Por Andrea Queruz Chemes *
El acoso sexual callejero refiere a toda conducta no deseada, ni solicitada de índole sexual que atenta contra la dignidad, la integridad y la moral de la persona que la recibe, causándole malestar de diferente naturaleza.
Si bien el acoso sexual adquiere particular preocupación en el ámbito laboral, docente, deportivo, público con ocasión de relaciones derivadas del ejercicio profesional, y con la amenaza dirigida expresa o tácita de causarle un perjuicio con las legítimas expectativas que la víctima pueda tener en el espacio de dicha relación; el acoso sexual en la vía pública, en cambio, tiene otra dinámica -es regular, constante e invasivo y no se circunscribe a una situación determinada-.
El acoso sexual callejero constituye una práctica habitual, naturalizada, siendo las formas que toma variadas, yendo desde ofensas verbales y mensajes de contenido sexual implícito (o explícito).
Incluye cualquier palabra inoportuna por parte de personas desconocidas (hombres principalmente) en lugares públicos, desde ahí se invade el espacio físico y emocional de una persona de una manera irrespetuosa con frases insultantes, groseras, miradas que desnudan, toqueteos, entre otras, capaces de provocar vergüenza, asco y rechazo en la víctima.
Es decir, incluye una variedad de comportamientos verbales y no verbales, pero lo característico es su realización predominantemente por hombres desconocidos a mujeres en espacios públicos tales como las calles, los colectivos, taxis o cualquier otro lugar o medio público, pudiendo ser cara a cara o bien mediando mayor distancia respecto del acosador.
El “contenido” del mensaje, si se lo puede llamar así, está dirigido a la mujer, aunque el emisor puede esperar que sea escuchado por sus pares o transeúntes, sin importarle o – por el contrario- haciendo alarde de su actitud. Los comentarios verbalizados son claramente denigrantes, humillantes , amenazadores y tienden a cosificar a la mujer.
Las diversas formas
El acoso sexual callejero se manifiesta de diferentes maneras, adquiriendo cada una de ellas diferentes connotaciones y valoraciones según la conducta que prevalezca. Así, se puede distinguir el acoso verbal, el expresivo, el físico, las persecuciones y otras más obscenas como el exhibicionismo.
El acoso verbal a veces pretende pasar desapercibido, disfrazándose como un “piropo”; sin embargo, nada más lejano. Mientras este último es estético, destinado a enaltecer a una persona o cualidad, agotándose en la oportunidad misma en la que se expresa, el acoso verbal es ofensivo, degradante y peyorativo. A su vez, suele reforzarse con el uso de gestos, posturas corporales y ademanes (acoso expresivo). Para el caso de que llegue al tocamiento de la mujer se habla de acoso físico, y también puede ser calificado como un tipo de abuso.
Cualquiera de los anteriores pueden ser puerta de entrada para convertirse en una persecución. Esta última modalidad de acoso se produce cuando a los insistentes estímulos del acosador, la posibilidad de interactuar es negada por la interlocutora o desautorizada.
Sobreviene una mayor presión en contra de la mujer, acompañándola un trayecto de su pasaje por la vía pública, manteniendo la proximidad física y en algunos casos hasta su morada.
El exhibicionismo consistente en la exposición de los genitales en la vía pública, casi siempre trasciende de manera individual. No siempre esta variedad responde a una forma de acoso en sí misma que implique desvalorización de la mujer sino que se asocia a algún trastorno del exhibicionista.
Reacciones conductuales y consecuencias psicológicas
El acoso sexual callejero no es inocuo ni tan sólo perjudicial para las mujeres. Aunque sus efectos varían de una persona a otra, pueden dañar la integridad física y moral, condicionando negativamente las relaciones interpersonales con el sexo opuesto.
A su vez, tienen consecuencias en las prácticas cotidianas que adoptan, pudiendo ser estas conductas evitativas, modificando formas de vestir y rutas o caminos donde creen no encuentren hombres. Otra reacción es hacerse acompañar por amigos o parejas, para contrarrestar la conducta no deseada. Con menor habitualidad tienden a reaccionar con enojo y arrebato físico contra el acosador, siendo una respuesta más frecuente tratar de ignorar la reacción indecorosa. Se encuentran junto a esas conductas sentimientos de temor, inseguridad, pérdida de autonomía, culpa e impotencia. También, la desconfianza que genera la situación desagradable con el sexo masculino suele ampliarse a todos los hombres desconocidos en general, pudiendo internalizarse una imagen negativa del género.
* Especialista en Psicología Jurídica, consultora en Psicología Empresarial