Las expectativas de una longevidad que se puede transcurrir en mejores condiciones de salud respecto al pasado; la perspectiva de poder cultivar intereses que suponen un grado más elevado de instrucción; el hecho de que la vejez no es siempre sinónimo de dependencia y que, por tanto, no menoscaba la calidad de la vida, no parecen ser condiciones suficientes para que se acepte un período de la existencia en el cual muchos de nuestros contemporáneos ven exclusivamente una inevitable y abrumadora fatalidad.
Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes.
Existe una categoría de personas capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño.
Y existe otra categoría -muy numerosa en nuestros días- para la cual la vejez es un trauma.
Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados.
Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.
Es posible, entonces, afirmar que las facetas de la tercera y de la cuarta edades son tantas cuantos son los ancianos, y que cada persona prepara la propia manera de vivir la vejez durante toda la vida.
En este sentido, la vejez crece con nosotros. Y la calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe.
¿Por qué hay que abrirse a lo nuevo en la vejez? Desarrollar un proyecto de vida es una capacidad que poseemos todas las personas independientemente de nuestra edad.
Es una capacidad tan propia del adulto mayor como de cualquier otro grupo de edad, solamente deberá plantearse de una forma distinta pero al final, la meta de conseguir darle un sentido a nuestros días será tan válida e imprescindible para la persona mayor como para cualquier otra.
Es imposible pensar en ofrecer una receta para desarrollar un proyecto de vida propio, ésta es una tarea ardua, compleja e individual que puede darse únicamente a través de un proceso de reflexión personal que indague en los propios gustos, preferencias, deseos y sueños.
Es una empresa personal que nos puede llevar a rememorar antiguos hábitos y placeres de la adolescencia o enfrascarnos en nuevas tareas y anhelos poco explorados.
La tarea se complica principalmente por los prejuicios sociales que existen ante el envejecimiento.
Por un lado, las personas a nuestro alrededor podrían pensar, dada la edad avanzada de una persona, que ésta debería alejarse de cultivar nuevos pasatiempos y diversiones.
A pesar de ello, la barrera más arraigada que tenemos para llevarlo a cabo es el prejuicio que uno mismo tenga de sí mismo por el hecho de haber llegado a la vejez.
Este tipo de pensamientos erróneos y poco veraces pueden materializarse en frases como “a mi edad ¿ya para qué?”, “esas cosas son sólo para jóvenes”, “en mis tiempos era diferente”, y muchas otras, que empiezan con “Ya no…”
Estos pensamientos negativos acerca de la propia vejez están asociados a un rendimiento más bajo en tareas intelectuales y pueden ir acompañados de pensamientos de depresión y tristeza que es necesario erradicar.
Autoeficacia
Mientras más capaz se sienta una persona mayor de llevar a cabo una tarea, mejor será su desempeño en ella y a esto le llamamos autoeficacia.
Por lo tanto, para desarrollar un proyecto de vida personal primero debemos sentirnos capaces de emprenderlo sin importar la edad.
Para el adulto mayor, aunque se presenta como un gran reto, es indispensable para poder sumarle calidad de vida, bienestar y satisfacción a su existencia. Un proyecto de vida ayuda a los adultos mayores a ejercer un vínculo más saludable con el resto de su familia y generar nuevas relaciones, pues ayuda a mantener un estilo de vida activo, que además es unos de los factores esenciales para un envejecimiento exitoso.
Siempre que se emprende una tarea como desarrollar un proyecto de vida nos toparemos con pensamientos que traten de alejarnos de cumplirlo, esto es casi seguro dado que empezamos a salir de la zona de confort. Lo importante es darnos cuenta de estos pensamientos y tratar de ver que son irracionales y podemos superarlos.
Si se puede involucrar a más personas en este proceso será muy benéfico dado que podremos discutir sobre estas creencias arraigadas, se tuvo toda una vida para cultivarlas y puede causar cierta incomodidad dar un giro hacia la novedad.
* Periodista (bahiacesar.com/)