Los convenios entre bancos, supermercados y shoppings para el uso intensivo de la tarjeta de crédito como salida a la crisis llegó a niveles que ponen una cuota de incertidumbre en el cumplimiento de los pagos.
El plástico es utilizado, tanto por las entidades financieras como por los usuarios, como una herramienta para hacer frente a la crisis. Los bancos promueven su uso porque les permite mover dinero y captar nuevos clientes ante la caída de otras líneas de financiamiento, como préstamos hipotecarios o prendarios.
PriceWaterhouseCooper informó que en el mercado hay 12 millones de poseedores de tarjetas de crédito. Según datos de la consultora, el nivel de endeudamiento por familia alcanza los 8,5 sueldos en promedio, cifra que considera, además del crédito por tarjetas, adelantos en cuenta corriente y otro tipo de préstamos bancarios a los que forman parte del sistema no bancario. A febrero, último dato relevado por el sistema financiero, el total otorgado bajo estas líneas de financiamiento acumuló $58.500 millones. Para los analistas, el uso de la tarjeta sigue lejos de morigerarse.
El incentivo son los descuentos de hasta 50% que ayudan a pagar en cuotas la compra de productos que, de otra forma, se tornarían inaccesibles. También se apela al mecanismo de otorgar otros beneficios para capturar al consumidor. Sin embargo, según el estudio, la modalidad se transformó en un arma de doble filo para emisores y usuarios. Las entidades reconocen que las ventajas ya se instalaron en la sociedad y que les será muy difícil quitarlas, aunque muchas familias hicieron un uso desmedido y ahora les resulta cuesta arriba cancelar los compromisos asumidos.
Para la firma Nielsen Company, éste es un camino de ida que no tiene retorno, donde los actores involucrados tendrán que otorgar cada vez más beneficios y descuentos con tal de satisfacer la demanda de la gente, que difícilmente aceptará comprar sin acuerdos.