Después de 54 años de dominio ininterrumpido, el régimen de la familia Assad en Siria colapsó en cuestión de días.
El ataque insurgente de una alianza de yihadistas y rebeldes coordinado desde el noroeste del país desencadenó una serie de avances que culminaron con la caída de la capital, Damasco, y la dimisión y huida del presidente Bashar al Assad a un destino desconocido.
Assad, un médico educado en Occidente, llegó a la presidencia en el 2000, con solo 34 años. Su padre preparó al hermano mayor de Bashar, Basil, como su sucesor, pero el joven murió en un accidente automovilístico en 1994.
Bashar fue traído de vuelta de su trabajo como oftalmólogo en Londres, sometido a entrenamiento militar y ascendido al rango de coronel para que algún día pudiera gobernar. Cuando Hafez murió, el parlamento bajó el requisito de edad presidencial de 40 a 34 años y el ascenso de Bashar se selló en un referéndum nacional, en el que él fue el único candidato.
En 2011, recurrió a las tácticas brutales de su padre, Hafez, para aplastar las protestas contra su régimen.
El alzamiento derivó en una guerra civil y recurrió a su ejército para bombardear ciudades controladas por la oposición con el apoyo de sus aliados Irán y Rusia.
Grupos internacionales de derechos humanos y fiscales alegaron el uso generalizado de tortura y ejecuciones extrajudiciales en los centros de detención gestionados por la dictadura siria.
Por la guerra en Siria casi medio millón de personas perdieron la vida y la mitad de la población siria se desplazó a Jordania, Turquía, Irak y Líbano y países europeos.
Una ofensiva sorpresa lanzada por grupos de oposición con base en el noroeste de Siria a fines de noviembre generó el colapso del régimen, mientras los aliados de Assad estaban ocupados en otros conflictos -como la guerra que inició Rusia contra Ucrania y la escalada bélica que comenzó en octubre de 2023 entre Israel y grupos armados respaldados por Irán, Hezbollah y Hamás-.
Hafez, un militar de carrera, gobernó durante casi 30 años durante los cuales estableció una economía centralizada al estilo soviético y asfixió a la disidencia.
Impuso una ideología secular que buscó enterrar las diferencias religiosas bajo el nacionalismo árabe y la imagen de resistencia heroica a Israel. Formó una alianza con los líderes religiosos chiíes en Irán, consolidó la dominación siria sobre Líbano y estableció una red de grupos milicianos palestinos y libaneses.
En un principio, Bashar -cuya única posición oficial antes de convertirse en presidente fue como jefe de la Sociedad de Computación Siria- parecía diferente a su padre autoritario. Inicialmente, al asumir el cargo, Assad liberó a prisioneros políticos y permitió un discurso más abierto.
En la “Primavera de Damasco” surgieron salones para intelectuales donde se podía discutir arte, cultura y política, algo impensado bajo el régimen de Hafez.
Pero después de que 1.000 intelectuales firmaron una petición pública pidiendo democracia multipartidista y mayores libertades en 2001 y otros intentaron formar un partido político, aquellos espacios se cerraron y docenas de activistas fueron encarcelados.
Assad se volcó a las reformas económicas. Hacia el exterior, se apegó a la línea que fijó su padre, basada en la alianza con Irán y en insistir en la devolución completa de los Altos del Golán anexionados por Israel, aunque en la práctica no lo confrontó militarmente.
En 2005 Siria perdió el control sobre la vecina Líbano, que duró décadas, después del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri.
Muchos libaneses acusaron a Damasco de estar detrás del asesinato. Siria se vio obligada a retirar sus tropas del país y un gobierno proestadounidense llegó al poder en Beirut.
Al mismo tiempo, el mundo árabe se dividió en dos bandos: uno de países liderados por suníes aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudí y Egipto, y otro con Siria e Irán, liderados por chiíes y vinculados con Hezbollah y milicianos palestinos.
Durante todo ese proceso, Assad se apoyó en gran medida en la misma base de poder local que su padre: la comunidad alauí, una rama del islam chií-que supone en torno al 10% de la población. Muchas de las posiciones en su gobierno fueron ocupadas por generaciones más jóvenes de las mismas familias que trabajaron para su padre.
Cuando estallaron las protestas en Túnez y Egipto, que terminaron derrocando a sus gobernantes, Assad descartó la posibilidad de que ocurriera lo mismo en su país e insistió en que su régimen estaba más en sintonía con su pueblo. Después de que la ola de la Primavera Árabe llegó a Siria, las fuerzas de seguridad reprimieron con violencia. Assad negó que se tratara de un levantamiento popular y le atribuyó los sucesos a “terroristas respaldados por extranjeros”.
Su posición convenció a muchos grupos minoritarios sirios, como cristianos, drusos y chiíes, así como algunos suníes que temían más la perspectiva de un gobierno de extremistas suníes que al gobierno autoritario de Assad.
Hace horas, cuando los insurgentes lograron ingresar a Damasco, la ONG Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) informó que el dictador abandonó el país hacia un lugar desconocido.
El primer ministro sirio, Mohammed Ghazi Jalali, dijo que el gobierno estaba listo para “extender su mano” a la oposición y entregar sus funciones a un gobierno de transición.
El líder del grupo rebelde Hayat Tahrir al-Sham (HTS), Abu Mohammed al-Jolani, les ordenó a las fuerzas insurgentes que no se acerquen a las instituciones oficiales en Damasco. Aseguró que permanecerán bajo la supervisión Jalali hasta que sean entregadas “oficialmente”.
Desde la Mezquita de Damasco, Jolani describió el derrocamiento de Assad como “una nueva etapa en el Medio Oriente” y llamó a los ciudadanos en el exterior a regresar a una “Siria Libre”.
Al menos 910 personas murieron en Siria desde que los rebeldes lanzaron su ofensiva relámpago el 27 de noviembre.
El OSDH, una organización con sede en el Reino Unido con una extensa red de informadores en el terreno, documentó que 380 fallecidos son miembros de tropas sirias y aliados del gobierno derrocado, 392 combatientes rebeldes y 138 civiles.