En esta secuencia histórica acerca de la historia de los servicios secretos –que es apenas una aproximación a su naturaleza- es preciso afianzar algunos conceptos antes de retomar la línea argumental que proponemos.
(Para ver entrega anterior, clic aquí)
El primero, reconocer los esfuerzos que realizan los Estados para transformar a sus espías en esclavos de la ley y limitar su accionar clandestino; segundo, aceptar que, en demasiadas ocasiones, los controles de los servicios secretos, fracasan por la incapacidad o desconocimiento de los juegos y tensiones del poder de los controlantes.
La otra gran cuestión que está pendiente y que se debe debatir con intensidad es el control de la inmensa gama de recursos que poseen las agencias de inteligencia. Al parecer es sin límites, sólo basta imaginar cuánto invirtió la CIA en el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, autor de la más profunda reforma agraria de la que se tenga memoria que afectó los intereses frutihortícolas norteamericanos; las fallidas operaciones en contra del gobierno revolucionario de Cuba y las destinadas al derrocamiento de Salvador Allende, en 1973.
Un acápite especial merecen operaciones clandestinas del KGB. Invirtieron millones de rublos para –en tiempos de Stalin- eliminar más de veinte millones de personas o para mantener a raya a los disidentes de Europa del Este. A pesar del cerco de hierro montado se sucedieron los alzamientos de Alemania del Este, la Revolución Húngara, Polonia, Checoslovaquia, el levantamiento de los obreros rusos de Novocherkassk y el más del centenar de revueltas en las naciones sometidas al Kremlin, en Asia Central, no reflejadas en la prensa Occidental. ¿De su tesoro surgieron los fondos para el mantenimiento de las cárceles en la Siberia y hospitales psiquiátricos para reeducar disidentes? ¿Alguien puede justipreciar el costo la operación Gnomo que concluyó con la muerte violenta de León Trotsky, el 21de agosto de 1940?
Cuando implosionó la Unión Soviética y cayó el Muro de Berlín, el KGB, comenzó a ser un amargo recuerdo. La Gran Madre Rusia, de urgencia, reordenó su Servicio Federal de Seguridad que se encargó de las labores de contraespionaje y contraterrorismo, bajo la directa conducción del Kremlin. Organismo que enfrentó, con singular éxito, al terrorismo checheno pero no pudo evitar el desmembramiento de la otrora poderosa potencia euroasiática. Fronteras afuera, el servicio secreto ruso se recreó en el Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR), al que se le encomienda realizar la mayor parte de su trabajo de espionaje en el resto del mundo. Hoy, el SVR está en todas las áreas en conflicto.
Se sospecha de la participación del servicio secreto ruso –dirigido por el espía-taxista Vladimir Putin- en un sinnúmero de escándalos seguidos de muerte. Los más conocidos están en la memoria de todos: el envenenamiento por Polonio-210 del ex agente del KGB Alexander Litvinenko, que trabajaba para el CNI español y el MI6 británico. El segundo caso fue protagonizado por Viktor Yuschenko, líder de la Revolución Naranja en Ucrania y presidente de ese país, tras derrotar Viktor Yanukóvich. Yuschenko fue envenenado –también con Polonio-210- en una cena organizada por los servicios secretos rusos.
Yuschenko tuvo mejor suerte que Litvinenko. Sobrevivió tras una larga internación. El objetivo final era evitar que Ucrania ingresara a la Unión Europea y se aliara a Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia.
Nuestro viaje imaginario nos lleva al centro de Asia. En 1948 fue creado el Inter-Service Intelligence (ISI) pakistaní, al que se le reconoce como una unidad de combate altamente especializada. Si necesitásemos, para una mejor comprensión hacer un paralelo con otras comunidades de agentes secretos, los especialistas lo asimilan al servicio secreto israelí. No sólo por la crudeza de sus métodos sino por su enorme desarrollo en la región. Nació para salvaguardar los intereses pakistaníes y la seguridad interior y exterior de su país situado en uno de los enclaves más calientes del globo ya que comparte fronteras con Irán, Afganistán e India, con los que mantiene profundas rivalidades tribales y religiosas de larguísima data.
El papel del ISI se incrementó con la desestabilización de Oriente Medio-Asia Central a partir de la Revolución Iraní y el recrudecimiento de la Guerra Fría. Así, Pakistán -aliado por conveniencia de Estados Unidos- siguió de cerca los sucesos que llevaron al exilio del Sha en Irán en 1979, al igual que colaboró con la CIA en financiar y armar a los talibanes que luchaban en Afganistán contra las tropas soviéticas. Por supuesto que como operaciones propias, la zona de Cachemira -eterna disputa regional- ha sido un foco constante de intentos del servicio secreto pakistaní de desequilibrar la balanza a favor de Islamabad.
Se le acusa de haber dado muerte a Hamid Mir, el más famoso presentador de noticias de televisión del país, que había denunciado oscuras negociados que comprometían a la red de televisión y noticias Geo News -el empleador de Hamid Mir- con la agencia de espionaje militar integrante de la Dirección de Inteligencia Inter-Servicios.
Recientes investigaciones independientes determinaron que el ISI habría organizado los asesinatos del primer ministro sueco Olof Palme y el de Indira Gandhi, primera ministra de la India que integraban, junto los presidentes Raúl Alfonsín, Miguel de la Madrid (México), Julius Nyerere (Tanzania) y el primer ministro griego George Papandeu, el poderoso Grupo de los Seis, que puso en jaque a la industria armamentista.