El médico y psicoanalista Alvaro Stella asegura que la aplicación de la “ley dura” implica necesariamente “segregación”. También advierte de que las redadas que lleva adelante la Policía “traen en verdad mayor sensación de inseguridad”.
Por Luz Saint Phat – [email protected]
La implementación en Córdoba de la acción policial denominada “operativos de saturación”, destinada -en teoría- a disminuir los hechos delictivos que acontecen en la ciudad, pone sobre la mesa la discusión central sobre cómo se representa la ley y se ejerce el poder en la actualidad.
Así, mientras ante el accionar de la policía en los distintos barrios las organizaciones sociales denunciaron auténticas redadas de jóvenes y se manifestaron en contra de esta política, la versión oficial ratificó y justificó su realización en relación con la necesidad de disminuir la “inseguridad”.
Álvaro Stella es médico, psicoanalista y coordinador del departamento de psicoanálisis y política del Centro de Investigación y Estudios Clínicos (CIEC). En diálogo con Comercio y Justicia, el especialista asegura que la aplicación de la “ley dura” implica necesariamente “segregación” y advierte de que los operativos causan mayor “sensación de inseguridad”.
Stella también relaciona el fenómeno actual con lo sucedido en diciembre de 2013 y apuesta a la palabra y la problematización de estos hechos como claves para transformar la realidad.
-¿Qué aportes puede realizar el psicoanálisis para reflexionar sobre los “operativos de saturación” que lleva adelante la policía y que han sido denunciados como razzias contra determinados grupos sociales?
-Una hipótesis para encontrar alguna respuesta es que, ante la caída del régimen representativo de la autoridad, lo que aparece es la aplicación de la ley en términos de “ley dura” y no como ejercicio de lo jurídico o de la justicia, lo que respondería a un orden simbólico. En esta hipótesis, la “ley dura” implica un efecto necesario de segregación. Entonces, en esta época en la cual cae la eficacia en la representación de la ley y la gobernabilidad, surgen fenómenos más de orden de lo imaginario (como lo es la demanda de “mano dura”, las políticas de alcohol o delito cero) con mucha ferocidad. Pero, a la vez, esta misma perspectiva de endurecimiento de las leyes produce un mayor ejercicio de la satisfacción de manera inmediata y se ponderan los objetos. En ese sentido, hay una cosa muy interesante sobre el fenómeno de estos días que es que, tras las detenciones, no aparecían las órdenes judiciales que respaldaran los actos policiales, pero sí se exhibían distintos objetos, dando cuenta de que el tema no era el resguardo del orden público sino más bien el resguardo de los bienes de las personas.
-¿Esto que sucede en Córdoba tiene relación con los acontecimientos de otras partes del mundo, como los de Baltimore en Estados Unidos? Es decir, ¿el fenómeno es local o global?
-Claro que esto tiene expresiones locales pero también es global. Esta inconsistencia del orden simbólico y el empuje desenfrenado que indica que todos nos podemos satisfacer como sea, es una de las consecuencias principales de la globalización. No importa si la temática es racial o es religiosa, lo que importa es que la ley dura y las segregaciones constituyen un par que va necesariamente de la mano.
-¿Qué consecuencias tiene esto para las subjetividades y para el cuerpo social?
-En referencia a los términos de razzias y de operativos de saturación, precisamente hay un efecto de saturación que se busca en una dimensión que no es precisamente apaciguadora. Entonces, una de las consecuencias es que lo que trae, en verdad, es una sensación de mayor inseguridad. En este sentido, vale relacionar dos fenómenos. Por un lado, la policía, hace año atrás, dejando librada la ciudad a cualquier empuje delictivo, mientras los gobernantes no sabían qué hacer y había un cierto efecto de vacío de gobernabilidad. Y por otro lado, los mismos gobernantes ordenando hoy un ejercicio de resguardo de los bienes sin ninguna regulación. Entonces, la consecuencia es la sensación de que no nos están resguardando. En este punto, creo que sin el ejercicio de la palabra, como un acto que problematice estas realidades, no hay posibilidad de liberarnos de estos efectos de malestar, de angustia y de temor; porque a nadie le brinda demasiada seguridad saber que primero te detienen y después te preguntan.
-¿Qué herramientas se pueden poner en juego para transformar algo de esta realidad?
-Hay en estos últimos tiempos un paradigma político que es silencioso. Como lo son estos operativos, sin ninguna perspectiva de anuncio y sin alguien que ejerza la palabra claramente. Y en esto hay una intencionalidad. Y por otro lado, existe la posibilidad -que he leído hace poco en un diario- sobre una porción de lo social que sí tiene sed de palabra. Y esto me pareció un término adecuado, en la dimensión social, de lo que el psicoanálisis propone. Se trata, fundamentalmente, de que la palabra abunde y que mediante el lenguaje se pueda acceder a lo particular y a lo singular de cada uno. Es decir que se ejerza la palabra, que se demanden respuestas para poder alivianar estos efectos feroces de la ley dura y la segregación. Que la palabra problematice, interrogue y cuestione.
-Y, en términos concretos, ¿cómo podría la sociedad accionar para producir y ejercer esta palabra?
-O hacemos lazo pidiéndole a la policía que nos asista, que es un modo riesgoso, en el sentido de que quedamos a expensas de lo que ese ejercicio arbitrario decida; o hacemos lazo en todos aquellos dispositivos sociales o particulares en los que la palabra permita tratar el sufrimiento. El miedo, por ejemplo, puede ser miedo a lo generalizado de la inseguridad pero también puede hablar de miedos subjetivos. La palabra permite ir de lo general a lo particular y singular de cada uno. La respuesta en contra de esta situación está en los espacios donde el ejercicio de la palabra problematiza la realidad social e individual.