Hace unas pocas semanas, fui invitado a dar una clase a una reconocida facultad de derecho y decidí comenzarla de una forma diferente. Usualmente lo hago con una pregunta. Esta vez, en cambio, empecé interrogando quién pensaban que era más útil, un abogado o un bombero.
Luego de mirarse un poco sorprendidos y de esbozar varias dudas, no hubo gran consenso sobre ninguna respuesta. La pregunta los tomó desprevenidos, ya que suele ocurrir que la reflexión al respecto no sea usual. Por ello, fui más profundo y pregunté quién de los dos salvaba más vidas. Más allá de algunas risas cómplices, respondieron con seguridad: los bomberos.
Ello me llevó a cuestionar sobre el significado de la vida y si vivir en condiciones infrahumanas, sin salud ni trabajo ni acceso a los derechos mínimos, era una verdadera “vida”, a lo que respondieron con seguridad que no; que los abogados no salvaban vidas, al menos en Argentina.
Entonces decidí darles algunos ejemplos de casos Pro Bono que tuvimos en mi estudio y que conocía de la Comisión Pro Bono del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires.
Les conté sobre el ex presidiario a quien le prohibían manejar por una disposición municipal ridícula, habiendo sido durante toda su vida chofer de colectivo (y que el delito cometido no tenía nada que ver con el manejo), pero que con asesoramiento Pro Bono había logrado obtener nuevamente su licencia y comenzado a trabajar. Describí el caso de Facundo, cuyo padre no podía acceder a una medicación fundamental para vivir porque la prepaga se lo negaba y que con un amparo bien presentado lo había logrado; o el de Ángela, abusada por su tía y que con asesoramiento pudo enfrentar el juicio y sentirse contenida. Relaté además numerosos casos durante la pandemia, de personas con incertidumbre por si tenían o no permiso para ir a trabajar, visitar a un familiar o salir de su casa. Lo relatado los hizo dudar aún más. Sentí que comenzaban a entender el sentido de mi exposición. Pero todavía seguían un poco desconcertados.
Finalmente, decidí hacer mi clásica pregunta que usualmente hago al inicio: por qué estaban allí, estudiando derecho; o, mejor aún: por qué habían decidido estudiar derecho.
Me sorprendieron algunas respuestas, bastante elaboradas, pero más porque muchos reconocieron por qué. Repetí en voz alta lo que una alumna me había dicho; dije: “¿O sea que vos estás ahí sentada pero no sabés por qué ni para qué?”. “Sí”, me respondió entre risas vergonzosas. El impacto de escuchar sus propias palabras no fue menor.
Destaco que siempre me gusta hacer esta pregunta porque muchas veces me encuentro con estudiantes envueltos en el tedio y el aburrimiento; que están allí sin ninguna convicción ni pasión, que no saben muy bien qué hacer de su tiempo. De esta manera busco despertarlos, sembrar alguna semilla de autenticidad en su búsqueda.
No porque pretenda que tengan clara toda su vida sino para que no actúen como robots automatizados e intenten, si son efectivamente abogados, ser los mejores y los más convencidos posible.
Esta reflexión me sirvió para descubrir que, si bien en mi caso tenía algún “porqué” cuando decidí estudiar, éste no estaba tan claro pero que poco a poco fue apareciendo con más claridad el “para qué”. Muchas veces el camino a seguir no es tan claro y otras tenemos muchos a seguir; y otras tantas surgen caminos paralelos que pueden ser recorridos en simultáneo.
En mi caso, ese “para qué” lo respondió en gran parte el trabajo Pro Bono, por las enormes herramientas que tenemos los abogados para ayudar a nuestros clientes y juntarlas con las enormes necesidades que tiene nuestra sociedad.
El trabajo Pro Bono, desde un estudio grande, uno pequeño, una empresa, el interior del país o cualquier ciudad, tiene el mismo objetivo: contribuir a alcanzar el bien común mediante acciones bien concretas: amparos, constitución de asociaciones civiles, educación en derechos, intervención en adopciones, situaciones de violencia intrafamiliar.
Intenté llevarles a mis alumnos ese “para qué” y la revalorización de la función social del abogado que descubrí a lo largo de mis años de carrera profesional. No porque crea que sea el único “para qué” ni el más importante pero sí porque estoy convencido de que es necesario que lo conozcan y se involucren con él.
Les conté cómo frente a las grandes crisis que vivió nuestra sociedad, siempre aparecieron abogados queriendo dar respuestas. En 2001, un grupo de ellos decidió que había que darlas desde el derecho a la enorme necesidad y sufrimiento de nuestra sociedad. Así se fundó la Comisión Pro Bono, como respuesta a la crisis económica. En 2020, frente a la pandemia, se formalizó la Red Federal Pro Bono y se creó la línea de atención gratuita que receptó más de 600 casos de personas físicas que enfrentaban dificultades e incertidumbre frente al aislamiento social obligatorio. Les conté mi “para qué” esperando que puedan encontrar el suyo.
Cuando escribía estas líneas recordaba mi última visita al Aeroparque Jorge Newbery. Quedé sin palabras al ver que en el pasillo que llevaba al control de seguridad había por lo menos ocho personas indigentes durmiendo, que no eran viajeros trasnochados, eran personas en situación de calle. Sentí que era una prueba del profundo deterioro que enfrentamos como sociedad, en la que cualquier lugar sirve como hogar a quienes no lo tienen. No necesitamos viajar muy lejos para encontrarnos con la necesidad, el desconocimiento de derechos y la injusticia.
Recordé que no soy bombero para salvar a las personas en un incendio. Sin embargo, recordé los casos Pro Bono que conocí y recordé cada vida en cada “incendio” que pudimos salvar siendo conscientes de nuestro rol y nuestras herramientas en esta sociedad tan necesitada. Recordé también que son miles los abogados comprometidos con el bien común, que ponen sus herramientas al servicio de la sociedad. Y que espero que sean cada vez más.
* Beccar Varela Abogados