Por Constanza Labate (*)
“La arcilla fundamental de nuestra hora es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera”.
Ernesto Che Guevara
Por estos días se cumplen 86 años del nacimiento de Ernesto “Che” Guevara. Son muy pocos los personajes protagonistas de la historia contemporánea que, como él, despiertan pasiones opuestas, amores y odios pasionales. Todos tenemos algo que opinar del “Che”: contemporáneo, utópico, líder carismático.
Ernesto Guevara está vigente en la agenda política, primero entre los jóvenes, que generación tras generación lo veneran con afán de imitación, de ser un “héroe” como él. Luego, los intelectuales que lo critican, lo estudian -como si fuera un fenómeno descifrable, aunque quizás debería ser más sencillo pensarlo como un hombre de su tiempo-, y finalmente los Estados que, enemigos de las ideas, tiemblan al ver flamear una bandera con su rostro o al oír las canciones que exaltan su figura, salidas de la pluma de inspirados cantautores como Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Mario Benedetti, Nicolás Guillén, Carlos Puebla, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Gerardo Alfonso y Omara Portuondo, entre muchos otros.
Para qué entrar en detalles de lo que significa en la actualidad, para la mayoría de los cubanos, la figura del “Che”. Demás está decirlo: el recuerdo siempre presente de la revolución, su participación, sus valores, su imagen, su legado que ha marcado a fuego a toda esa sociedad y más de una generación. La discusión sobre Cuba y la revolución en la actualidad aquí no nos interesa. Será motivo de otra discusión.
Pero lo que sí interesa, en esta conmemoración de su natalicio, es rescatar sus orígenes, su primer acercamiento al pensamiento filosófico, dejar alguna pregunta en relación con lo que significó para la juventud de mediados del siglo XX y, sobre todo, como referente de toda una generación. Ernesto Guevara Lynch nació en Rosario pero su primera aproximación a la literatura filosófica y política fue en Córdoba, donde su familia eligió vivir cuando él tenía dos años, atento a su endeble estado de salud.
Su primer desarrollo intelectual ocurrió en estas tierras. En la reconocida casa de Alta Gracia, ahora sede de una casa–museo en su recuerdo, donde acaban de inaugurar un banco sobre el que se encuentra una estatua de bronce de su figura, agregándose a la que ya existía de “Ernestito… ”
Allí se crió, creció al calor de la adolescencia en una Argentina que transcurría en la década del 40, con un peronismo incipiente, en un mundo de posguerra. Nació en el seno de una familia aristocrática que algunos llegan a vincular en un parentesco no muy lejano con el último virrey español de Lima. A causa de su asma, Ernesto pasó sus primeros años de escolaridad en su casa aprendiendo a leer. Con el tiempo pasó de la ciencia ficción a la filosofía. De Córdoba para el mundo: Ernesto adolescente se empezaba a preocupar por los temas políticos de su tiempo. Incluso, en plena guerra, Ernesto asistía junto a su padre a un grupo que se dedicaban a espiar nazis residentes en Argentina.
Y si durante su estadía en Córdoba -que será en el único lugar donde permaneció viviendo tantos años consecutivos- aparecieron sus primeras inquietudes intelectuales, y si como el mismo Ernesto Guevara dijo, él se consideraba antes que nada cordobés -Discurso sobre reforma universitaria y revolución, 17 de octubre de 1959-. Habrá que volver a Alta Gracia para hurgar en la memoria de la ciudad. Quizás hayan quedado ecos en algunas de sus calles y bulevares donde se escuche alguna frase que devuelva su recuerdo. Habrá que rescatar los ideales, las premisas de un tiempo que vio crecer referentes como el “Che”; hombres y mujeres que vivían como creían, que perseguían consignas en busca de “un mundo mejor”.
Habrá que procurar contar su historia, escuchar sus discursos, leer sus cartas para tratar de entenderlo, ya que es indiscutible la influencia que ejerció en las juventudes del mundo que vieron morir el siglo XX, que quisieron expandir la fuerza de su pensamiento, perpetuar su voz.
Después de todo, los jóvenes somos -y seremos-, los que aceptamos -o no- los legados de las generaciones anteriores, los hacemos propios, los modificamos o los adaptamos a nuestros días porque pasan los hombres, los símbolos, las revoluciones, pero las ideas no se matan. En el fondo, creo -si se me permite- que fue un precursor, un gran político, audaz, inteligentísimo, pero por sobre todas las cosas carismático, un líder natural. No creo que le quepa la etiqueta de “guerrillero”, tampoco puedo verlo como un “libertador”, como él mismo dijo: “Los libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a sí mismos”.
Dejo estas preguntas (no sólo) para abrir el debate sino también para reflexionar con nosotros mismos: ¿no estarán faltando referentes para que el mundo vuelva a ser ese mundo de ideales, de valores, como en tiempos del “Che”? ¿Qué podemos hacer para no perder la capacidad, inherente al Hombre, de formar parte de la Historia, para hacernos escuchar para, finalmente, intentar ser referentes de las generaciones venideras? La Historia no ha terminado…
(*) Investigadora. Docente.