Cataluña “da miedo”. La Constitución del 78 estipula que España es un conjunto de naciones.
Si aquélla se va, ésta pierde su potencia industrial más importante. Cataluña no sólo es un polo turístico sino que también produce 18% del PBI del país
Por Constanza Labate (*)
Exclusivo para Comercio y Justicia
Luego del atentado terrorista del 17 de agosto y sus consecuentes actos políticos en Barcelona, a los que concurrieron el rey Felipe VI y el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy (PP) – a quienes los catalanes abuchearon-, la estratégica muestra de aversión entre ambos pueblos continúa.
Se ha dicho que estos actos fueron utilizados de manera oportuna por los dirigentes madrileños para evocar el sentido de unidad que pesa sobre todos los ciudadanos españoles.
El objetivo es acallar las intenciones de Cataluña de separarse del Estado español mostrando la “unión” permanente de toda la Comunidad Europea; la que, claro está, ha demostrado ya vastas veces en su corta vida de existencia, el fracaso rotundo que acarrea su origen. El inevitable colapso de sus “fraternidades” esgrimidas incontables veces entre pueblos que, desde la más remota de la historia del Viejo continente, pugnan por autodeterminarse, independizarse o, si se prefiere, ser soberanos. Se trata de diferentes matices conceptuales de un mismo objetivo: la posibilidad de que los pueblos-naciones, históricamente constituidos, puedan gobernarse a sí mismos.
La Nación -en su conceptualización tradicional, aunque puede discutírsele hoy- es una geografía determinada donde sus habitantes comparten una lengua común, una historia, tradiciones que les son propias y, sobre todo, podríamos agregar el sentimiento de reconocerse como, por ejemplo, catalanes. Pero también aclaremos que, ante esta crisis de la Comunidad Europea, encontramos otros casos vigentes de pueblos que reclaman dicha soberanía: los vascos, los escoceses, Irlanda del Norte, algunas comunidades italianas, los Balcanes, la pelea entre flamencos y valones, el conflicto permanente entre Ucrania y Rusia, Turquía y Alemania, los refugiados y, por supuesto, el más resonante de los últimos años, el brexit. Todo esto demuestra el fracaso inminente de la Comunidad. De no serlo, por lo menos podemos pensar en las fracasadas estrategias que el Parlamento Europeo no consigue poner en marcha para que las fraternidades al fin convivan en “armonía”.
Si ya el siglo XX y sus “guerras mundiales” han destrozado aquellos valores modernos o, como escribió Zygmunt Bauman, este nuevo siglo se caracteriza por la llamada posmodernidad líquida, que reemplaza la clásica modernidad, en la cual el control del tiempo se mantiene acelerado y los hechos históricos se suceden uno tras otro, a gran velocidad. En definitiva, desoyendo el pedido de estos pueblos-naciones, la Comunidad no puede esperar más que un conflicto permanente, una tensión incontrolable. En este contexto y en medio de la espectacular escena internacional de “apoyo mutuo” entre Madrid y Cataluña ante el ataque terrorista de agosto pasado, el histórico reclamo catalán de separación e independencia volvió a transformarse en el tema de agenda del país en el último septiembre. Sucedió que, desde el 6 de ese mes, el Parlamento de Cataluña ha llamado a otro referéndum para el día 1 de octubre para la consulta ¿ciudadana? acerca de la posibilidad de independizarse del Estado español. Como consecuencia, no sólo el presidente del Gobierno llamó inmediatamente a proclamar tal medida de ilegal sino que movilizó la Guardia Civil para que intercediera en dicha consulta popular, secuestrando urnas, boletas, cerrando colegios, generando enfrentamientos entre los catalanes… ¿democracia?
