Por Silverio E. Escudero
Tiempo de elecciones. Un tiempo en el que, al parecer, es lícito mentir con la complicidad y complacencia de la sociedad. Una sociedad que se desentiende de los negocios del Estado como si “esa cuestión secundaria” no le fuera propia, mientras rinde pleitesía –erigiéndoles en semidioses- a los ladrones de ayer, de hoy y de mañana.
Más tarde llegarán, como si se tratara de un romance efímero, las protestas, el desencanto y las quejas.
Los decepcionados, los burlados, se contarán por cientos, por miles y llenarán espacios valiosos de los medios de comunicación para desgarrarse las vestiduras. Nunca una denuncia concreta ante la Justicia.
Toda esa cohorte de reclamantes ha sido -o serán- electores de los gobernantes y representantes que ellos mismos, en un acto de libertad responsable (¿o de irresponsabilidad manifiesta?) consagraron en el cuarto oscuro.
Los más audaces –demostrando un coraje sin par- serán los revolucionarios de las redes sociales que llamarán a la toma del Palacio de Invierno para que otros defiendan sus derechos conculcados o ganen las calles en son de protesta. Militantes todos del heroico partido “Animémonos y vayan”.
Juntos, todos juntos, entregamos las llaves del futuro a un conjunto de personajes que no se caracterizan, ciertamente, por su formación y que resultan profundamente desconocedores de la realidad del país. Observación que, a lo largo de más de una década, El Balcón –con la inestimable colaboración de los equipos técnicos del centro de estudios para una ciudad racional y del Taller de Estudios Municipales Aplicados (Temas)- ha resaltado en cada proceso electoral, después de intentar entrevistar a los candidatos, reclamar sus programas y cotejar sus antecedentes políticos.
Los elegibles tampoco han mostrado demasiado entusiasmo en comprometerse, en ser abanderados en la lucha contra la corrupción. ¿Tratan de ocultar sus trapos sucios y disimulan, tras un ejército de testaferros, cuantiosas fortunas? ¿O simplemente aspiran a poner su banca al mejor postor y gozar de las prerrogativas de sus cargos? Entre ellas, al finalizar sus mandatos, la de percibir –en pago de sus patrióticos y desinteresados servicios a la Patria- una pensión o retiro por dos años cobrando ochenta por ciento de la dieta con la humanitaria intención de favorecer el reingreso de Padres de la Patria, en el siempre hostil mercado laboral.
Con uno de esos próceres en ciernes, candidato de sonrisa refulgente, compartimos –por azar- un café en una reconocida esquina del barrio de Alta Córdoba, frente a la histórica plaza Rivadavia. Las formalidades del encuentro evitaron que intercambiásemos demasiadas palabras.
La voz cantante de la reunión las llevaban otros y nuestra ubicación geográfica impedía cualquier posibilidad de diálogo.
La hora de la despedida permitió que, amoscado, en medio de un fuerte apretón de manos, me increpara: “¿Qué te hemos hecho? ¿Por qué con nosotros? ¿Nos querés santones cuando todo el mundo es corrupto…?”
Mi compañera y su mujer se interpusieron, apurándonos. La respuesta quedó atragantada pero donde manda capitán…
Cada uno siguió su camino con la consiguiente reprimenda y, en mi caso, hacia una abigarrada cuanto aburrida agenda social soportada, con autentico estoicismo, tras degustar exquisito cabrito de nuestro querido y tan noble norte cordobés.
Ya en territorio propio retornó la respuesta pendiente. No los quiero santones, anacoretas ni penitentes.
Los quiero, como reclamaba Leandro N. Alem, viviendo en casa de cristal. Sin usufructuar en beneficio propio los bienes del Estado; tampoco las prebendas y canonjías de su cargo. Pagando de su propio peculio vicios, recreos y la corte de los milagros que les rodea y, por cierto, las señoritas de amor tarifado.
Vaya un ejemplo para que se nos termine de entender: los candidatos tienen vedado treparse a helicópteros oficiales o asistir a actos públicos organizados por el gobierno al que pertenecen y del que dicen encontrarse uso de licencia.
