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Anarcocapitalismo y crueldad

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Por José María Rinaldi (*) 

La postura extrema dentro del liberalismo adoptada por el presidente Milei para regir los destinos sociales y económicos del país, autodenominada por el Gobierno como “anarcocapitalismo”, plantea el ideario de una sociedad capitalista sin Estado, hecho que no tiene ninguna evidencia empírica, tanto en el plano temporal como en el espacial de nuestro planeta.

Dejar en manos exclusivamente del mercado toda la provisión de bienes y servicios, incluidos los públicos, la distribución del ingreso y los equilibrios de los balances básicos de la economía (fiscal, externo y monetario), sería el fin de la política económica y la concentración de los patrimonios e ingresos en manos de los multibillonarios, visitados con frecuencia por el Presidente.

Sin embargo, a pesar de esta evidente contrastación y de los resultados desastrosos que exhiben los indicadores de la economía real argentina, sólo comparable con la crisis económica y social más profunda del año 2001, experimentando un impacto tremendamente regresivo, aniquilación del salario, y una profunda recesión con altísima inflación en menos de seis meses de Gobierno, no se ha correspondido con la misma significatividad en el deterioro del apoyo político de sus seguidores.

Tal vez, las causas las deberíamos encontrar en el marketing oficialista de la exageración de la desaceleración de la inflación, que se vende como el neutralizador de la pérdida del poder adquisitivo de los asalariados y autónomos, ocasionado por el experimento anarcocapitalista. La supuesta estabilidad aportada por el establishment financiero que ancló el dólar, con recientes volatilidades y a costa del desempleo, desigualdad, pobreza e industricidio. La exaltación del superávit fiscal, con contabilidad creativa y no pagándole a nadie, aunque implique una criminal desregulación y tarifazo e imposibilidad de acceder a servicios esenciales a las familias de menores ingresos y a la clase media. O tal vez, las esperanzas por las que «hay que darles tiempo». En este último caso, vale recordar que, el informe trimestral del Ministerio de Economía de Lavagna, en 2002, plantea “la trampa” en la cual se había sumergido la economía: se cerraba y el costo de salida crecía exponencialmente a medida que más tiempo transcurría.

Además, el Gobierno ha demostrado una fragilidad institucional en cuanto a su capacidad política para mantener la vigencia del DNU 70, las medidas cautelares vigentes respecto al capítulo laboral de éste, el azaroso rumbo de la denominada «ley ómnibus», entre otras impericias políticas del oficialismo.

Sin embargo, más allá de las terribles consecuencias mencionadas supra, la fragilidad de la estabilidad macroeconómica en cuanto a la posibilidad de mantener el ajuste y el incremento de la deuda flotante con el ansiado y obsesivo superávit fiscal, mantener anclado el tipo de cambio para que no impacte en los precios y pueda espiralizar los abultados indicadores inflacionarios, la posibilidad de desmonetizar la economía vía canje de deuda y cambiando deuda del Banco Central por deuda de la tesorería y, el verdadero talón de Aquiles de mantener el nivel de acumulación de reservas del balance externo para hacer frente a los vencimientos de corto plazo y con un tipo de cambio retrasado.

Todo ello, sin considerar que la gran recesión no sólo afecta de lleno a un régimen tributario vulnerable por su regresividad y disminuyendo la demanda de dólares, sino también por la falta de aparición de inversores y dólares suficientes necesarios para atender las necesidades de corto plazo, recién descriptas, así como por la incertidumbre de la negociación del swap chino.

Como en las anteriores «temporadas» de neoliberalismo (la dictadura cívico-militar, la convertibilidad y la “macrieconomía”), los sectores más concentrados de poder han demostrado una alta vocación y buenos augurios para el éxito de la filosofía extrema del nuevo Gobierno. Simétricamente opuesto a ello, el tejido social se encuentra al borde de la ruptura, los niveles de pobreza e indigencia se encaminan a los niveles de la crisis de 2001, al igual que la desocupación y subocupación, además de otros flagelos como las familias en situación de calle y una clase media que marcha en la cornisa de caer a la vulnerabilidad y pobreza.

Parece que, al igual que los juegos de suma cero de la economía por el que lo que enriquece a unos pocos es el empobrecimiento de muchos, también existe una «suma cero psicosocial» por la cual la crueldad del sentimiento de placer que se siente ante el sufrimiento ajeno, en lugar de ser condenable, se ha convertido en una bandera política y jurídica mediante la retención de toneladas de alimentos que no llegan a los comedores donde acuden personas que no tienen qué comer.

Como si esto fuera poco, se agrega una pretendida ironía que no encaja con personas que no aceptan sus limitaciones humanas e intelectuales, llevando a manifestaciones como: «Si la gente no llegara a fin de mes ya se hubiera muerto»  o las antecesoras, como las del período de la convertibilidad, «si quieren pan, vayan a la panadería.» Por su parte, estas desafortunadas frases recuerdan aquella, supuestamente adjudicada a María Antonieta, en respuesta a los reclamos por la falta de pan de los campesinos, se les respondió: «Que coman pasteles (Qu’ils mangent de la brioche)».

(*) Contador público y Licenciado en Administración FCE UNC

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Comentarios 1

  1. Silverio Enrique Escudero says:

    Excelente.

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