Es que en España se debate el carácter democrático que dice tener desde que, en 1978 y luego de la muerte del dictador Francisco Franco (1975), comenzó la tan cuestionada “transición”. Es decir, el primer llamado a las urnas democráticas luego de la dictadura que duró 40 años. Muchos consideran que la transición fue en realidad una ficción política en la que la gran burguesía nacional pactó entre sí para mantenerse en el poder -muchos de sus miembros leales al franquismo- y entre los que, aún hoy, se concentran en el bipartidismo clásico (PSOE – PP). La persecución del PP a los votantes catalanes no hace más que afianzar el inminente debate que debe darse en torno a la pobre democracia española.
Resta explicar que el cuestionamiento de la voluntad de los ¿ciudadanos? apela a seguir pensando la monarquía española como una institución importante entre algunos españoles. Es decir, no es casualidad que el reclamo de Cataluña se base no sólo en la separación y la independencia del Estado español sino que se proclame como república.
La salida, para algunos, debería ser, en estos esfuerzos progresistas por fortalecer esta democracia, una salida pactada. Es decir, que se renegocien las condiciones entre Cataluña y Madrid para evitar la independencia. Muchos españoles ven con ¿tristeza? la pérdida de Cataluña…, es que ¿acaso no ven que no se trata de un capricho de la Historia? ¿Qué hay detrás de la independencia? ¿A quiénes beneficiaría y a quiénes no? La salida pactada es imposible. La prueba está en la irreconciliable posición que adopta el gobierno de Rajoy al imponer, invadir y violentar la autonomía de la que ya goza Cataluña. En 2014, en el recordado 9N (9 de noviembre) se llevó adelante otro referéndum en el que ocurrió lo mismo que ahora: Madrid lo prohibió y se “canceló”. Aunque se votó igual, los catalanes que acudieron a las urnas no superaron 30% del padrón y, además, en esa oportunidad, el referéndum no era vinculante. Es decir, el resultado podía o no tomarse en cuenta para llevarse a la práctica. El resultado fue de 80% a favor de la independencia.
Cataluña da miedo. En la Constitución del 78 se encuentra estipulado que España es un conjunto de naciones. Si Cataluña se va, España pierde la potencia industrial más importante de la geografía. Cataluña no sólo es un polo turístico importante sino que también produce 18% del PBI del país. Desde el siglo XIX es la región más industrializada y, junto con el País Vasco, conforman el crédito financiero más importante. Por esto, probablemente sin Cataluña, ni España ni Madrid han de ser lo mismo. La independencia deja de ser una mera discusión filosófica de café, donde el ciudadano promedio imparte su punto de vista más o menos nacionalista. En realidad, vemos la puja de poder entre las grandes burguesías madrileña y la catalana y un reclamo histórico y bien constituido que hace peligrar los intereses de la burguesía capitalina.
De ninguna manera se puede pensar que sin llevar a cabo el referéndum se forzará a más democracia. Por el contrario, hemos de esperar -la historia nos enseña así- que la violencia se instale para dirimir el conflicto. Apelar sólo al diálogo no sólo parece naif, imposible, sino que demuestra la poca memoria para comprender cómo se resuelven los conflictos de intereses entre los pueblos, por lo menos en los últimos 200 años, los intereses capitalistas.
En cambio, el derecho de autodeterminación de los pueblos, muy presente en algunas determinaciones de la ONU, sobre todo en casos de pueblos coloniales, y cómo un principio fundamental del Derecho Internacional Público esgrime la oportunidad de que los pueblos puedan decidir sus propias formas de gobierno, bajo el principio de igualdad y desarrollarse libremente de toda injerencia externa. Éste es el argumento jurídico al que apela la contraparte de este debate por Cataluña. Es un viejo argumento que incluso se esboza como fundamental en la propia Revolución Francesa de 1789.
Se han de analizar con más profundidad estas variantes para no minimizar el caso de Cataluña, que requiere de una historicidad mayor para comprender los orígenes del catalanismo, el nacionalismo y la propia conformación del Estado español. Mientras tanto, las nuevas estrategias políticas de los viejos políticos, con nuevas máscaras pero mismos argumentos y objetivos… Sus actos, sus calamidades y sus fobias me huelen a fascismo.
(*) Docente. Investigadora.