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Bielorrusia (Rusia Blanca): ¿otra revolución naranja?

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Por Sebastián Lanza Castelli (*)

Últimamente se están desarrollando diversos hechos en Bielorrusia muy similares a los acaecidos en Ucrania en el año 2014. En aquel entonces se produjo allí lo que se conoció como la “revolución naranja” con epicentro en la plaza Maidan, cuando un golpe de Estado orquestado por los “americanos”, en su inclaudicable derrotero de avanzar sobre la antigua orbita de dominio soviético, se derrocó el gobierno del ex presidente Víctor Yanucovich, pro ruso, para colocar uno afín a los intereses de la OTAN.

Sabemos el resultado: la pérdida de Crimea y la separación de hecho de la parte oriental de Ucrania, en ambos casos en beneficio de la Federación Rusa y el oeste del país con epicentro en Kiev, bajo la esfera occidental que logró colocar un presidente, Petro Poroshenko, aliado de EE UU y empresario a fin a las políticas neoliberales dictadas desde Washington y Bruselas.

Bielorrusia, que se encuentra enclavada en una zona vital (sin salida al mar y que limita con Polonia, Lituania, Rusia y Ucrania) en el corazón de “Eurasia”, región bi-continental al que muchos estrategas y politólogos desde tiempos inmemoriales definieron y definen como clave a la hora de dominar el mundo. Algo así como para un boxeador apoderarse del centro del cuadrilátero durante el combate.
La zona otorga muchas ventajas desde el punto de vista estratégico, político y económico; aquel que ocupe la mayor porción de esta región tendrá primacía sobre sus oponentes. La superficie de Eurasia es de nada más ni nada menos que 55 millones de km cuadrados, de los cuales Rusia ya posee 17 millones distribuidos, cinco en Europa y el resto en Asia.

Bielorrusia fue parte del Rus de Kiev, de Lituania y Polonia y a lo largo de su historia solo disfrutó de un año de independencia, entre 1918 y 1919). En cuanto a su historia reciente a fin de ponernos en contexto, debemos mencionar que en el año 1991, cuando terminaba de derrumbarse la Unión Soviética con apenas algo más de 70 años de historia, se decidió la desintegración del gigante comunista. Lo consensuaron la OTAN y su “comandante en jefe” EEUU con Mijail Gorbachov, mandamás por aquel entonces del alicaído imperio e ideólogo de la perestroika (en ruso significa reestructuración).

Pero el acuerdo incluía el compromiso occidental de no avanzar sobre todos aquellos territorios que alguna vez formaron parte del antiguo “reino” de Stalin y Lenin: los países de la “cortina de hierro”.
Obviamente, lo acordado en la mesa de negociaciones no fue cumplido en los hechos y occidente “ocupó” raudamente aquellos estados, incorporándolos a la Unión Europea y a la mencionada organización del Atlántico norte. El objetivo era muy simple: aplastar definitivamente el potencial poderío de la nueva Federación Rusa, heredera del imperio soviético, que estaba y está en disputa Eurasia.

Bielorrusia, que como dijimos se encuentra enclavada en el corazón de esa gigante masa geográfica, con unos 200 mil km cuadrados de extensión (algo así como Córdoba y San Luis conjuntamente) y casi 10 millones de habitantes, sufrió numerosos hechos traumáticos en su historia, como lo fueron la ocupación soviética en 1919, invasión la nazi desde los albores de la Segunda Guerra mundial hasta casi el final de la misma y el desastre de Chernobyl, en la vecina Ucrania que impactó severamente en el medio ambiente bielorruso.

Casi desde su independencia se ha mantenido en el poder el actual presidente Lukashenko, pro ruso y porsupuesto en su momento pro soviético. Sin embargo, coqueteó en diversas ocasiones con estados miembros de la OTAN, hasta que Rusia amenazó con dejar de transferirle petróleo convencional a precio de costo que incluso los bielorrusos aprovechan su excedente y lo re venden a mayor precio a los países de la Europa occidental.

Este intento de Lukashenko por apartarse de la alianza con Rusia fue breve. Pretendió obtener el petróleo no convencional de esquisto (shale oil) a occidente, en lugar de continuar la adquisición del convencional a la Federación Rusa.
Al no resultar un negocio rentable para los intereses de su país, Lukashenko retornó rápidamente al cobijo de la federación comandada por Vladimir Putin, sino que ambos presidentes en el mes de julio pasado dieron origen a una nueva entidad supranacional con fines de asistencia económica, política y de defensa denominada: “Estado de la Unión”.

Esto no fue bien visto por parte de los países miembros de la OTAN, principalmente Polonia, los estados bálticos (países que tienen un odio ancestral contra Rusia y todo aquel que ose a ser su aliado) y obviamente Estados Unidos, que comenzaron a fogonear con la complicidad de los medios locales pro occidentales (y, según versiones del gobierno bielorruso, infiltrados) un ambiente propicio para buscar el desconocimiento del resultado de las elecciones celebradas el pasado 9 de agosto que dieron una vez más el triunfo a Lukashenko.
El objetivo era colocar como nueva presidente a la derrotada en los comicios, la pro occidental Svetlana Tikhanovskaya, la que finalmente ante el fracaso de la intentona golpista huyó y se refugió en Lituania.

De suma importancia resultó, a los fines de promover el intento de golpe de Estado en contra del presidente que había ganado legítimamente las elecciones, el canal central de noticias NEXTA, manejado por la ultraderecha y las elites pro occidentales de ese Estado europeo. Ello pudo una vez más sobre el tapete el poder que ejercen los medios de comunicación en el imaginario colectivo, al que en gran parte esculpen de acuerdo a las necesidades “capitalistas y neoliberales” del presente.

Entonces, el vuelco definitivo de Lukashenko en favor de Putin luego de su triunfo eleccionario provocó que occidente comienzara a organizar manifestaciones y protestas con la complicidad de los medios de prensa hegemónicos, nacionales e internacionales, buscando derrocar al mandatario y colocar a la malograda Svetlana, para poder seguir minando el poder que abarcaba la Federación Rusa en su antigua zona de influencia, cuando formó y comandó la ex URSS.

Bielorrusia, la antigua Rusia Blanca como se la conocía (y aun se la conoce), ubicada como dijimos en esa zona ultra estratégica conocida como Eurasia, por ahora vuelve a ponerse del lado de la Federación Rusa. Sabemos que con EEUU las cosas generalmente no acaban tan rápido y es posible que vuelvan a producirse sofocones. Pero por ahora Putin ha sabido manejar desde lo “comercial” a su aliado, es decir con el suministro de petróleo a bajo precio, mineral vital para un país como el bielorruso que no cuenta con dicho mineral.
Veremos cómo se desarrollan los próximos acontecimientos.

(*) Abogado

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