lunes 30, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La técnica del “efecto soda” (o cuando todo se complica) (II)

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Por Nora Virginia Carranza*

En la entrega anterior comenzamos a narrar un caso de mediación por la venta de una casa en el cual participaban las siguientes partes:

1 – Cuatro herederos: dos hijos matrimoniales, Roberto y José, y dos hijas extramatrimoniales, Carolina y Lucía, de cuya existencia nos enteramos los asistentes a esta mediación cuando aparecieron en la sala. Los cuatro hijos con patrocinio letrado.

2 – Una compradora, Josefa, quien concurre sin abogado, que había comprado el bien de buena fe y exigía su escrituración

3 – Carlota, que ha embargado el 50% de la propiedad por una suma de dinero que le adeudaría Roberto y que quiere cobrar su acreencia (tiene un juicio ejecutivo ganado con honorarios regulados y sólo le falta nombrar martillero para rematar la parte de Roberto para poder cobrar).

Pese a que todo parecía complicadísimo, los abogados de las partes se daban cuenta de que, a pesar de tener posibilidades de promover y ganar distintas acciones judiciales que le podían corresponder a sus respectivos clientes, tal como estaban dadas las cosas, lo que le recibiría cada uno debía salir del único bien, es decir la casa. Podrían contar con hermosísimas sentencias que dijeran que tenían razón, pero para colgarlas en un cuadro, porque no había más de donde sacar nada.

Cuando lo que nunca se debe hacer en mediación, funciona
Dentro de este cuadro de situación, la mayor dificultad para el trabajo fue la negativa cerrada de Josefa, la compradora, que no lograba entender por qué motivo todas estas cuestiones planteadas en torno a los derechos de los participantes a la propiedad podrían afectarla a ella.

Estábamos realmente trabados en una reunión privada con ella, cuando abre sutilmente la puerta de la sala Roberto (nuestro colega que estaba observando la mediación con los alumnos a través de la cámara Gessell) y me llama aparte y me dice “como veo la cosa, y atento a que esta mujer nunca va a consultar a un abogado, acá la única solución es que vos representes el papel de abogada, como elemento objetivo para que pueda decidir y le expliques dónde está parada”.

Le contesto que no, que imposible, que los mediadores “no asesoramos a las partes, no podemos…”; él expresa que no es asesorar, es el elemento objetivo que ella necesita para decidir, “si le haces un encuadre correcto puede andar”. Como último recurso y perdida por perdida, decidí hacerlo. Entré y le dije a Josefa: “Le propongo un juego para ayudarla a pensar; en este momento haga de cuenta que no soy más la mediadora, y le voy a decir lo que diría un abogado cualquiera sobre la situación. Esto no significa que yo la esté asesorando a Ud. y una vez que yo haga eso, paso a ser de nuevo la mediadora y no me puede preguntar más nada del tema. ¿Está de acuerdo?” y estuvo de acuerdo. No expliqué mucho, pero lo suficiente como para que se diera cuenta que si la propiedad estaba embargada no podía obtener inmediatamente la escritura como ella quería. Me miró azorada y me dijo: “¿Lo que Ud. quiere decir es que existe una traba legal para que yo pueda tener mi escritura? Me parece que voy a tener que consultar a un abogado”. “EXACTO”. Todo lo anterior sucedió en el marco de la reunión privada que mantenía con Josefa.

Conclusión, a la próxima audiencia ella vino con un abogado joven amigo de su nieto, Federico (no recuerdo el apellido porque ella le decía Fede), de muy buen trato, quien le ayudó a comprender y la acompañó afectuosamente hasta el final de la mediación.

En total tuvimos seis reuniones y el resultado fue bastante salomónico. Se pondría en venta la casa durante tres meses por un precio acordado; si vencido este plazo no se vendía, se bajaría el precio a otro monto, también acordado. A su vez, de lo producido de la venta se distribuiría porcentualmente entre todas las partes y cada uno pagaría a su abogado. Ya no recuerdo bien los porcentajes porque todos cedieron un poco. Y claro, Roberto no recibiría nada porque lo suyo lo cobraría Carlota.

Lo que parecía imposible de resolver, no sólo tuvo un final feliz, sino que además fue increíble el clima de colaboración que se logró, al punto que hubo momentos en que los mediadores no hacíamos falta, salvo para ordenar un poco la conversación.

* Abogada, mediadora

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