viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Artífice de su propia desdicha

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Nikolái Vasílievich Krylenko nació el 2 de mayo de 1885, en Bejtéyevo, un pequeño municipio del óblast de Smolensk, en la Rusia zarista de por entonces.

Se unió a la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en 1904, siendo estudiante de historia y literatura en la Universidad de San Petersburgo, bajo el pseudónimo político de “camarada Abram”. Entre detenciones y exilios por causa de la política, finalizó esa carrera para, luego de un corto tiempo en el Ejército Imperial Ruso, en 1912, volver a la política y ser deportado, esta vez a Járkov, donde estudió derecho. 

Krylenko tomó parte activa en la Revolución de Octubre en Petrogrado como recién nombrado presidente del Congreso de Sóviets de la Región del Norte y dirigente del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado. 

Tras el rechazo del comandante en jefe en funciones, general Nikolái Dujonin, de abrir las negociaciones de paz con los alemanes, Krylenko fue nombrado comandante en jefe el 9 de noviembre de 1917. Al llegar al cuartel general del alto mando en Maguilov, el 20 de noviembre, arrestó a su predecesor, quien luego fue acuchillado y pisoteado hasta la muerte por los guardias rojos por órdenes suyas. 

A partir de 1918 empieza su carrera legal, por decirlo así, siendo nombrado presidente del Tribunal Revolucionario del Comité Ejecutivo Central Panruso, a la vez que ejercía en simultáneo como miembro del órgano de Fiscales del Tribunal Revolucionario.​

De ese tiempo es su alocución del 23 de junio de 1918, por la que intentó justificar que no existía contradicción entre la ejecución del almirante Shchastni y la previa abolición de la pena de muerte por parte del gobierno bolchevique, en noviembre de 1917, expresando que el almirante opositor no había sido condenado a “muerte” sino a “ser fusilado”. Como puede verse, los sofistas del derecho han abundado en todos los tiempos y regiones. 

Merced a las varias obras respecto del derecho que escribió en las décadas de 1920 y 1930, Krylenko se convirtió en uno de los inspiradores principales del sistema judicial soviético, postulando el sistema de “legalidad socialista”, en el cual eran las consideraciones políticas revolucionarias -no las provenientes de la teoría del delito- las que debían decidir culpabilidad, inocencia y castigo de un acusado. 

Colaboró asimismo en la redacción de dos proyectos del código penal soviético, uno en 1930 y otro en 1934. 

En Let history judge, un libro de historia soviética de Roy Medvedev en que critica el estalinismo desde una perspectiva marxista, se encuentra un episodio revelador del pensamiento de Krylenko. En un encuentro con Mijaíl Petróvich Yakubóvich, un bolchevique de la primera hora (1914) que luego cometió el error de cambiar de ideas y pasar a ser menchevique en 1920. Arrestado en 1838 y torturado por la OGPU, cruel antecesora de la KGB, antes de su juicio Krylenko se apareció por su celda para decirle: “No tengo ninguna duda de que tú, personalmente, no eres culpable de nada. Ambos estamos desempeñando nuestro deber hacia el Partido; te he considerado y te considero un comunista. Yo seré el fiscal en el juicio; tú confirmarás el testimonio dado durante la investigación. Éste es nuestro deber hacia el Partido, el tuyo y el mío. Pueden presentarse complicaciones imprevistas en el juicio. Cuento contigo. Si surge la necesidad, pediré al juez que preside que te llame. Y tú encontrarás las palabras adecuadas”. Para condenarse a sí mismo, obviamente. No sería hasta luego de la muerte de Stalin en 1953 que Yakubóvich fue liberado, siendo “rehablitado” en 1956.

Desde julio de 1936 Krylenko desempeñó el cargo de comisario del pueblo de Justicia de la URSS, sin ser alcanzado por la primera oleada de la Gran Purga entre 1935 y 1937. Pero en la sesión inicial del nuevo Sóviet Supremo de la Unión Soviética de enero de 1938, le tocó el turno y fue atacado por un estalinista tan ferviente como él, Mir Jafar Baghirov. 

Después de ello fue cesado de su cargo y privado de toda influencia. Salió de Moscú hacia su dacha en las afueras de la capital. A inicios de la tarde del 31 de enero de 1938, recibió una llamada de Iósif Stalin en persona tranquilizándolo sobre su seguridad: “No te entristezcas. Confiamos en ti. Horas más tarde, la dacha fue rodeada por un escuadrón del NKVD, el servicio secreto de la época, y tanto él como su familia fueron arrestados por actividades antirrevolucionarias.​

Luego de tres días de detención y tortura en una prisión del servicio secreto, “confesó” que había sido un saboteador desde 1930. Días después hizo una “confesión adicional”, reconociendo haber sido enemigo de Lenin incluso antes de la revolución de 1917. Por último, tras un interrogatorio el 28 de junio, “confesó” en una suerte de tercera instancia del terror, que había reclutado a 30 empleados del ministerio de justicia para llevar a cabo “actividades antisoviéticas”.

Posteriormente, Krylenko fue juzgado por una sala de la Corte Suprema de la URSS el 29 de julio de 1938. Su audiencia duró 20 minutos. Fue encontrado culpable, pese a retractarse de sus confesiones previas, y ejecutado de inmediato en el campo de fusilamientos de Communarka. 

En una suerte de paradoja de la historia, broma tétrica del destino o un acto de justicia poética por sus víctimas, Krylenko terminó experimentando en su propia persona las tácticas pseudolegales a las que diera forma. Karma, dirían algunos.

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