miércoles 6, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Así ganó Trump, otra vez

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Por Nate Cohn * para The New York Times

Cuando Donald Trump ganó la presidencia hace ocho años, fue fácil calificar su victoria de cerrada o incluso desestimarla como un golpe de casualidad. Esta vez no.

A pesar del “6 de enero”, del fin de “Roe contra Wade” y de una condena por delito grave, Trump obtuvo una clara victoria. Va camino a ganar los siete estados disputados. Logró avances en todos los rincones del país y en casi todos los grupos demográficos: si mirás el mapa sobre lo que cambió desde 2020, verás un mar de rojo, el color que identifica a los republicanos.

Según nuestras estimaciones, Trump también va camino de convertirse en el primer republicano que gana el voto popular nacional en 20 años.

Al mismo tiempo, no hay que exagerar el alcance de su victoria. No fue aplastante. Una victoria de uno o dos puntos porcentuales en el voto popular nacional con unos 312 votos electorales no es inusual. No es tan grande como la modesta victoria de Barack Obama en 2012, y está muy lejos de las elecciones del “cambio” como la de Obama en 2008 o la de Bill Clinton en 1992.

Pero Trump no es un candidato cualquiera. En consecuencia, una victoria cualquiera resulta mucho más elocuente que lo habitual. Un delincuente que intentó anular unas elecciones no se consideraría normalmente viable en unas presidenciales. Pero no solo era viable, sino que ganó de forma un tanto convincente.

A pesar de que triunfó, la mayoría de los votantes consideraban que Trump era un candidato poco atractivo. La encuesta de boca de urna de CNN reveló que solo el 44 por ciento tenía una opinión favorable de él, frente al 54 por ciento que tenía una opinión desfavorable. Una mayoría, el 55 por ciento, dijo que sus opiniones son demasiado extremas. Obviamente, hay muchos aspectos del atractivo de Trump que estas simples preguntas no miden fácilmente. Pero la victoria de Trump puede decir más sobre los demócratas y el deseo de cambio del público que sobre el propio presidente electo.

Después de todo, sobre el papel, los demócratas no estaban en una posición sólida para ganar estas elecciones. Ningún partido conservó la Casa Blanca cuando el índice de aprobación del presidente era tan bajo como ahora y cuando tantos estadounidenses pensaban que el país iba por mal camino.

Las señales de que los votantes se habían amargado con los demócratas estaban por todas partes. La más obvia fue la fallida campaña de reelección de Joe Biden, que se fundamentaba en la idea de que los votantes encontraban a Trump tan desagradable que pasarían por alto cualquier recelo hacia el presidente en funciones. Esta suposición se derrumbó públicamente con el primer debate presidencial, a pesar de que mucho antes los votantes habían estado expresando a los encuestadores lo descontentos que estaban con Biden.

Y los signos de la creciente fuerza republicana estaban por todas partes. Trump no solo aventajaba a Biden en las encuestas incluso cuando se acumulaban las imputaciones por delitos graves, sino que también mostraban que los republicanos superaban a los demócratas en identificación partidista por primera vez en dos décadas. Las cifras de inscripción republicana aumentaron. Trump ganaba incluso entre los votantes jóvenes, negros e hispanos, grupos históricamente considerados vehementemente anti-Trump.

Todo esto ocurrió en un contexto de agitación política en todo el mundo industrializado. Tras la pandemia y el aumento de los precios, los votantes de un país tras otro, elección tras elección, votaron contra el partido en el poder. En términos más generales, las dos últimas décadas se caracterizaron por el auge de los partidos populistas de derecha y el correspondiente declive de la fuerza del centro-izquierda entre los votantes de la clase trabajadora.

A pesar de todo esto, los demócratas tuvieron una verdadera oportunidad de todos modos. La decisión de la Corte Suprema de anular “Roe”, la impopularidad personal de Trump y sus acciones del 6 de enero de 2021 dieron a los demócratas argumentos de peso que parecían suficientes para permitirles ganar unas elecciones a las que entraron con desventaja.

La propia Kamala Harris probablemente contribuyó a dar una oportunidad a los demócratas. No era una candidata perfecta -traía importantes lastres de su época en el gobierno de Biden y de su campaña para la candidatura demócrata de 2020-, pero revitalizó a su partido, ganó el debate contra Trump en septiembre y evitó dar pasos en falso importantes.

No obstante, la noche de las elecciones acabó con una dura reprimenda a los demócratas. No fue como en 2016, cuando Trump ganó entre un único grupo demográfico, los votantes blancos de clase trabajadora, quienes se concentraban de forma desproporcionada en los principales estados disputados. En cambio, Trump ganó en todos los ámbitos, incluso entre los votantes que parecían más escépticos respecto a él hace ocho años, desde los hispanos de Nueva York hasta los trabajadores tecnológicos de San Francisco.

Tal vez la prueba más llamativa del reproche vino de los territorios demócratas. Trump obtuvo grandes ganancias en Nueva York, donde mejoró su margen de 2020 en más de 10 puntos. El miércoles por la mañana, Harris iba camino de ganar Nueva Jersey por solo cinco puntos.

En California, los primeros resultados mostraban a Harris con solo 18 puntos de ventaja en su estado natal, en comparación con la victoria de 29 puntos de Biden hace cuatro años. Trump parecía haber logrado avances incluso en bastiones liberales como San Francisco y el condado de Alameda, donde se encuentran Berkeley y Oakland.

Los primeros resultados en Dearborn, Míchigan, donde vive la mayor población árabe-estadounidense del país (y donde Biden ganó por 39 puntos), mostraban a Trump muy por delante, y a Harris adelantando solo con un estrecho margen a la candidata del Partido Verde, Jill Stein, en el segundo lugar.

Trump pareció obtener sus mayores ganancias entre los votantes hispanos, tanto en las encuestas a boca de urna como en los resultados de los condados con muchos votantes hispanos. El condado de Miami-Dade, en Florida, votó a Trump por 11 puntos, frente a la victoria de Biden por siete puntos en 2020 y la de Hillary Clinton por 29 puntos en 2016. Los bastiones del Valle del Río Grande, en Texas, antaño confiablemente demócratas, fueron todos republicanos, un cambio asombroso respecto a hace ocho años, cuando Hillary Clinton obtuvo entre el 70 y el 80 por ciento.

Al final, no hubo muchas partes del país en las que a Harris le fuera mejor que a Biden en 2020. Hubo un puñado de condados del anillo exterior en torno a Atlanta y Dallas, donde el cambio demográfico impulsó las ganancias demócratas, pero por lo demás se trató sobre todo de una dispersión de condados rurales y blancos, a menudo en las grandes llanuras y el interior del oeste.

Nada de esto es lo que los demócratas habrían imaginado hace una década, cuando muchos de ellos suponían que el cambio demográfico y generacional traería una nueva mayoría demócrata. En lugar de eso, muchos de los votantes que los demócratas consideraban la base de su coalición se sintieron tan frustrados con el statu quo que decidieron apoyar a Trump.

(*) Analista político jefe del Times. 

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