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El problema de Rosario

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Por Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Claramente lo que está pasando en Rosario con el accionar de las bandas narcos es una muestra más de la decadencia que por años viene padeciendo nuestro país. Declinación, que, en muchos casos, ha llegado a puntos que hoy resultan indisimulables.

El aumento de la pobreza, la caída picada de los niveles educativos, la escandalosa escalada de la corrupción y la suba injustificada del trabajo informal como medio de vida de gran parte de los argentinos, entre otros factores, forman parte de las causas que condujeron al incremento de estos grupos criminales. Es que estos, como es sabido, se aprovechan de las debilidades socio políticas, para, con su poder económico y con su llegada a las personas más necesitadas, cubrir las áreas que el Estado desatiende.

Lo lamentable es que todo sucede bajo la atenta mirada de la clase dirigente y formadores de opinión, quienes, con honrosas excepciones, han hecho, como ya dijéramos en varias oportunidades en esta columna, la “vista gorda” ante este flagelo.

Sea por incapacidad (es decir, la imposibilidad de ver el peligro real que apareja la droga); por conveniencia (es sabido que en el mundo muchos de estos grupos solventan la actividad de políticos); por un peligroso esnobismo ideológico (la droga no es mala, lo es solo si es de mala calidad, se suele escuchar) o, ni que hablar, por el vínculo que a muchos de ellos los une con la droga (¿cuántas veces escuchamos desde voces oficiales decir que se debe hacer rinoscopias a los funcionarios o candidatos a serlo?), cabe pensar que tanta inacción o ineficacia en lo que se hace se debe en gran parte a una conducta omisiva que se confunde en no pocos casos con la complicidad con las bandas criminales.

Días pasados, en medio de un debate en la Cámara Alta, el senador por Santa Fe de Unión por la Patria Marcelo Lewandowski, al referirse a lo que está aconteciendo en Rosario, dijo que “la mano de obra que tiene el narcotráfico es de chiquitos y jóvenes excluidos de la vida”. Y agregó: “El que mató al playero era un chiquito que iba en pantuflas y medias, salió corriendo y se subió a un auto; no hablamos de grupos comando que atacaron, hablamos de jóvenes que están jugados en la vida, que no les importa su vida y menos la que tienen enfrente”. Finalmente, mostrando cierta preocupación, afirmó: “Si no revertimos eso, estamos condenados a que se agrande y cada vez más”.

De más está decir que sus expresiones cayeron muy mal en gran parte de la ciudadanía, ya que demuestran, además de como minimiza la situación, una falta de empatía total con las víctimas; muestra, asimismo, la lejanía entre los ciudadanos de a pie que sufren la inseguridad en carne propia, de aquellos representantes que deben solucionar ese crítico problema.

Como dijo alguien entre los muchos comentarios, “parece importarles muy poco los verdaderos problemas de la gente honesta y trabajadora”.

Lo real y concreto es que actitudes como estas se han venido sosteniendo en los últimos años y han transformado el tema en un problema que parece difícil de resolver. Más aún, cuando muchos de los que ahora se muestran preocupados, han sido parte de los que lo generaron, además de que, como ocurre con parte de la oposición política, no muestran señales de querer prestar ningún apoyo en ese sentido.

Mientras tanto, la población vive aterrada. Es imposible asumir la cantidad de muertes que se están produciendo, y que ya han alcanzado a inocentes, quienes, sin tener parte en el asunto, han sido asesinados o amenazados sin ninguna razón. ¡Se ha llegado a tal punto, que los trabajadores concurren a sus trabajos ocultando su condición, como ocurre con los asistentes escolares que decidieron retornar a sus trabajos escondiendo en sus mochilas sus guardapolvos para evitar ser blancos móviles de los sicarios!

La cuestión ya se instaló en Rosario y va a ser muy complicado erradicarla. Pero el problema no sólo se circunscribe a esa ciudad. Otras están transitando el mismo camino, incluida nuestra Córdoba, que ya presenta niveles de inseguridad alarmantes que no son compatibles con la delincuencia común.

Ojalá que quienes están encargados del tema impidan que el problema siga en ascenso. Necesitamos, como seres humanos que somos, poder vivir pacíficamente en nuestra Argentina. Algo tan obvio y básico que por todo lo que sucede día a día, parece que hay que decir y reiterar.

(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.

(**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.

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