Por Silverio E. Escudero
La historia, que es maravillosa, presenta escenarios impensados. Hasta hace pocos días nadie se atrevía a pensar que los europeos renunciaran a ser un territorio de paz. Habían jurado que en su continente no habría nunca más un enfrentamiento armado. El voto británico de salida de la Unión Europea retrotrajo la situación a los tiempos de la Paz de Westfalia.
Estamos en los prolegómenos de una nueva guerra intraeuropea, en los que confluyen rivalidades etnoreligiosas no saldadas, intereses económicos financieros en pugna y un despertar del odio racial tanto o más grave que el que precedió a la Segunda Guerra Mundial.
Nada es casual. Ni siquiera los 3,5 millones británicos que, en las redes sociales, se muestran arrepentidos por haber votado por “la salida” como si se tratara de un juego de niños rebeldes y ahora, ante lo irreversible, gritan “pido” como en los juegos infantiles de nuestra época. Es un desesperado intento de retrotraer la situación al día anterior a los comicios o preservar los privilegios de “pertenecer a la Unión Europea”, mientras sueñan que alguien, por arte de magia, anule la decisión tomada entre todos.
Decisión que agravió al resto de un continente que no está dispuesto a soportar nuevos chantajes del Reino Unido de Gran Bretaña, que se encuentra en vías de disolución.
Las autoridades comunitarias le han dicho a Londres, en todos los tonos posibles, que llegó la hora de que haga definitivamente sus maletas. Sin embargo, tal como ocurre con los populismos –esencialmente conservadores- y los gobiernos de ultraderecha, los separatistas intentan hacerse los desentendidos estirando lo más posible los tiempos, en una muestra más de irresponsabilidad. Ese ejercicio de irresponsabilidad ha sido tal que no han hecho propuestas serias, sustentables, ni en Europa o América Latina. Se han mostrado incapaces de ofrecer un sistema de producción distinto del capitalismo al que se encargan de denostar desde las tribunas y atriles presidenciales, aunque en la realidad no son más que destacados sirvientes.
Gobernar es un poco más serio que hablar con los pajaritos, dormir abrazados a sarcófagos o hacer del culto a la personalidad un modus vivendi. Tampoco es útil gritar y promover divisiones insensatas.
Ejercer el poder requiere racionalidad, equilibrio emocional y responsabilidad. Por esa razón sorprendió la presencia del líder populista británico, con perfil neonazi, Nigel Farage, promotor del brexit ante la Comisión Europea. Buscaba prorrogar la permanencia de Gran Bretaña en la comunidad hasta lograr un tratado de libre comercio que no altere en demasía la relación entre las islas con el continente y, de paso, evitar que se concrete la alianza entre Escocia, Irlanda del Norte, Gales y Gibraltar que están dispuestos a separarse definitivamente de la Unión Jack. Ésta es representada por el entrecruzamiento, en la bandera británica, de la cruz de San Jorge que contiene la bandera de Inglaterra, la cruz de San Andrés en la de Escocia y la de San Patricio, representando a Irlanda del Norte.
Una de las mayores preocupaciones que, por estas horas, desvela al renunciante primer ministro David Cameron, es evitar que el Parlamento intente bloquear el brexit y que respete la voluntad de la mayoría de los británicos que se pronunciaron por la salida.
El Reino Unido no debe dar la espalda a Europa ni al resto del mundo aunque se disponga a abandonar la Unión Europea, recomienda Cameron en su primera intervención ante el Parlamento tras el referéndum y, que “lo último que necesita ahora mismo Escocia” es un nuevo “referéndum” sobre su independencia del Reino Unido, tal como lo anuncio la primera ministro escocesa, Nicola Sturgeon. La mujer anunció, tras conocer el voto favorable al brexit, que un plebiscito sobre la continuidad de Escocia dentro del Reino Unido es “altamente probable”.
El problema, sin embargo, es mayor. Más de 150 mil personas firmaron otra petición solicitando al alcalde de Londres, Sadiq Khan, que declare la ciudad independiente de Reino Unido para que se una a la UE, incluyendo la zona Schengen. “Londres es una ciudad internacional y queremos permanecer en el corazón de Europa”, señala una petición en change.org.
Pese a la profunda desazón que embarga a la mayoría de los británicos, se nos dice, habría una luz al fondo del túnel. Los europeístas están dispuestos a aferrarse a esa esperanza con uñas y dientes: elecciones anticipadas. Cuestión que también desvela a Farage, no dispuesto a arriesgar –a tiro de taba- su capital electoral, porque percibe una ola creciente de arrepentidos que las redes sociales apenas reflejan.
Una argentina –oriunda de Capitán Sarmiento- residente en el País de Gales, experta en política internacional y consultora económica- descree de la fortaleza del primer ministro Cameron para estabilizar la economía y la política durante el período de transición: “Que nada te sorprenda. La derrota de los separatistas es posible. El miedo se palpa en la piel. Todos los extranjeros estamos amenazados. También nuestros amigos y familiares. Han aparecido pintadas y panfletos exigiendo que abandonemos Gran Bretaña. En la escuela a la que asisten mis hijos aparecieron pintadas y panfletos con el nombre de mis hijos y sus amigos, hijos de inmigrantes-. Estamos condenados a muerte. Tenemos cuarenta y ocho horas para abandonar nuestras casas. Resistiremos.”