Por Santiago Martín Espósito y José Emlio Ortega (*)
Comprobados desde el siglo XVII como agentes de las enfermedades los denominados “miasmas” (efluvios infecciosos) durante la Revolución Industrial (siglos XVIII-XIX), la crítica situación exige que los asentamientos poblacionales sean saneados. Entre varias iniciativas públicas, aparecen la epidemiología (en tanto estudio de la propagación de enfermedades) y también la planificación urbanística.
En ciudades asediadas por infecciones, se introdujeron sistemas de drenajes, disposición de residuos, mejoras en la distribución del agua. La apertura de bulevares y avenidas garantizaba más iluminación natural y mejor ventilación. Acota Eric Hobsbawm que la zonificación facilitó también el alejamiento de los más pobres del centro de las ciudades, lo que evitaba potenciales comportamientos sediciosos.
De aquella concepción viajamos al urbanismo actual, basado en la movilidad (bienes, servicios y de personas), circunstancias que influyeron en la expansión del covid-19. Esta vez, la organización clásica de las ciudades no ofició como eficaz dique de contención.
La pandemia no es grave por su letalidad -así lo ha señalado la Organización Mundial de la Salud (OMS)-. El problema sanitario más complejo es su velocidad de propagación y la desinformación sobre cómo contenerla, potenciada por el actual modo de interacción social. Decidir -el sector público- el aislamiento o distanciamiento afectó las relaciones urbanas o metropolitanas típicas y postuló axiomas novedosos, quizá transitorios: evitar las multitudes, temor al transporte público, mucho teletrabajo y educación virtual, inutilización del espacio público, suspensión de actividades recreativas, comercio electrónico y, para los pobres de la ciudad, mayor informalidad.
La integración comunitaria física se diluye y avanza hacia otra forma, no conocida. Se reformula la noción de “prójimo”. El proceso de deslocalización que causó el traslado de las industrias a los países en desarrollo, el declive del sector primario junto al desarrollo de industrias próximas a los anillos urbanos, así como la creación de grandes hubs de transporte, profundizaron la urbanización “clásica” y concentraron el mayor peso y densidad poblacional en pocas grandes ciudades dentro de cada territorio nacional: las metrópolis.
En América Latina, el proceso derivó en la concentración en gigantescas zonas metropolitanas. Señaló Delich (estudiando a Buenos Aires) la continuidad del flujo durante todo el siglo XX (europeos, nacionales con la industrialización, países limítrofes). La pandemia desnuda la falta de planificación de estos procesos, la enorme desigualdad y concentración subyacentes.
Experiencias
El covid partió de Wuhan, denso conurbano de la China interior, nacido de tres poblaciones separadas por dos ríos (13 distritos y 5 zonas de desarrollo) de 8.467 km2. Once millones de habitantes dinamizan este enorme conglomerado industrial y de servicios (particularmente transporte). En enero de 2020 innovó con el confinamiento, finalizado en abril. Su incidencia final es imposible de determinar pero sirve para encontrar el inicio de la propagación, en la cual el entramado urbano ofició de multplicador.
El virus atacó posteriormente diversas regiones europeas. En España, el Área Metropolitana de Madrid (unos 6.500 km2, aproximadamente 7 millones de habitantes de más de 25 municipios conurbanos a la capital) acumula el mayor número de contagios. Registra casi 30% de los casos y similar proporción de los fallecidos del país. La segunda unidad urbana, el Área Metropolitana Barcelona, con entidad institucional (para servicios) desde 2011, abarca 636 km2 y casi 4 millones de habitantes. Concentra más de 25% de los contagiados por covid-19. Entre las dos urbes, aglutinan un cuarto de la población total española; pero más de 50% de los enfermos de covid-19.
En Inglaterra, el Gran Londres aglutina entre 12 y 14 millones de habitantes (11% de la población) en 1.572 km2; pero posee 21% de infectados y contribuye a que el país presente, después de Bélgica, el índice de mortalidad más alto (14%).
En América, Santiago de Chile es el foco principal de la pandemia en ese país. Casi 75% de los casos han sido detectados en Área Metropolitana (que se extiende a toda la región XIII y “muerde” las regiones V y VI, con 7,3 millones de habitantes). En el Área Metropolitana del Valle de México, 7.954 km2 donde confluyen casi 60 municipios conurbanos a Ciudad de México y 22 millones de habitantes, se han registrado más de un tercio de los contagiados del país. Del total de los fallecidos en México, 65% es mayor de 60 años y vive en la capital del país.
Aunque ningún caso se presenta tan concentrado como el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA), compuesto por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y 24 partidos -que nuclean a 40 localidades- de la provincia de Buenos Aires, que son 35% población país y cubre 3.833 km2 (1% del territorio nacional). Mantiene más de 90% de los contagiados. Es evidente que la intensa movilidad interior al AMBA, la enorme movilidad intrarregión (entre partidos del Conurbano bonaerense y hacia la CABA) han sido determinantes.
Análisis similar podría surgir de los datos cordobeses, no sólo al considerar la gran cantidad de infectados del conurbano que rodea la capital, donde los paros de transporte interurbano y urbano, al ralentizar dramáticamente la circulación, morigeraron la posibilidad de contagios, sino cuando analizamos el peso de ciertos conurbanos interiores, por ejemplo Vila Dolores y su atracción conurbana en el departamento San Javier o -sin ser una cabecera- la incidencia del eje Oliva-Colonia Vidal Abal-Oncativo en ese punto de confluencia de los departamentos Río Segundo y Tercero Arriba, de dinámica propia e influencia microrregional.
Las ciudades, primero como centros industriales y posteriormente como núcleos de concentración humana y de movilidad poco planificado, han crecido como espacios cada vez menos sustentables, rememorando ahora con la crisis actual y en otras escalas, aquellos inicios del higienismo para la agenda de gobierno. El virus se vincula con aspectos claves de las ciudades y afecta particularmente las metrópolis.
Las urbes son los grandes focos de la pobreza pero también el centro neurálgico de la actividad económica, de aglomeración y conectividad, por tanto, son espacios desiguales. La pandemia mostró que la vida concentrada estimuló no sólo los contagios sino la incertidumbre social.
El mapa del coronavirus es, prioritariamente, el mapa urbano. Aunque todavía planificamos poco: los despachos públicos, en gran parte del mundo, siguen mayoritariamente cerrados.
(*) Docentes UNC