El mar de las Antillas, desde fines de la segunda década del siglo XIX, se transformó en una frontera caliente del imperio yanqui.
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Su militarización fue una constante. Estados Unidos y las potencias europeas que tenían posesiones en la zona reforzaron sus contingentes militares. Estaba en juego el control estratégico del área, mientras disputaban el dominio político y económico de las pequeñas repúblicas centroamericanas.
El control de las rutas de navegación implicaba, además, la apropiación por Estados Unidos del enorme tráfico de esclavos, capturados en la costa occidental de África, con destino a las plantaciones de algodón del sur estadounidense y mano de obra descartable en los cafetales, platanales y en la recolección de la caña de azúcar en los plantíos de Centroamérica. Establecimientos que, en manos de empresas norteamericanas, contrataban verdaderos ejércitos privados para “mantener el orden interno”, guerrear con sus vecinos y emprender la caza de los nativos, que mataron por millares, para apropiarse de sus tierras.
México pretende sentarse a la mesa principal del banquete. En 1843 envió un ejército de 10 mil hombres para apropiarse del Yucatán y Guatemala, ofreciendo a los naturales una importante reducción en los impuestos y nuevo reparto de tierras más justo -promesas que nunca cumpli-ó. Y, de paso, en una operación de pinzas que parecía perfecta, armó una poderosa escuadra naval para, por el océano Pacífico, apropiarse de Panamá. Estados Unidos, que jugaba al gran pacificador, protegió la unidad territorial de la República de Nueva Granada -la Gran Colombia-.
La construcción del ferrocarril que unía, en Panamá, ambos océanos, fue una tarea ciclópea. Miles de obreros -la mayoría chinos en condiciones de semiesclavitud- murieron de cólera o malaria a lo largo de su trazado. Urgía su construcción. Necesitaban transportar miles de toneladas de mercaderías y miles de personas. La fiebre del oro en California fue el disparador. Búsqueda que dio argumento suficiente al cine que produjo cientos de películas de dudosa categoría sobre el particular. Habían quedado casi en el recuerdo las caravanas que fatigaban el antiguo Camino Real y el escarpado sendero de Las Cruces.
La idea de construir un canal de navegación que uniese los dos océanos pertenece al científico alemán Friedrich Alexander von Humboldt, quien convoca a científicos amigos para discutir la idea. Así se reúne con el matemático Gottfried Wilhelm Leibnitz, con Johann Wolfgang Goethe, el británico William Pitt, que preparó un proyecto de excavación del istmo entre el Chagres y Panamá. Proyecto que fue estudiado por las academias de París, Londres y Berlín, logrando la aquiescencia de la sociedad científica.
Decíamos que las potencias marítimas europeas tenían especial interés en la zona, razón suficiente para que el Departamento de Estado recomendara que la Casa Blanca avanzara con rapidez en marcar “como suyo” el territorio en litigio: “(…)Los estrechos istmos que ponen en comunicación el continente del Norte y Sur de América, por las facilidades que prestan para el cómodo tránsito entre los océanos Atlántico y Pacífico -escribe el presidente Pierce al Senado estadounidense-, hicieron a los países de la América Central un objeto de especial consideración para todas las potencias marítimas, el cual ha tomado mucho mayores proporciones en los tiempos modernos por la operación de los cambios en las relaciones mercantiles; sobre todo, en la que ha desarrollado el uso general del vapor como fuerza motriz por mar o por tierra.
Para nosotros, en razón de su posición geográfica y de nuestro interés político como Estado americano de primer orden, aquellos istmos tienen una importancia peculiar, del mismo modo que el istmo de Suez la tiene por razones análogas para las potencias marítimas de Europa”.
“Pero sobre todo, la importancia que tiene para Estados Unidos asegurar el libre tránsito por los istmos americanos les ha dado sumo interés para nosotros desde el establecimiento de los territorios de Oregón y Washington y el ingreso de California a la Unión. Impelidos por esas consideraciones, los Estados Unidos tomaron medidas desde el principio para asegurar los medios convenientes de tráfico comercial (…) celebramos un tratado de paz, amistad, navegación y comercio con la República de Nueva Granada, entre cuyas condiciones se estipuló (…) garantizar a los Estados Unidos el paso del tránsito por aquella parte del Istmo que está situada en (…) Nueva Granada (…).
El efecto de este tratado ha sido dar facilidades (a Estados Unidos) para abrir (…) una vía común entre Chagres y Panamá, y construir al cabo un ferrocarril en la misma dirección a fin de poner en comunicación regular por medio del vapor para el transporte de la correspondencia, mercaderías y pasajeros de ida y vuelta, los Estados del Atlántico y del Pacífico, y los territorios de las Estados Unidos (…) colocados entre la República de Nueva Granada y la República de México, se hallan los Estados de Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, miembros separados de la antigua República de Centro América. En este territorio de los Estados centroamericanos está la parte más estrecha del itsmo, y es donde, por consiguiente, se ha dirigido la atención pública como el campo que más convida para las empresas de comunicación interoceánica de las costas opuestas de América y especialmente para los territorios de los Estados de Nicaragua y Honduras (…)”.