Un capítulo especial necesitaríamos para analizar la conducta de los funcionarios actuales o pretéritos sometidos al escrutinio de la Justicia, cuyas sentencias despiertan la ira de sus partidarios que olvidan que todos los argentinos somos iguales ante la ley y sometidos al imperio de la Justicia.
El presidente Carlos Saúl Menem ha sido condenado en juicio público con las garantías del debido proceso.
Alem dice: “Hombres todos del régimen funesto: es necesario que sepan –entiéndanlo bien- es necesario que sepan que hay en nuestro país ciudadanos de antecedentes intachables, pública y perfectamente conocidos (…) Y puedo afirmar con legítimo orgullo con la sincera altivez de mi carácter, que no han de ser muchos los que estén en condiciones de ostentar una foja de servicios como la mía y presentar, al mismo tiempo, como ejemplo, una vida más modesta, más abnegada y más honorable. He vivido siempre en una casa de cristal, y hasta el último detalle de mi vida es conocido; he luchado como fuerte y como bueno, y desde niño me he formado por mis propios esfuerzos, en medio de una lucha terrible, sin que nadie pueda señalar una sola sombra en una sola página; he mantenido una conducta verdaderamente ejemplar; nunca hice negocio ni especulación de ningún género; jamás usé la influencia que mis servicios a la causa popular me daban, para obtener la más pequeña posición en ningún sentido, siempre condené a todos aquellos políticos que desarrollaban su existencia y su personalidad por tales medios. He sido, en fin, el eterno censor y el eterno fustigador de esos procedimientos incorrectos, y más de un político, hoy encumbrado y soberbio, ha recibido directamente, de mis labios, esa fulminación.
Repito: he vivido y sigo viviendo en una casa de cristal; todos pueden ver, cuando quieran, lo que pasa en ella. Tuve un estudio de los más acreditados en el país; tuve una desahogada posición conquistada a fuerza de trabajo asiduo y honrado; tuve una influencia poderosa, en más de una ocasión; nunca se me habrá visto ni en los frontones, ni en los hipódromos, ni en los centros de especulación, ni en los teatros, ni en los festines, ni mucho menos en los círculos donde se forman carpetas. Trabajaba y ahorraba para sembrar servicios… y recoger ingratitud. ¿Qué más quieren? Si quieren algo más, puedo decirlo, porque tengo las manos, como decía Sarmiento, llenas de verdades. ¡Cuidado, pues!”
A escasos cinco días del elegido por las autoridades electorales para la selección de los candidatos, la corrupción no aparece en la agenda de ninguno de ellos.
Sería simplificar la realidad si nos quedamos en el mero hecho de denunciar que la política está sembrada de corrupción. La sociedad argentina también lo está. Los ejemplos que suceden a diario se suman por millares.
Desde los que gozan de la protección papal –y de la jerarquía eclesiástica- para abusar y/o violar a nuestros hijos y nietos hasta los que pagan verdaderas fortunas para verse reflejados, aunque sea un instante, en algún programa de televisión.
Desde el espanto sucedido, en fecha reciente, en un concurso para promover directores de escuelas cargos de mayor responsabilidad, realizado en la provincia de Mendoza, los veedores descubrieron que algunos de los postulantes copiaban.
¿Qué decir de los participantes en los exámenes de promoción de funcionarios judiciales, jueces y fiscales que fueron excluidos de los concursos por idénticas razones? Las actas del Consejo de la Magistratura nos eximen de mayores comentarios.
En Lilliput, en 1726, Jonathan Swift imaginó que sus habitantes se cuidaban de no poner cargos públicos en manos de gente sin virtudes morales, pues tal carencia no podía suplirse con dotes superiores de inteligencia.
Para aquellos seres, los errores cometidos por ignorancia con honrado propósito jamás serían de tan fatales consecuencias para el bien público como las prácticas del hombre inclinado a la corrupción.
Soñar no cuesta nada. ¿Será Argentina Año Verde?