Las imágenes de la matanza de Bucha ocupan la atención internacional. Esos cuerpos apilados en las fosas comunes o dispersos al borde de las calles y caminos de esa ciudad ucraniana ponen una vez más en cuestión la pertinencia de la guerra.
No sólo por estar presente la tragedia de la muerte sino como consagración del cinismo de los gobiernos involucrados que, con fines propagandísticos, usan las imágenes para acusar al otro de haber violado todas las normas del derecho de la guerra.
Nadie sabe lo que ocurre en el campo de batalla .Tampoco lo que sucede en la cabeza de aquellos que diseñan la propaganda bélica. Los argentinos lo sabemos a la perfección. La exaltación del coraje de la oficialidad del ejército argentino fue una de las mentiras más burdas que instrumentó el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri. Pronto se desnudaron tamañas defecciones.
El historial criminal de Vladimir Putin ayuda a juzgarlo y llevar su caso a los tribunales internacionales de La Haya. Por ahí andan sus antecedentes y las órdenes de exterminio que profirió en las guerras de Chechenia y Siria. ¿Serán las mismas en Ucrania?
Los misiles lanzados contra la estación ferroviaria en la ciudad de Kramatorsk parecen confirmarlo. Lo mismo puede decirse de las fuerzas armadas ucranianas. Nadie es ingenuo. Las violaciones de mujeres, hombres y niños; de ancianos, jóvenes y niños son algo corriente. Ha sucedido en todas las guerras de la historia. Hay, para los interesados, una amplia literatura al respecto.
¿Zelenski en su afán de denunciar los excesos en todos los foros que se le presentan en su camino pavimenta su tránsito hacia el Premio Nobel de la Paz?
En sus excesos verbales el presidente ucraniano usa todo lo que le sirva a sus fines y, de paso, a arrancar aplausos cuasi unánimes. Resulta una afrenta para los republicanos muertos en la Guerra Civil Española su pretensión de crear una equivalencia entre Bucha y Gernika.
Debió, antes de agraviar la memoria de los mártires de la heroica ciudad vasca, haber explicado el voto de su gobierno -junto a Estados Unidos- donde, en Naciones Unidas, exculpa al nazismo, tal como se ha señalado en esta columna en tiempo oportuno.
Nuestra convicción acerca de que el mundo se encuentra ante los portales de una guerra global crece a cada momento. No sabemos cómo ni cuándo estallará. Las preguntas abundan y las respuestas están ausentes.
La presencia del ejército ruso en Chernobil despertó todas las alarmas. Los invasores -según la comunidad atómica- alteraron los niveles de seguridad en los reactores instalados en la región que fue escenario del accidente nuclear más trágico de la historia del hombre. Las naciones del escudo báltico y de la península escandinava registran elevados índices de radiación.
El debate de la guerra ha provocado una fractura en el seno de la izquierda europea. Mientras denuncian que la escalada belicista avanza en todo el continente no aciertan en el método a la hora de unificar el discurso ni en sus modos de acción. Anuncian tormentas pero no promueven medidas de fuste para contrarrestar los efectos de la inundación.
La porfía europea -al calor de los combates- sufrió alteraciones. Hubo cambios de proposiciones. Por un lado el movimiento antibélico alza su voz disonante. Por otro andarivel marchan los amantes de las guerras aferrados a la idea de estructurar un ejército europeo –bajo comando francés- que, entre otras cuestiones, limite la influencia de la OTAN en la política continental.
Todo es posible en este contexto. Pero…¿las naciones integrantes de la Unión Europea estarán dispuestas a financiar esa nueva estructura bélica sin afectar sus compromisos atlánticos?
El catalán Rafael Poch de Feliu, a quien frecuentamos con alguna asiduidad, enmarca al conflicto ucraniano como una continuidad de otras guerras imperiales. Y allí aparecen las cifras del horror. 38 millones de desplazados y 900 mil muertos dejaron las intervenciones militares en Irak, Afganistán y Yemen. La Universidad Brown de Estados Unidos estima la cifra en 3,1 millones de muertos tomando en cuenta los que fallecieron después del conflicto debido a la destrucción de infraestructuras básicas y servicios sanitarios.
