ESCUCHARPor José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
La renuncia del exjuez Sérgio Moro al Ministerio de Justicia, que se suma a la ruidosa remoción del ministro de Salud Pública (en plena pandemia), Luiz Henrique Mandetta, conmociona a Brasil e inaugura un complejo capítulo en el devenir institucional del país. Ahora las miradas están puestas en los movimientos del ministro de Economía, el liberal Paulo Guedes.
Los tropiezos del presidente Jair Bolsonaro en la gestión de la crisis del coronavirus, que se suman a los graves problemas internos e internacionales generados por el desastre en la Amazonia (2019) y las tensiones con países como Francia o Argentina – para poner algunos ejemplos-, están horadando la coalición que vehiculizó su triunfo en las elecciones de 2018. Frente a la negación del problema sanitario asumida por el mandatario, que instó a ignorar medidas preventivas, los gobernadores estatales y los alcaldes asumieron el protagonismo cuestionando su criterio; incluso aquellos que lo habían apoyado desde el inicio.
Al finalizar marzo, una tensa videoconferencia con gobernadores de la Región Sudeste, la más rica y poblada del país, marcó un punto de inflexión al quebrarse todo límite con los gritos de Bolsonaro al gobernador de San Pablo, João Doria: “¡A usted se le subió a la cabeza la posibilidad de ser presidente de Brasil! ¡No tiene altura para criticar al Gobierno federal!”. Ronaldo Caiado, gobernador de Goiás (Estado que rodea a Brasília), antiguo y original apoyo de Bolsonaro, sostuvo que las instancias de diálogo habían llegado a su fin. Pocos y pequeños Estados brasileños mantienen el respaldo al presidente. Además, en un fuerte revés, el Supremo Tribunal Federal (STF) ratificó las medidas contra el coronavirus ordenadas por los gobernadores.
Brasil y los militares
Entusiastas de la candidatura Bolsonaro, los militares continúan apostando a sustentar su gobierno. Las elecciones presidenciales tuvieron una característica muy relacionada con este confuso espacio de turbulencias que transitamos en el mundo. Un político de extracción militar, que se hizo visible a partir de un discurso de extrema derecha, fue elegido por el voto popular. Capitalizó una combinación perfecta de tecnología de marketing político, la revulsión hacia los liderazgos más tradicionales que atravesaba el país y cierto prestigio que en muchos sectores la última dictadura militar brasileña (1964-1985) mantenía por sus realizaciones de infraestructura y desarrollo.
Su compañero de fórmula, Hamilton Mourão, es un general retirado. Bolsonaro cuenta además con ocho ministros de origen militar sobre 22 jefes de carteras, más presencia castrense que la exhibida en el mencionado período de facto o la que muestra hoy Venezuela (en un gobierno fundamentalmente sustentado en el sector militar).
Desde la vuelta a la democracia, el papel de los militares en Brasil se caracterizó por una fuerte presencia en la política interna, sin perjuicio de su rol en la Defensa. Ello se plasmó en la Constitución reformada en 1988, que asigna al sector el rol de garante de la ley y el orden, en el famoso artículo 142. Las fuerzas armadas tienen una suerte de “derecho-deber” constitucional de asegurar el funcionamiento de los tres poderes y sostener el Estado de derecho; cuando en la experiencia constitucional comparada postransición democrática, el principio operó al revés.
No obstante aquel apoyo inicial y la contribución del sector militar al gobierno de Bolsonaro, en medio de la crisis del coronavirus, la mayoría de la cúpula castrense ha mostrado un elíptico desacuerdo con las últimas iniciativas presidenciales. El domingo 19, Bolsonaro organizó un acto público frente al Cuartel General del Ejército, en Brasilia, en el que pidió una intervención militar y el cierre del Congreso y del STF, reivindicando la famosa “Acta Institucional N° 5”, de 1968 (que clausuró el Congreso y cercenó garantías constitucionales otorgando poderes aún más extraordinarios al Ejecutivo de facto de entonces). Tras el acto, el silencio militar dejó en claro que esa alternativa no se encuentra en sus planes inmediatos, al menos en el sentido requerido por Bolsonaro.
Perspectivas
Por si fuera poco, la fundación Fiocruz, elegida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como referente sanitario en la región, señaló que la cantidad acumulada de muertes se duplica en Brasil cada cinco días, frente a seis en Estados Unidos y ocho en Italia y España, por lo que la cuestión sanitaria es ser alarmante.
Quizá como respuesta oficial u oficiosa, el canciller Ernesto Araújo advirtió desde su blog oficial de que la pandemia es una herramienta de una conspiración mundial del comunismo, que se vale para ella de organismos internacionales como la OMS. Habrá conflicto por largo tiempo, según parece.
Peleado con los principales actores políticos y apostando fuerte ante una emergencia sanitaria que tiene en vilo al mundo entero, el futuro de Bolsonaro enfrenta nubarrones densos. Amenazado por un juicio político que atiza recuerdos por lo sucedido con Dilma Rousseff hace cuatro años, en un Congreso que tiene oficio para despachar presidentes (lo sabe Fernando Collor de Mello, además de Rousseff), hay quienes lo vienen sugiriendo, como indirectamente lo planteó el expresidente Fernando Henrique Cardoso.
Con la oposición “civil” fragmentada y sin recuperarse luego de su vinculación con hechos de corrupción, las FFAA ocupan una nueva centralidad, hoy enfocada en la responsabilidad del combate a la pandemia, con un aceptable consenso, ya sea con Bolsonaro o quizá con Mourão.
En un escenario tortuoso y movedizo, nos permitimos recordar la expresión de un diplomático estadounidense que visitó Córdoba en 2018 y dejó la frase que fue título de un artículo nuestro por entonces: “Brasil sigue en el hoyo”.
(*) Docentes – UNC
