Benjamín Netanyahu, jaqueado por el pueblo judío

El Estado de Israel atraviesa la mayor crisis política de su historia. A la ancestral cuota de violencia que tiene como destinatarios a los palestinos, se suma la creciente protesta popular contra la reforma judicial que propone el gobierno de Benjamín Netanyahu.

El gobierno está compuesto por una alianza entre ultraortodoxos, escuelas rabínicas y talmúdicas judías, terraplanistas, fundamentalistas políticos, fascistas y colonos racistas, y supone un verdadero cambio de régimen político que algunos analistas hebreos no dudan en calificar de golpe de Estado que busca lapidar para siempre la división de poderes, eje fundamental de la democracia.

Cuestión esta que envalentona a colonos extremistas que, montados en la tradición de los judíos que arribaron en el “Éxodo 1947” al país de la tierra prometida, atacan las propiedades de árabes, palestinos y ciudadanos extranjeros no judíos para transformar la zona en un polvorín extra que hace velar armas a los gobiernos árabes de la región, a la ultra sensible Europa y Estados Unidos.

Algunos analistas internacionales expertos en la política de Oriente Medio aseveran que Israel movilizado, con la gente en las calles, no es “ni mucho menos el único país que se enfrenta a maniobras políticas para debilitar su democracia, ni la única nación dirigida por un político astuto que intenta manipular el sistema en su propio beneficio. Y los ciudadanos de Israel no son ni mucho menos los únicos que ofrecen resistencia para defender su democracia”.

Netanyahu, prisionero de sí mismo, se encuentra atrapado entre la espada y la pared. Si accede a las demandas de la creciente ola de manifestantes, los miembros extremistas de su coalición podrían abandonarlo, lo que significará en cualquiera de los casos el fin de su mandato y su megalomanía, que le lleva a intentar erigirse en un héroe nacional superior a Yossi Harel o David Ben Gurion.

En su debilidad manifiesta, Netanyahu logró que su ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, del partido radical Jewish Power, le diera un pequeño respiro. Accedió a posponer la reforma judicial prometida en los documentos fundacionales por, apenas, 60 días.

A cambio, Netanyahu aceptó crear una guardia nacional -irregular y cuasi clandestina- bajo el comando de Ben Gvir, una idea demasiado peligrosa.

Una milicia -en su forma y su espíritu- igual a las Sturmabteilung o S.A., también conocidas como “camisas pardas” usadas por Adolf Hitler como una fuerza paramilitar para reprimir reuniones de comunistas, socialistas y social demócrata-, al mando exclusivo de un ministro del gobierno radical que, en el centro de esta disputa, podría convertir la resistencia civil en el germen de una guerra civil.

Sin embargo, parece haber comenzado hace mucho. Después de todo, la democracia está a la defensiva en todo el mundo desde hace casi dos décadas y ha ido perdiendo terreno.

Para muchos, la quiebra del Estado de Israel avizora el comienzo de la agonía de Occidente. Netanyahu, como los políticos de otros países, incluido Estados Unidos, ha demostrado su voluntad de comprometer los valores de la nación para servir a sus propios fines. Ha empañado un legado que muchos israelíes habían visto con buenos ojos. Un político de talento que se ha vuelto víctima de su propia arrogancia.

El juego político de Netanyahu es, por momentos, muy complejo e indescifrable. Hace escasos días, el gobierno israelí acordó con su par polaco reanudar los periplos de la juventud israelí a Polonia.

La condición impuesta por este último pais fue que la juventud israelí, amén de visitar los campos de exterminio, visite igualmente espacios que reflejan el sufrimiento y tributo padecido por el pueblo polaco durante la ocupación nazi.

