Por Silverio E. Escudero
Desde siempre, desde que formábamos parte de alguna horda, la necesidad de saber cuántos somos fue el primer gran problema a resolver. No por una curiosidad matemática sino para racionar los alimentos y el abrigo siempre escaso y prever, cuando se podía, recursos para atender al crecimiento natural del grupo. Y, tal como sucede hoy, planificar el abastecimiento, acumular leña para alimentar las fogatas (energía), mejorar las condiciones de habitabilidad de las cavernas o chozas (vivienda) y racionalizar el esfuerzo físico (trabajo) para el bienestar general, fueron los primeros atisbos de organización social. Estaba en juego nada menos que la supervivencia de un intruso en un mundo de reptiles que se hizo dueño del planeta.
Así nació, en los entresijos de la historia, de manera casi anárquica, una rutina de trabajo científico nueva, diferente. Rutina que egipcios, fenicios, chinos, asirios, caldeos, griegos, romanos e hindúes adoptaron para mejor organizar sus negocios y darle previsibilidad al Estado. Saber que hubo de esperar que apareciera en el horizonte del pensamiento científico Ibn Jaldún para incorporarse, primero, al estudio de la historia, con conceptos económicos fundamentales como población, precio, beneficio, lujo y formación de capital que, en conjunto, son la base de los estudios demográficos; a los que se agregaron conceptos de solidaridad intergeneracional que tanto molestan a los gobiernos que sienten la irrefrenable pulsión a robar y malversar los caudales de las cajas de jubilaciones y de la previsión social.
La influencia de Ibn Jaldún, el padre de la demografía, a pesar del paso de los siglos se mantiene férrea, sólida. Tanto que su Libro de la evidencia, registro de los inicios y eventos de los días de los árabes, persas y bereberes y sus poderosos contemporáneos, en el cual hizo comprender la diversidad de las estructuras sociales después de la invención de la escritura y las ciudades, está presente en las mayores bibliotecas del mundo y ocupa un lugar destacado en las de Arnold B. Toynbee, Marc Bloch, Lucien Febvre, Walter Benjamin, Karl Marx, Bertrand Russell y de otros “pocos sabios que en el mundo han sido”.
Desde tiempos remotos -insistimos- la demografía ha sido materia de preocupación de los hombres de Estado o de discusión entre grupos de gente preocupada por los tiempos del por venir. El florentino Massimo Livi Bacci, uno de los expertos de mayor fama, corre en nuestro auxilio. Su clásica Introduzione alla demografía (Ariel, Barcelona, 1993), está en nuestras manos y transcribimos la primera definición de nuestro interés: “Por población se entiende un conjunto de individuos, constituido de forma estable, ligado por vínculos de reproducción e identificado por características territoriales, políticas, jurídicas, étnicas o religiosas (…) Una población, pues, se definirá como tal si tiene continuidad en el tiempo y si esta continuidad está asegurada por vínculos de reproducción que ligan padres e hijos y garantizan la sucesión de las generaciones. Finalmente, una población se define también por las características que trazan su perfil y sus límites (….) Los límites y fronteras de las distintas poblaciones son tales que los agregados así definidos asumen su propia autonomía y estabilidad, reproduciéndose y conservándose durante el tiempo. Una población, tal como se ha definido, tiende a perpetuarse y a permanecer en el tiempo, pero ello no significa que sea eterna (…) Una población se extingue porque la natalidad es insuficiente para compensar la mortalidad, o porque poblaciones inicialmente distintas se fusionan entre sí”.
Es tiempo de ajustar los espacios. Demografía, en definitiva, es la ciencia que estudia la población y recoge información sobre la población humana actual y del pasado, datos que permiten hacer predicciones sobre su futuro. Tarea que entraña grandes dificultades habida cuenta de que las fuentes de información muchas veces carecen de fiabilidad como consecuencia de decisiones de carácter político para esconder índices de pobreza, malnutrición, enfermedad o muerte.
Por estos días el fenómeno demográfico preponderante son las migraciones. La emigración ha sido uno de los grandes motores de la historia. Millones de hombres, mujeres y niños han huido y huyen de la pobreza, el hambre, las persecuciones políticas o religiosas y de la guerra para salvar la vida. Los habitantes de los países desarrollados han sido los principales beneficiarios. Sesenta o setenta millones de europeos, sobre todo campesinos, se desplazaron hacia América. La España inmigrante puso proa hacia América del Sur. Según los registros históricos, en el siglo XX, entre los años 50 y 70, un gran número de trabajadores de España, Portugal, Grecia, Turquía, etcétera, emigró a los países del centro y el norte de Europa.
Hoy los muros se levantan por doquier. La crisis económica, la desocupación y el temor al terrorismo cierran las fronteras. Europa y Estados Unidos muestran cómo se hace. Nadie sabe la cantidad de muertes o ejecuciones sumarias que ocurren en las fronteras. ¿Muertes que se justifican con sólo culpar el despertar nacionalsocialista en el viejo continente que aparece como rémora del absolutismo monárquico?.. También le importa, y mucho, a la demografía la libertad individual, la democratización de las instituciones, la ecología, el dominio de los recursos naturales, la actividad económica y el desarrollo.