Masacres de este tipo no son una excepción sino la norma. Se manifestaron de forma abrumadora en la Primera Guerra Mundial. Más de un millón de muertos sumaron ambos bandos en la batalla de Somme de 1916, que duró cuatro meses y 17 días.
Si las ametralladoras tenían el poder de aniquilar por miles a los soldados en las líneas enemigas, la introducción de tanques, artillería motorizada, acorazados, portaaviones y bombarderos aéreos en la Segunda Guerra Mundial elevaron la escala de la matanza a nuevas dimensiones.
La guerra, entonces, tuvo dos escenarios complementarios: el frente de batalla y las cadenas de montaje. Hitler fue derrotado por el fordismo.
El 6 de agosto de 1945 fue la celebración de la barbarie y el salvajismo. El estallido de una bomba provocó 80.000 muertos casi instantáneamente y hasta ciento cuarenta mil en los meses siguientes. Tres días después, en Nagasaki estallo otra. Esta vez murieron 70.000.
En marzo, Tokio fue arrasada por aviones de EEUU que descargaron 1.665 toneladas de napalm hasta incendiar por completo la ciudad. La temperatura alcanzó más de 900 grados y unas 100.000 personas murieron fundidas por el fuego.
El 13 de febrero de ese año, fuerzas conjuntas de la Real Fuerza Aérea y de la armada norteamericana bombardearon la Ciudad Abierta de Dresde. Los aliados descargaron 4000 toneladas de bombas sobre la ciudad. Hubo vientos ardientes de más de seis mil grados Celsius. En las paredes de la ciudad, como en Hiroshima y Nagasaki, quedó la sombra de seres humanos que se habían evaporado.
Fueron bombardeos innecesarios. Alemania y Japón ya habían sido derrotados.
Si al comenzar la Primera Guerra Mundial se puso en marcha un discurso que oponía la defensa de la civilización europea a la autocracia rusa para justificar una guerra imperialista. Operación que se reanudó en la Segunda Guerra. La nueva idea fue la del enfrentamiento entre las democracias occidentales contra el fascismo. Tal como lo resolvieron no solo por las potencias aliadas sino también por la burocracia de los partidos socialdemócratas y estalinistas de todo el mundo.
En Ucrania, otra vez, se combate contra el autoritarismo ruso. Hemos vuelto a 1914. Durante semanas se han acentuado los rasgos negativos de la personalidad de Putin. ¿Estamos en presencia de un choque violento entre la internacionalización de las fuerzas productivas y los límites de los Estados nacionales?
¿La eventual derrota de los ejércitos rusos será el triunfo de Ucrania o de todo Occidente?¿El comité de apoyo presidido por Joe Biden se constituirá en un frente antifascista o cerrara sus ojos cuando así fuese menester? ¿Veremos al diablo afilarse los cuernos para enfrentarse con el diablo?
La OTAN, en tanto, sueña con someter a la Unión Europea. Por eso avanza hasta lograr una mayor intervención en los terrenos económicos y políticos como la vía más homogeneizar los intereses imperialistas de Estados Unidos que, aparentemente se hallan en retroceso.
Durante el período de ofensiva neoliberal la idea de alcanzar la paz global se construyó sobre la base de la hegemonía norteamericana y la desintegración de la URSS. Ilusión que continuó con la incorporación de China al mercado mundial en forma complementaria al proceso de globalización como productora de manufacturas baratas. Y aunque las guerras de los Balcanes, Irak, Afganistán, Siria, Libia o Yemen mostraron una realidad diferente, la guerra seguía pareciendo algo lejano.
¿Ucrania será sacrificada en el altar del nuevo reparto de áreas de influencia? ¿A quién le importa?