Por Silverio Enrique Escudero
El giro a la derecha de América Latina impresiona. Su surgimiento y consolidación en la primera plana de la política de Brasil, y que su candidato esté a las puertas de ser presidente –salvo un milagro en el balotaje-, impresiona. Obliga, una vez más, a pensar.
La relación amo-esclavo que ha desvelado a enormes filósofos de la talla de Friedrich Hegel se ha corporizado como el método de análisis posible.
Cuestión que no sólo se convirtió en el núcleo central del materialismo dialéctico formulado por Karl Marx sino que también influyó con extrema dureza en las bases fundamentales del psicoanálisis. Temas que han marcado a fuego la relación desigual entre los seres humanos. Entre tiranos y tiranizados.
De este modo, la dialéctica histórica –más allá de cualquier otro detalle- es la dialéctica del amo y del esclavo. Lo que ha movido la historia es esa contradicción entre unos y otros y ha dado lugar a una desigualdad en la autoconciencia de los seres humanos.
La presencia de Jair Bolsonaro (JB) –o de personajes de similar laya- fue percibida por intelectuales brasileños de la talla Gilberto Freyre –autor el extraordinario libro Casa-Grande y senzala- y Ruy Mauro Marini, autor de la Teoría de la Dependencia.
JB y sus partidarios no hacen demasiado por disimular su adscripción ideológica al nazifascismo que quedó al desnudo en sus redes sociales, cuando amenazaron de muerte a nuestro querido y admirado Fernando Henrique Cardoso y el continente guardó silencio. América Latina retorna así, vociferante, al grito de “Alpargatas sí, libros no” a una de las etapas más viles de la política continental.
JB, hasta el domingo el más diletante de los diputados del congreso brasileño, se ha transformado abruptamente en el eje sobre el cual girará, si resulta electo, toda América Latina. Está dispuesto a someter a sus antojos a todas las naciones del subcontinente; destruir –por burocráticos e intrascendentes- los foros regionales, abandonar de una vez y para siempre el Mercosur- como una muestra de la potencia imperial de un Brasil que, pese a su profunda crisis económica y política, se sienta entre los decisores del Nuevo Orden Mundial.
Pero, a la vez, planea jugar en las grandes ligas de la ultraderecha por lo que está dispuesto a convocar a todos sus socios políticos a una convención a realizarse en Brasilia, con la presencia de, entre otros, Vladimir Putin, Marine Le Pen y Donald Trump.
JB, como fenómeno político y más allá de la supuesta ingenuidad de los votantes, no es más que el emergente más notorio del autoritarismo que campea entre los electores latinoamericanos. Votantes que han perdido el hábito de la lectura y la escritura y, por ende, el desarrollo del pensamiento crítico. Se consolida como modelo político una sociedad ágrafa.
Lo que pretende JB no dista mucho de ciertos dichos de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires sobre el acceso de los pobres a la educación.
Electores autoritarios –pertenecientes a la clase media- que sueñan con el regreso, en todo el continente, de las fuerzas armadas al poder por ser sinónimo de patriotismo y honradez. Supuesto que se hunde, que zozobra, en el mismo momento en que la realidad los enfrenta.
Como por aquí, con nuestras fuerzas armadas cuestionadas no sólo por violaciones a los derechos humanos sino por “desaparecer” el Fondo Patriótico de Malvinas.
“Patriotas” que, en el caso de Brasil –y durante la larga dictadura brasileña- se dieron a la tarea de exterminar a las tribus amazónicas para apropiarse de sus tierras; conformar compañías multinacionales mineras en donde son accionistas mayoritarios; y, por cierto, acabar definitivamente con la reserva forestal del planeta.
Esas mismas fuerzas armadas que, a partir del gobierno de Getúlio Vargas, han entregado territorios estratégicos a Estados Unidos para conformar el rosario de bases militares –muchas de ellas secretas- para volver a ser, como se decía en los ámbitos políticos de los años 60 y 70, en la preferida del “harem imperial”.
Bolsonaro es el líder emergente de los nacionalismos, que han entrado en un cono de silencio. Tratan de ocultar todo lo dicho hasta ahora. Razón por la cual los discursos “patrioteros”, tan propios de nuestros conservadores están, aun, más vacíos de contenido que en los días previos a la primera vuelta.
Estamos, aun antes de que JB asuma, frente a la imagen de un quebrado, de un insolvente. Las mejores cuentas habrá que sacarlas de la experiencia argentina y extrapolarlas.
¿Dónde estuvieron los campeones de la nacionalidad que no defendieron el interés nacional que se mal vendía durante el gobierno de Carlos Saúl Menem? ¿Cuánto le debe el peronismo a Bernardo Neustadt como la cabeza pensante más importante de estos últimos 30 años de historia argentina?
¿Qué rol cumplieron los nacionalistas argentinos en los despachos oficiales donde se percibían suculentos sueldos y una cuotaparte de las coimas de la venta del patrimonio nacional? ¿Cuál es el legado político e intelectual de Menem, una mala copia en goma eva de Juan Facundo Quiroga?
¿Hasta cuando el congreso será el aguantadero institucional de Argentina?
Desde el triunfo de JB hemos escuchado un revivir nacionalista.
Vacíos y vacuos como siempre, no explican por qué el preferido de los electores eligió como ministro de Hacienda a Paulo Guedes, uno de los más célebres Chicago Boys de América Latina.
Su plan de gestión es simple. Pretende enajenar todo.
No hay lugar para sorpresas, estamos frente a un gobierno militar, ultraconservador en lo político y social y ultraliberal en lo económico. La venta de Petrobras y el parcelamiento del Amazonas figuran entre las primeras medidas a tomar.
Quizás todo ello ocurra en los primeros cien días del eventual gobierno de JB. Las ilusiones de muchos seguidor del Partido Social Liberal estallarán por los aires. En especial los que soñaron que sería un partido antisistema.
No tiene reaseguros posibles –como le ocurrió a la coalición que gobierna la República Argentina-. No entienden la lógica del mercado y su voracidad.
La elección de Guedes como gurú económico de JB y probable ministro de Hacienda se dará de bruces con el ideario político del líder ultraderechista si es electo presidente. Guedes pretende un Estado cuanto más chico mejor.
Es que este ex profesor, fundador de centros de estudio económico, de bancos y gestoras de cartera, es un ultraliberal de pura cepa –explican los especialistas en economía-. Sus ideas y promesas explican por qué la Bolsa de San Pablo celebró con un alza de hasta seis por ciento en la apertura de este lunes la clara victoria obtenida por JB en la primera vuelta (46% de los votos), que lo dejó en inmejorable posición para derrotar a Fernando Haddad (29%) en el balotaje del 28 de octubre.
Formado en Brasil pero moldeado en la Universidad de Chicago, donde hizo su maestría y su doctorado, Guedes, de 69 años, fue siempre un activo promotor de la apertura económica, la reducción de impuestos y la simplificación de la estructura fiscal.
Tal vez por eso su acercamiento al proteccionista JB llamó la atención y chocó a quienes entienden que el proteccionismo histórico brasileño no entra en el diccionario de ningún liberal ortodoxo como Guedes.
En declaraciones al diario O Globo, JB justificó su elección económica con Guedes: “De verdad, no entiendo de economía”, confesó.
“La última que dijo que entendía fue Dilma (Rousseff, la presidenta depuesta por el Congreso en 2016) y fundió el país”, completó Guedes en una conferencia en enero.