Nacieron con el nuevo siglo o a sus puertas, mientras los millenials llegaban a la edad adulta, y adoptaron las nuevas tecnologías desde sus primeros pasos, por lo que los posmillenials o centenials no pueden imaginar un mundo donde no existan los teléfonos inteligentes, las redes sociales y las aplicaciones como WhatsApp. Los jóvenes y adolescentes de la denominada Generación Z son nativos digitales que no cumplieron aún 20 años y que crecieron en medio de las secuelas del 11-S, la amenaza de los efectos del cambio climático y la inceridumbre global. También les tocó vivir la peor crisis financiera mundial desde la Gran Depresión de los años 30. Estos factores, junto con el dominio omnipresente de las redes sociales, moldearon la personalidad de esta generación que los especialistas califican como rupturista, narcisita, muy individualista pero también más tolerante.
Según un estudio de M&Saatchi, la agencia independiente más grande del mundo, fundada en 1995 por los hermanos Maurice y Charles Saatchi, tres de cada cuatro posmillenials tienen smartpohne y 24 por ciento de ellos está en línea casi constantemente, una conexión que se debe, según coinciden en señalar los expertos, a su necesidad de estar siempre conectados y de ser percibidos como personas activas a través de lo que comparten en las redes sociales. Éstas son también su principal vía para acceder a las noticias, aunque no tienen conocimientos profundos sobre ningún tema, por lo que les cuesta diferenciar entre las noticias veraces y las falsas noticias. Por este motivo, los mensajes cortos y simples son los que más efecto surten en ellos.
“Alguna vez se ha dicho que son la generación surfista, en el sentido de que sobrevuelan muchos aspectos de la realidad, lo que también tiene mucho que ver con el mundo digital, donde las relaciones con las cosas son superficiales”, explica José Durán, profesor de sociología, ante la consulta de los portales especializados en psicología de las nuevas generaciones.
A pesar de estar prácticamente las 24 horas del día conectados con otras personas a través de la red de redes, su forma de comunicarse también es superficial y no crean vínculos profundos. “Prefieren más la comunicación que la conversación. Esto coincide con un mundo donde prolifera el afán de lo comunicativo a través de las relaciones sociales y otros cauces, pero que al mismo tiempo es un mundo donde se habla muy poco y donde hay mucho individualismo. Pero yo no hablaría sólo de posmillenials porque más o menos desde los 90 ya estamos advirtiendo este cambio”, argumenta el especialista y señala la confluencia de la generación Z con la Y.
Al mismo tiempo, sienten la necesidad de mostrar todo lo que viven y experimentan a través de las redes sociales como si, de lo contrario, no lo hubiesen vivido. En este sentido, según el sociólogo, es la generación más narcisita. “Y lo es porque es una generación tremendamente individualista, pero esto ya se veía en los nacidos en los 80. Es, además, una generación rupturista, cuya trayectoria vital nada tiene que ver con la de sus padres y, curiosamente, sus padres tampoco están preocupados por transmitirles unos valores más o menos fuertes”, relata.
Este individualismo explica también su culto al cuerpo. “En personas tan individualistas, que no tienen referencias sociales claras sobre las que construir su identidad, el yo se convierte en una manifestación de esa identidad y el yo más íntimo es el cuerpo. Esto explica su afán por tatuarse el cuerpo como forma de crear una identidad única a partir del yo más personal”, explica el profesor Durán.
La situación de crisis mundial y la convulsión geopolítica global convirtieron a los posmillenials en adolescentes que viven pegados al presente. “Son personas que viven en un mundo en riesgo y en una sociedad vinculada totalmente con el ahora, sin previsiones de futuro. Viven la realidad presente sin intentar sacrificarlo, pensando en un futuro que no se sabe cómo va a ser”, afirma.
Pero también es una generación más tolerante, aunque esta tolerancia es relativa, según Durán. “Se trata de una tolerancia también muy individualista, es decir, la tolerancia donde un ‘yo’ expresa su derecho a manifestarse y, por lo tanto, comprende al otro en la medida que le reconoce ese mismo derecho, pero esa tolerancia tiene un límite cuando implica someter ese ‘yo’ a otras imposiciones institucionales, cuando tolerar implicar respetar determinadas esferas colectivas institucionales”, señala.
Según el estudio de M&Saatchi, siete de cada diez centenials creen que tendrán que trabajar más que sus padres para alcanzar un nivel de vida similar y entienden que tienen que ser los mejores de su clase. Asimismo, consideran que cualquier tema o trabajo que no aporte puntos a su currículo es prescindible. Sus sueños se limitan a una casa pequeña y un trabajo estable porque no creen que puedan alcanzar más. El estudio los califica como “adolescentes de mediana edad” porque privilegian la seguridad y gestionan sus riesgos. “El trabajo no se concibe como algo puramente sacrificial, como lo era para la generación de hace décadas, sino como un medio instrumental para hacer cosas en la vida, lo que a su vez fomenta el individualismo”, apunta el sociólogo.
Durán asegura que la tendencia es a que la sociedad será cada vez más individualista, marcada por relaciones que se componen y recomponen constantemente, más superficiales y frágiles. “Será una sociedad llena de contradicciones: más abierta pero también más individualista; una sociedad con más posibilidades pero también con más riesgos; una sociedad en la que la gente está hipervinculada a través de las redes sociales pero a la vez está más sola; con afán de comunicación pero no de conversación -porque esto supone profundizar-”, explica.