La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que largó en su tradicional asiento del predio de la Rural en Palermo este 23 de abril, en su edición número 41, presentó no pocos cambios. “¿No notás los pasillos más anchos y menos gente?”, le preguntó un autor mediterráneo a otro mientras la recorrían en su primer viernes.
Aunque todavía queda espacio para repuntar, los primeros días no han sido con la afluencia de público de pasados años. “La crisis se ha hecho sentir. Se puede ver, por primera vez en años, stands vacíos”, apuntó una veterana agente literaria de nuestro medio.
“Hasta las grandes editoriales han tratado, este año, de abaratar costos, concentrando sus diversos sellos en un solo stand, mientras otros años contrataron uno por separado para cada uno”. Otras editoriales medianas directamente han optado por no tener presencia y canalizar sus obras por terceros. Asimismo, se verifica una presencia mayor de organismos oficiales con sus avisos publicitarios y stands que no guardan relación alguna con el libro.
Por lo menos en lo que hace a la parte del público, el primer fin de semana recuperó bastante del impulso de las viejas y gloriosas épocas. Pero los números de las ventas siguieron flojos, si bien se mantuvo una constante: quienes más compran libros son las personas que vienen de fuera de la Capital Federal y Gran Buenos Aires. También se notó una afluencia mayor de extranjeros -alemanes y estadounidenses, principalmente-.
Párrafo aparte merece el stand de nuestra provincia: es, por lejos, el que tiene mayor oferta en número, calidad y diversidad de obras. Pero también el menos imaginativo. Se lo ha erigido con lo justo: básicamente estanterías de libros varias, una mesa de presentación y un mostrador. Ningún adorno, ni la más mínima escenografía o arreglo. Con poco más, otras provincias despliegan su mejor creatividad artística de presentación. Además, tiene poca gente para atender, sólo dos personas contra cinco para arriba del promedio de los otros stands. Tampoco, a diferencia de éstos, no hay persona alguna para hacer promoción y para las compras únicamente se acepta efectivo, cuando se sabe que el grueso de las ventas en la feria se realiza por tarjeta o débito. Otro de los puntos a remediar, y quizás el más necesario, es la ausencia de un mínimo auditorio y de un cronograma de eventos que lo muestren como lo que debe ser: una vidriera privilegiada para las letras cordobesas.
Los contados eventos que ha tenido son obra de la iniciativa de autores y editoriales locales. Y ha debido improvisarse el auditorio sobre uno de los costados y tomando parte del pasillo.
Se nota la ausencia de una dedicación y planeamiento. El apoyo oficial ha brillado, en esto, por su ausencia. Pese a que el público ha estado expectante y concurrido cuando se han llevado a cabo tales actividades.
El viernes 24 tuvo lugar uno de estos eventos. Cinco autores -Roberto Lapid, Silvina Ruffo, Luis Carranza Torres (sí, el que tiene una columna en este diario con Carlos), Marcelo Arbiliaga y Elizabeth Rey, bajo la coordinación de Tamara Stemberg- convocaron al público para dar la llamada “mirada cordobesa” respecto de la novela de nuestros días. Pese a compartir el horario con el grueso de los eventos de la tarde del viernes, faltaron sillas para acomodar al público que se dio cita. Personas con nombre propio en el género, como Andrea Vázquez o Susana Biset, entre otros, estuvieron entre tal concurrencia.
El día 30 está prevista una movida similar, esta vez enteramente femenina: Mirta Fachini, Ana Moglia, Fernanda Pérez, Graciela Ramos y Carola Ferrari, con la coordinación de Verónica Brollo, hablarán sobre las novelas histórico-románticas.
Se trata de esfuerzos y creatividad que disimulan, con bastante éxito, la orfandad en la materia desde las esferas que tienen como razón de su existencia gestionar la cultura desde lo público.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica