menos. Y no es cualquier jugador.
Cuando hace un par de años el candidato conservador británico se encontró con un sector de su partido haciendo el juego fácil de buscar el enemigo por afuera, y en vista de las elecciones en las que tenía pocas probabilidades de ganar, tuvo la genial idea de prometer que, en caso de ser reelecto, habilitaría un referéndum para decidir si permanecer o salir de la Unión Europea.
Claro, nunca pensó que podía ganar y que esa promesa, originalmente vista como una jugada para ganar el control al interno de su partido, podría transformarse en el cofre de Pandora que se abrió tras el brexit.
Que la Unión Europea se hizo con poco del pueblo y demasiado del gobierno es una realidad con la que poco a poco los miembros de la misma unión están haciendo cuentas, tratando de quitar burocracia y agregar democracia. Sin embargo, y en esto los cientistas políticos tienen mucho de razón, la democracia directa es una gran cosa cuando la decisión se puede tomar sin presiones, con información, y con visión de futuro para responsabilizarse de las consecuencias de las decisiones tomadas.
En este caso, el referéndum británico ha tenido lugar en época de crisis económica regional, de emergencia por la llegada al continente de avalanchas de refugiados, mientras el populismo articula a gritos las demandas populares que un conservadurismo gobernante no quiere, y un laborismo en la oposición no puede, manejar.
En definitiva, una mezcla explosiva que revienta en la cara del propio Cameron, regala un espacio político sin futuro y presagia una espiral de crisis sucesivas que los populistas no podrán enfrentar sino volviendo a situaciones de nacionalismo, racismo y violencia. Males que el tratado de Roma, origen de la Europa pacífica y del bienestar (y único experimento de relativo éxito posterior a la Guerra Fría), logró con tantos defectos construir.
En la misma Inglaterra, que hoy se arropa en el nacionalismo barato al que los latinoamericanos estamos lamentablemente acostumbrados, hace tres siglos el doctor Samuel Johnson sentenció: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Los canallas han vencido.
Y lo han hecho en “buena ley” democrática, habilitados por conservadores sin capacidad de mirar al futuro.
El Reino Unido, con toda la grandeza pasada que hace felices a los explotados de siempre que son los que votaron por la salida, que son los que compraron el billete fácil de echarle la culpa al de afuera, al más pobre que ellos, porque se ve distinto, son el más claro ejemplo de cómo el siervo hace el interés de su Amo. El más claro ejemplo de cómo la democracia sirve para jugar en contra del propio Demos. Una especie de peronismo británico que sólo augura aislamiento, división interna, violencia, desunión.
Gran Bretaña empieza ya a mostrar las grietas que la llevarán a ser una Pequeña Bretaña.
Escocia, que hace poco afrontó un plebiscito para decidir si quedarse o irse, está reclamando su derecho a la independencia para permanecer unida a Europa.
Lo mismo que Irlanda del Norte, cuya paz luego de 500 años de guerra interna fue posible en gran medida por el sentimiento europeísta que diluyó la contienda local.
En definitiva, votar con miedo, votar con odio, votar como canallas y no como ciudadanos sólo augura un futuro de incertidumbre, de agravamiento de los problemas y de manipulación en una de las cinco naciones más poderosas de la tierra.
Uno de los cinco privilegiados miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y una potencia nuclear con la capacidad de hacer más daño que bien.
Con el brexit el pueblo ha hablado. Lástima que nadie se encargara de hablar honestamente con el pueblo.
(*) Profesor de Ciencias para la Paz, Universidad de Pisa, Italia.