“En principio se trata de una exigencia razonable –se lee en el DiarioJudio.com editado en México-, recuérdese que tres millones de polacos perecieron durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que el antedicho convenio es que dejó a un lado y se omite deliberadamente es que alrededor de 250.000 judíos residentes en Polonia procuraron durante la guerra huir de los guetos, campos de trabajo y de exterminio e incluso de las estaciones de ferrocarril. Al culminar la guerra, sólo sobrevivió un 10 por ciento del guarismo invocado. La mayoría de los judíos fallecidos fueron entregados por ciudadanos polacos tanto a las autoridades nazis como a la policía polaca o fueron asesinados por los mismos polacos. Incluso en la Resistencia Clandestina Polaca también se exterminaron judíos. En un plano más concreto, se pretende que la juventud judía e israelí durante su estadía a Polonia, visite museos que exaltan la trayectoria de héroes polacos en su lucha contra el comunismo que imperó en Polonia, pero que la vez participaron activamente en la matanza de judíos”.

La batalla en defensa de la democracia en Israel apenas comenzó. Se suman a diario cientos de voces contra el fascismo y en favor de la paz. Y, de paso, denuncian los intereses económicos y financieros que están detrás de la guerra contra Palestina.

Es el gobierno del terror. Una relectura del italiano Pietro Citati nos recuerda horas trágicas de la humanidad.

Cuando en 1939 media Europa abría sus brazos alborozada para recibir a Hitler no comprendió la dimensión del personaje. Luego fue tarde. Tuvo que rendirse y ser esclavizada mientras un puñado de partisanos, todos hombres y mujeres libres, preparaban la resistencia.

Se recreaba la leyenda de David contra Goliat. Había que enfrentar a las hordas nazis y detener como fuese posible el proceso que hubiera acabado con la cultura de Occidente.

La secuencia de hechos que lleva adelante el gobierno de Netanyahu se parece demasiado a los preparativos que desataron la Segunda Guerra Mundial. Aprovecha el descontento generalizado de la sociedad ante la incapacidad manifiesta de la política de encontrar soluciones inteligentes a la creciente crisis económica y social, porque está preocupada por sus futuros conchabos y consolidar su fortuna. Cualquier semejanza con la realidad no es una mera coincidencia.

Israel es una de las últimas fronteras contra el fascismo. También se deberá entender el gobierno de Jerusalén –siguiendo las reflexiones del maestro Daniel Barenboin- que si no existe solución militar para el conflicto árabe-judío “buscar otra clase de solución es inevitable”.

Tan complejo es el problema que la solución estaría al alcance de la mano. Habría que derrotar definitivamente a los nacionalismos. Porque estos, aliados a los fundamentalismos religiosos, se transforman en la simiente principal de la violencia política y el mayor desafío para la cultura democrática que, por su hechura europea, no entiende lo que sucede en otras latitudes de la tierra.

Pero tamaños yerros pueden ser solucionados si los decisores son capaces de sentarse a la mesa de negociaciones con espíritu colaborativo y mente abierta. Porque ya ha costado demasiadas muertes, demasiada sangre derramada.

Esa sería la vertiente posible donde la humanidad es capaz de forjar una nueva instancia. Para, de esa manera, ganar la batalla por la paz, bajo las banderas de la convivencia, los derechos humanos, el progreso técnico-científico y la democracia.

Ese es el sistema político más sabio del mundo, porque tal vez ese hecho le haya permitido una y otra vez levantarse de sus propias ruinas cuando parecía condenada a la extinción.

Es preciso dejar sentadas algunas preguntas que buscan desesperadamente respuestas:

1. ¿Qué soluciones encontrará la política ante la debilidad de los Estado-Nación ante el poderío de las empresas multinacionales?

2. ¿Cómo enfrentar la colonización y la conquista de pueblos débiles por países poderosos que los condenan al hambre y la pobreza?

3. ¿Cómo proteger a los valientes que levantan su voz contra los abusos y crímenes de lesa humanidad que son acallados por la muerte, la tortura o la cárcel?

Por este sendero la humanidad encuentre las claves que derroten a Benjamín Netanyahu y estalle la esperanza de una paz duradera en Palestina y la Franja de Gaza.

Benjamín Netanyahu, jaqueado por el pueblo judío

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