jueves 14, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Clara Campoamor: consolidar los derechos conquistados

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Por Alicia
Migliore (*)

“¿Y yo qué soy? Soy demócrata, feminista y pacifista”. Así se definía Clara.

La filósofa Amelia Valcarcel contó cómo en 1974 un grupo de estudiantes en la Universidad de Oviedo creó la Asociación Feminista Asturiana y una de las alumnas sugirió el nombre de Clara Campoamor. Interrogada quien propuso el nombre por la razón de su sugerencia, respondió titubeando: “No sé quién es o era… pero me parece que hizo algo”.

Hacía dos años que Clara había muerto y su España la desconocía.

Tanto se ha escrito sobre Clara Campoamor que parece reiterativo volver sobre su aporte. Sin embargo, a la luz de la historia, resulta indispensable.

Nacida en Madrid el 12 de febrero de 1888, en el seno de una familia republicana, recibió el nombre de Carmen Eulalia, en su bautismo, aunque en el registro y en el hogar se la llamó “Clara”, como una hermana mayor fallecida prematuramente, llamada Clara Carolina Candela Campoamor. 

En cuanto a su educación, podemos decir que Clara, huérfana temprana, comenzó el bachillerato con 32 años y se recibió de abogada cuatro años después. En 1925 fue la segunda abogada en incorporarse al Colegio de Abogados de Madrid, luego de Victoria Kent. Ambas serían también las primeras parlamentarias de España en 1931.

Resulta llamativo que las únicas dos mujeres en las Cortes de la Segunda República, ambas feministas, se enfrentaran en el debate por el sufragio universal que consagraba los derechos políticos a las mujeres, reivindicación en la que no creía Victoria Kent. 

Triunfa la posición sufragista de Clara y las mujeres votan por primera vez en 1933. Hasta entonces podían ser electas, pero no votar.

El contacto con la dura realidad de las mujeres hizo a Clara feminista profunda: impactada por saber que su admirada Concepción Arenal debía disfrazarse de varón para poder escuchar las clases de derecho en la universidad, decidió abrir espacios para la mujer.

Se interesó por la condición de las mujeres en un mundo regido por hombres. 

En 1925 dicta una conferencia que titula “La nueva mujer ante el derecho”, en la que plasma una tesis no controvertida “(..) El varón ha dogmatizado jurídicamente en el mundo durante más de 19 siglos; legisló aislada y unisexualmente para los dos. ¿Con acierto y equidad? Muchas mujeres y no pocos hombres afirman que no (…)”.

Su aguda observación y la claridad de su pensamiento mantienen vigencia un siglo después. En 1923 dicta una conferencia que titula “La mujer y su nuevo ambiente” y advierte, hoy podríamos decir que de modo profético: “(…) Se ha combatido las aspiraciones de la mujer desde todos los terrenos: el monumental y abrumador de la biología y el mezquino y vulgar, pero corrosivo y desalentador, del ridículo (…)”.

Ante diversos análisis políticos escribirá en 1936: “(…) Fue a partir de ese suceso infausto cuando se intensificaron mis amarguras: el voto femenino era el chivo hebreo cargado con todos los pecados de los hombres, y ellos respiraban tranquilos y satisfechos de sí mismos cuando encontraron esa inocente víctima, criatura a cuenta de la cual salvar sus culpas. El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor marca para lavar torpezas políticas varoniles. Si pasados por ella los políticos no han quedado más resplandecientes o impolutos, culpa será del tejido (…).”

Sufre Clara al recordar su trayectoria. En carta a María Telo Núñez, en 1959 escribe: “(…) Cuando veo cuál ha sido el resultado práctico de nuestras antiguas luchas y esfuerzos me pregunto si verdaderamente vale la pena hacer algo en la vida… Cierto que no hay otro país como el nuestro para el paso atrás y la vuelta al medioevo. Creo que lo único que ha quedado a la República fue lo que yo hice: el voto femenino, pues aunque resulta la igualdad de la nada, no se han decidido a borrarlo, pero en cuanto a lo demás…(…)”.

¿A qué se refiere Clara? Sin duda a todas las desigualdades padecidas por las mujeres de España a lo largo del Siglo XX. La dictadura franquista erradicó a conciencia el modelo de mujer moderna, educada, con acceso al trabajo, con participación política plena, para volver al modelo angelical decimonónico contra el que las feministas, desde Concepción Arenal hasta Clara, se venían rebelando sin tregua. Todo lo que la generación de Campoamor significó para la historia de las españolas desapareció de un plumazo y tardó varias décadas en volver a florecer, de la mano de quienes desde dentro del país iniciaron su protesta y su voluntad de cambio.

Clara defiende los primeros casos de divorcio en España en 1932. La situación de las mujeres casadas sin derecho alguno la desesperaba, pero la legislación relativa al divorcio no fue legislada hasta 1981 y debieron esperar hasta 2005 para que pudiera hacerse a petición de parte y sin acuerdo.

La vida de Clara Campoamor describe, con crudeza, el alto costo que paga quien lucha por los derechos de las mujeres. Sus propias carencias la impulsan a dar batalla por la educación, propia y de sus congéneres. La postergación y la sumisión que observaba en los distintos aspectos de la vida personal y social de las mujeres la impelen a instalar como derecho constitucional el voto de las mujeres, aunque no obtiene el mismo éxito con el divorcio.

No le resultó gratuita esta militancia. El franquismo la obligó al exilio y la condenó en ausencia a 12 años de cárcel en caso de retornar. Aunque sería amnistiada en caso de abjurar de sus convicciones, no se apartó de ellas y murió en Suiza. 

Sólo retornaron sus cenizas, clandestinamente, en brazos de su amiga, amada compañera de lucha, la política feminista y sufragista suiza, Antoinette Quinche, para reposar en España después de 44 años de exilio.  

Todas aquellas personas que consideran que los derechos conquistados, en cualquier área o estamento, son pétreos y no podrán ser arrebatados, deben mirar este ejemplo de la historia. Los derechos conquistados deben ser consolidados y sostenidos. Antes lo hicieron otras personas; hoy la militancia corresponde a los integrantes de las sociedades, con conciencia clara y consistente. Saben, de sobra y con dolor, el cruento despojo de sus derechos las mujeres afganas, iraníes y tantos grupos victimizados por fanatismos de toda índole. 

Fallecida el 30 de abril de 1972, después de 20 años comienza a ser rescatada en España con diversos homenajes (sellos postales, monedas, nombres de avenidas, paseos públicos). Sin embargo, el más importante de esos reconocimientos llegará en el año 2007, cuando se coloca un busto en el Congreso de Diputados, al que había accedido por el voto popular en 1931. Aparentemente el busto estaba emplazado en lugar poco visible, lo que motivó que el Grupo Parlamentario Socialista peticionara su traslado al palacio legislativo, frente al hemiciclo, donde fue reubicado en el año 2017. De este modo, su figura se alza en el centro de la política española, “donde le corresponde” en palabras de la entonces presidente del Congreso, Ana Pastor. 

Difundir estas historias es un modo de alertar, despertar conciencias adormecidas y rendir los honores merecidos a esas valientes precursoras. Porque se la exilia del territorio y de la memoria colectiva. Su ejemplo parece contaminante y debe ser extirpado a los ojos de los autoritarios y retrógrados.

El legado de Clara tendrá sentido si nos apropiamos de la declaración de una de sus contemporáneas, María de Maetzu, responsable de la Residencia de Señoritas de Madrid desde 1915 hasta 1939, y proclamamos: “Soy feminista; me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana”.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

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