Treinta y un años de democracia ininterrumpida en Argentina es motivo más que suficiente para encontrarse y celebrar la continuidad de un sistema político que, aunque imperfecto e inacabado, ha sido el mejor que como especie hemos construido.
Caeríamos en un error si pensamos, tal como se hizo en los años ochenta, que la democracia resolvería por sí sola, los problemas ligados a la igualdad, la violencia o la inclusión. Pero sí puede pensarse a la democracia como ese contexto propicio que permite no el orden – en el sentido de disposición vertical – sino la apertura de un espacio en el que las conflictividades pueden expresarse, es decir, un agonismo que implique luchas políticas que disputan sentidos irreductibles en una mirada del orden o del consenso.
En este marco, los Derechos Humanos irrumpen como un discurso que aporta conflictividad e interpela a la democracia en todas esas deudas que, por sí sola, no puede ni pudo resolver.
Para la mayoría de los autores, los Derechos Humanos son el producto de las lucha burguesas contra el Estado Monárquico. Francia, 1789 es el marco témporo-espacial de reconocimiento. Surgen como límites al poder absoluto del Estado, pero por sobre todo, como conquistas arrancadas fruto de las luchas. Este nacimiento situado ha sido re-contextualizado y resignificado durante el siglo xix en que las protestas obreras lograron arrancarle al Estado el reconocimiento de los Derechos Sociales a los ya clásicos derechos individuales reconocidos por el liberalismo decimonónico del siglo XVIII. Este proceso de fuertes luchas, alguna de las cuales escritas con la sangre misma de los trabajadores, tuvo su reconocimiento institucional a través de la incorporación a las Constituciones del Siglo XX de los llamados DESC (Derechos Económicos, Sociales y Culturales). El fin de la Segunda Guerra Mundial marca otro hito mediante la internacionalización de los Derechos Humanos creando organismos, Pactos, Convenciones, Tratados y acuerdos entre los Estados para su reconocimiento y promoción.
Distintos movimientos sociales y colectivos organizados advirtieron oportunamente que, enmarcar sus luchas en los Derechos Humanos produciría una mayor legitimidad de sus reclamos. Pueblos originarios, los colectivos LGTBIQ, feministas, trabajadoras sexuales, reclamos por los crímenes de los terrorismos de Estado son algunos ejemplos de cómo se articularon reclamos utilizando a los Derechos Humanos como una caja de herramientas que produce interpelaciones sociales, pero también institucionales a los Estados.
Sin embargo, la progresiva institucionalización de los Derechos Humanos en distintos instrumentos jurídicos no ha implicado su realización plena ni puesta en práctica. Se siguen violando, y allí radica su vigencia, en la exigencia organizada en caso de lograr transformar la apatía y el enojo en formas políticas de militancia.
Este breve racconto nos permite advertir cómo, un discurso burgués contra el Estado monárquico, bien pudo ser reinterpretado local e históricamente.
Así, podemos pensar a los Derechos Humanos como una forma específica de reconocimiento de la dignidad humana que permite abrir disputas en el seno democrático contra las formas de abuso estatal y de otros poderes fácticos, pero contextualizado en un proceso inacabado y provisorio de avances y retrocesos en el reconocimiento de derechos, lo que permite desnaturalizar su ejercicio: no se tienen los derechos porque siempre se los tuvo, sino porque hubo organización, lucha y resistencia de quiénes sufrieron su flagrante violación.
En este sentido son una praxis histórica que requieren su permanente vigilancia para conservar lo ganado pero también imaginación y militancia para abrir nuevos horizontes de desarrollo al concepto siempre en disputa de los Derechos Humanos.
Disputar los Derechos Humanos es una forma de ampliar los sentidos y prácticas de esta Democracia, pues son parte de un proceso en el que ambos conceptos se necesitan y se interpelan. No creo que exista mejor forma que celebrar estos treinta y un años de democracia que exigiendo más Derechos Humanos. Celebremos.
* Abogado. Docente. Miembro del Observatorio en DDHH de la UNC.