Claudia Liliana Perlo y Leticia del Carmen Costa, en Saber estar en las organizaciones. Una perspectiva centrada en la vida, el diálogo y la afectividad, describen una manera de entender el encuentro, la emoción que emerge y la configuración del otro, en el contexto de personas que están ligadas por una situación controvertida -comúnmente conocida como de conflicto-. En dicho recorrido exponen tres categorías para clasificar -de algún modo- la percepción que una persona podría generar sobre otra y las características propias de cada una de ellas. A partir de sus investigaciones afirman que han “observado que este encuentro atravesado por la emoción permite distinguir al menos tres configuraciones de la otredad: la encarnación del rostro “maléfico” (Levinas, 1997) que gesta el enemigo, el “rostro diferente” que da origen al adversario y “la mirada que reconoce” y posibilita la emergencia del semejante. Revelan que la percepción del otro (rostro) como enemigo, adversario o semejante depende más del sentir-emocionar que del modo de conocer omnipotente del sujeto moderno. A propósito de dicha lectura, recomendable por cierto para todas las personas que consideran que tienen enemigos, adversarios y semejantes, he buscado tres casos en los cuales el resultado ha sido un acuerdo de partes y, sin embargo, las participantes han tenido maneras diferentes de configurar a la otra y por tanto resultados muy diferentes en la relación entre ellas.
El caso de Sergio y Marcelo comenzó con una relación de vecindad varios años antes de que llegaran a denunciarse por lesiones y turbación de la posesión. Ambos reconocían haber tenido una buena relación, pero con el paso del tiempo y ciertas acciones (atribuidas en forma recíproca) generaron un cambio de la percepción: se consideraban enemigos. La construcción de sus configuraciones sobre el otro estaba asentada en el antagonismo y la desconfianza. No querían hablarse ni pensar en una reunión conjunta. Ambos sabían que su alternativa era usar la fuerza -el poder- y que la opción se presentaba como “lograr un arreglo” en mediación -ambos valoraban el factor tiempo vs. satisfacer su interés-. Acordamos una modalidad puente. Varias horas de conversación con cada uno, a lo largo de un par de meses, ayudaron a que elaboraran un acuerdo para resolver sus intereses y necesidades, sostenido en una lógica “de regateo”. Si bien encaminaron sus compromisos, pudieron expresar el enojo que sentían, sus necesidades y pedidos; ambos consideraron que el convenio les sirvió aunque no con la expectativa de generar la confianza que alguna vez tuvieron. Al decir de las autoras, “la configuración del otro como enemigo está (dimensión emocional) basada en el enojo, la ira y el temor a la destrucción. Estas emociones se constituyen en factores predisponentes para una percepción del otro deslegitimadora del ser. (…) No hay posibilidad para la negociación de significados. El lema “sálvese quien pueda” denuncia la competencia y la fragmentación, en tanto andamiajes que inhiben las relaciones colaborativas”.
El segundo caso, para graficar al adversario, se trató de un episodio de presunta amenaza agravada entre dos jovencitos amigos (Andrés, víctima, 16 años; y Esteban, victimario, 17). En el proceso de mediación intervinieron también sus madres (Mara y Aurora, respectivamente). Ellas no se conocían previamente en forma directa sino por meros comentarios. Mara, la progenitora del joven víctima, exponía una configuración de Aurora y de Esteban (y del abuelo de éste) muy cercana a la idea de personas enemigas, eran una amenaza para ella y para cualquiera. Quería(n) estar lo más lejos posible de ellos pero esgrimía que quería ser escuchada por esa mamá, decirle lo que pensaba sobre el episodio, sobre ella y su hijo. Aurora se presentó con Esteban dispuesta 100% a escuchar y explicarse. Desde el inicio ambos se involucraron en el proceso. Al cabo del primer encuentro, realizado sólo entre las mamás, por cuanto así lo decidieron, la conversación entre ellas fluyó casi sin mi intervención. Hacia el final, aceptaron y promovieron la posibilidad de un encuentro entre los jóvenes, se dieron un abrazo y se fueron. Al final del encuentro, Mara reconfiguró el sentido que trajo de Aurora y su hijo -como enemigos- por el de mamá y un jovencito que necesita ayuda. Al decir de las autoras, el otro constituye otra versión diferente al propio universo… Al reconocer un otro-adversario es posible aceptar que el otro pueda tener otra versión del mundo… En este campo conversacional existe disponibilidad emocional para atender los significados que el otro aporta, lo cual no implica desprenderme de los significados que dan sentido a mi propia existencia sino de articularlos con los del otro. Mara tenía algunos prejuicios sobre la otra mamá y su hijo, producto de no conocerla y de querer entender lo que había pasado. Esta falta de información la llevó a llenar algunos casilleros de su comprensión de forma negativa y prejuiciosa. Luego del encuentro, conoció la realidad descripta por Aurora, conoció aspectos de Esteban que no sabía. Pudo colocarse en el lugar de esa madre y del joven. Este movimiento (le) permitió una reconfiguración.
El tercero, que retrata la configuración de semejantes, fue un caso de tentativa de hurto de un auto cometido por Sabrina hacia Lidia y Gustavo. Desde el inicio las víctimas estuvieron 100% dispuestas a escuchar a Sabrina, saber qué le pasó, por qué actuó así, perdonarle. Percibieron que algo raro le había ocurrido y no la juzgaron de entrada sino que quisieron conocer a la persona detrás del hecho. Sabrina pasaba por un mal momento de salud mental y luego de que obtuvo el alta médica decidió, con el aval de su médica, participar del espacio. El encuentro fluyó entre las partes, preguntaron todo lo que necesitaban conocer y saber de Sabrina, la comprendieron y la alojaron para darle un sentido a todo lo ocurrido. Concluyeron acordando el cierre del caso y se invitaron a una muestra musical que harían Lidia y Gustavo ese fin de semana. “Descubrir al otro como semejante no implica ignorar y negar las diferencias. (…) El semejante tiene el mismo estatuto de existencia que yo. Ver en el otro el ‘rostro’ del semejante supone la ética de la hospitalidad. Existe un espacio para que el decir del otro me habite”.
En cada caso, cada persona que participó presentó una diferente configuración de la otra; lo que nunca desaparece es la figura de la otredad. En ocasiones, cuando estamos en conflicto, nos sentimos tan mal con el sufrimiento que nos aqueja que nos parece que quitar a la otra parte de la situación resolverá nuestro sufrimiento. Ciertamente eso es erróneo o al menos engañoso. Si bien algunas veces evitar a las personas hace aparecer un escenario libre de problemas, al fin y al cabo, viviendo en sociedad, en un barrio, en familia las personas (y las otredades) aparecerán y con ellas las configuraciones que cargamos en nuestras mentes, cada vez que aparezcan situaciones de controversia. Por tanto, sabiendo esto debemos encarecidamente viajar a nuestro “sentipensar” para comprender: cómo construimos nuestra percepción del otro y cómo es posible cambiarlas con el otro. Esto -empero- es un gran paso hacia la paz social.
(*) Mediador penal
Excelente análisis.
Tu artículo tiene a mi entender una Claridad conceptual que deslumbra. Teoría y práctica , doctrina y mediación real , hacen que hayamos podido entender cabalmente todo. Felicitaciones y gracias y por tus puntos de vistas tan diáfanos!