Por Ismael Arce. Licenciado en Historia
Aun controvertida, la Historia es una ciencia. Los caminos metodológicos que transita suelen ser intrincados, ríspidos, pero de una u otra forma, Clío, la musa inspiradora de tantos hombres y mujeres desde (al menos formalmente) Heródoto hasta nuestros días, se las ha ingeniado para hacer conocer a todos nosotros, los protagonistas, sus secretos y enseñanzas.
Siguiendo el camino del resto de las ciencias -exactas, naturales y humanas- la historiografía necesitaba popularizarse. No en el sentido de una “vulgarización” del conocimiento histórico, sino en el de alcanzar una mayor divulgación que la pusiera al alcance de públicos mayores, de audiencias cada vez más multitudinarias, pero sin perder su carácter científico. El proceso “publicitario” de nuestra disciplina iniciado por la francesa revista “Annales de Historia Social” (década de 1920) se tornó imparable. En Argentina (1967), y pese a no compartir plenamente su orientación, el ejemplo fue seguido, entre otras, por la autóctona “Todo es Historia”.
La publicación dirigida por un historiador que erróneamente es considerado riojano, ya que nació en la ciudad de Buenos Aires el 30 de septiembre de 1925 y al que podríamos calificar –a priori- como aficionado (pues se graduó formalmente de abogado en 1951, aunque el futuro mostró cuál era su verdadera pasión), llenó un vacío importante. Por supuesto, el director de la revista no era otro que Félix Luna, quien hace poco abandonó este mundo, dejando huérfanos de su sabiduría y enseñanzas a los argentinos.
Docente, funcionario público de gobiernos democráticos, escritor, poeta. Aspectos todos de una personalidad multifacética que forjaron y, principalmente, mostraron las virtudes de un argentino cabal.
Su vida como historiador y escritor fue prolífica. Casi treinta libros coronaron una vida dedicada a la Historia argentina. Desde las primeras demostraciones de un talento innato para explicar, relatar, “contar” todo sobre nuestro pasado, reflejadas en su temprano “Yrigoyen” (1954), pasando por “Los Caudillos” (1966) y su primer gran éxito editorial, “El 45”, de 1968, hasta sus obras monumentales como “Breve historia de los argentinos” –1993- e “Historia integral de los argentinos”, en diez tomos, publicada entre 1994 y 1998, Félix Luna abarcó todo el pasado nacional con una particularidad no muy frecuente entre nosotros: su exquisita prosa, su calidad narrativa, sus dotes de poeta, volcados a la recreación de lo pretérito. Y precisamente ésa era la característica más fácilmente apreciable de sus producciones históricas: la facilidad con que el lector se introducía en la narración, al punto de que, con poco esfuerzo, se veía a sí mismo protagonizando la historia, llevado de la mano por el historiador-narrador quien, casi con magia, recreaba el pasado, lo hacía actual, vívido.
En otra de sus producciones, aunque en este caso poético-musical, Félix Luna junto a Ariel Ramírez nos legaron un disco inolvidable: “Mujeres Argentinas”, que contó con la voz de la recientemente fallecida Mercedes Sosa. En esa obra, Luna se nos muestra como un historiador poeta, reuniendo en cada composición las características de ambos: las letras trazaban a grandes rasgos los aspectos fundamentales de cada personaje “cantado” en el disco, en una mezcla armoniosa de relato histórico y poesía exquisita. Cómo no recordar a Alfonsina, a Juana Azurduy, a la gringa chaqueña, a las cautivas y otros personajes femeninos de nuestra historia. Junto a los melodiosos acordes musicales compuestos por el autor de la Misa Criolla, Félix Luna nos hace casi palpables a las mujeres que contribuyeron, con nombre o sin él, a construir la argentinidad. Esas canciones en la voz de Mercedes Sosa siguen arrancándonos lágrimas y suspiros emocionados.
Maestro en el arte de dotar a sus personajes de vida propia, que trasciende el tiempo, Luna nos ha legado varias obras de carácter anticipadamente biográfico en las que los protagonistas cuentan sus propias vidas: “Soy Roca”, “Sarmiento y sus fantasmas” y “Martín Aldama. Un soldado de la Independencia”. En ellas Luna utiliza sabiamente la voz de los personajes para lograr que la historia, aún sumergida en la lejanía del tiempo, se actualice hasta hacerse más comprensible para los lectores.
Sin embargo, no son ésas las únicas virtudes de don Félix Luna. En efecto, nuestro autor supo armonizar las calidades de funcionario público en diversos ámbitos con una vida honesta, donde la corrupción no tenía cabida, dando ejemplo de que las dos condiciones no tienen, necesariamente, que ser antagónicas. Ya nos hemos referido, aunque sin duda de manera insuficiente, a las virtudes que lo adornaron como escritor, poeta y divulgador de la Historia nacional.
Entendemos que don Félix Luna es, principalmente, ejemplo, entre tantos otros, de maduración y honradez intelectual. Vivió recorriendo el siglo XX, que lo tuvo como observador atento y, en buena medida, como protagonista. Se despidió de la vida antes de su anhelado Bicentenario de la Patria, que tantas alegrías y emociones le hubiese deparado.
Pero es fundamental señalar que supo comprender muchas de las necesidades más acuciantes de la Argentina y quizás la más importante de ellas es de profunda actualidad. Luna comprendió que una Nación no puede construirse con un pueblo enfrentado entre sí como enemigo y, por esa razón, se animó a emprender el difícil y estrecho camino que llevaba a forjar cierta convivencia pacífica entre sectores políticos. Mucho le había costado al país esa desarmonía; mucho lo había desvelado esa cuestión, al punto de llevarlo a escribir un trabajo de consulta elemental, “Conflictos y armonías en la Historia Argentina”; por eso se empeñó siempre en señalar una nueva senda. La comprensión, la tolerancia, rescatar el valor del diálogo, el asumir que el otro puede disentir, que no siempre deberá acompañar nuestro pensamiento aunque lo creamos acertado y hasta incontrovertible, fueron aspectos permanentes en su vida.
Mucho nos enseñó, mucho nos legó. Su obra perdurará como herencia para futuras generaciones. Releamos esas páginas inolvidables buscando en ellas más que enseñanzas históricas, porque a poco que nos adentremos en esas líneas imperecederas encontraremos las pautas básicas que nos aseguren la paz y la convivencia a todos los argentinos.