viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Comenzar a tratarnos cívicamente

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Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**, exclusivo para Comercio y Justicia

Nos llamó la atención una entrevista al escritor Arturo Pérez-Reverte en el programa español “La sexta noche”. No es reciente sino de octubre de 2019 pero tiene indudable actualidad. Habla de la realidad española, pero nos cae como prenda hecha a medida en no pocas cosas.

En la susodicha entrevista, el escritor Arturo Pérez-Reverte considera que España es un país que se avergüenza de su gloria y que los españoles son “especialistas en demoler” lo que los une y “en alentar” lo que los desune. Nos parece que es algo que también, al otro lado del océano y al sur del mundo, se nos aplica y mucho. 

Contó también qué hace cuando la vileza, la insolidaridad, el cainismo, la infamia y la violencia lo llenan: “Me bajo al bar, pido un pincho de tortilla y un vino y pongo la oreja, que es un analgésico. Entonces oyes a la gente normal, no a los políticos. Al tipo que está ganándose la vida, al taxista… y piensas que merecemos la pena, nos salvaríamos si tuviéramos educación y en los colegios nos enseñaran a querernos unos a otros”.

También dice que “en la política hay una ausencia de líderes con solidez intelectual y argumentos de peso” y que “esa chatura intelectual de liderazgo produce en la sociedad un rebaño chato también”.

Se habla mucho, desde la psicología, en temas de autoestima, de aprender a quererse. No ser tan duro con uno mismo, dejar de juzgarse y, sobre todo, dejar de castigarse por haber hecho las cosas como creíamos que había que hacerlas o como pudimos en determinada circunstancia. El tema es aprender y usarlo para no repetir. 

Enrollarse en un círculo de aflicción, culpa o castigo hacia atrás no vale de nada. Sobre todo, ni saca de los problemas ni hace más fácil el futuro. 

Hemos hablado en varias oportunidades en esta columna sobre el concepto de “amistad cívica”

Con dichas palabras no aludimos a que seamos todos amigos de todos sino a que los ciudadanos de un Estado, por pertenecer a él, deben perseguir metas comunes entre todos (aunque sean unas pocas) y eso los lleva a tener un respeto, consideración y hasta apoyo entre ellos, aun teniendo marcadas diferencias en sus ideas. 

Se trata, en buen romance, como lo hemos puesto de manifiesto tantas veces, de “tener códigos”. O, en otras palabras: ser gente de bien. Privilegiar los intereses colectivos y no una mirada egoísta de la realidad, invariablemente puesta en función de las propias necesidades individuales. 

Desde los antiguos griegos hasta nuestros días, empezando por el mismo Aristóteles, se la ha reivindicado como necesaria para la salud y prosperidad de las sociedades, a la par de las leyes e instituciones justas y los gobernantes honestos.

Tal vez por eso, la falta de esos elementos repercute tanto. Lo esencial se nota más cuando falta que cuando se tiene. El aire o el agua son buenos ejemplos al respecto, en el aspecto biológico. 

Vivimos en una sociedad en que desde no pocos liderazgos se predica la división y el enfrentamiento. Se postula también una visión maniquea de “buenos” y “malos”. El que no piensa como el líder de la facción del caso no es simplemente alguien que tiene distintas ideas sino que se halla en un inferior escalón moral y, por eso, merece poca y nada consideración. 

Sin embargo, el grueso de la gente en nuestro país no piensa de esa forma. Los festejos de la Copa del Mundo, más allá de la cuestión del triunfo futbolístico, como fenómeno sociológico deja más de una enseñanza: tenemos muchas cosas en común, empezando por nuestra idiosincrasia nacional y podemos festejar logros comunes, haciendo a un lado todas las diferencias que pueda haber en otros temas. 

Se trata de un muy claro mensaje que, sin embargo, los mesiánicos de salón, o aquellos que pretenden vender supuestas cruzadas que en el fondo no resultan más que una conveniencia propia de poder o impunidad, hacen todavía los mayores esfuerzos por no darse por enterados.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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