Por Javier De Pascuale – [email protected]
Hay una película de Hollywood, Éste es el fin, protagonizada por Jonah Hill, Seth Rogen, James Franco, Craig Robinson y Danny McBride, en la que a pesar de que todo se desmorona a su alrededor, este grupo de amigos ricos y famosos se niega a aceptar el apocalipsis, el fin de su mundo. Cuando empiezan a caer de a uno, algunos se reconvierten para poder entrar al cielo pero a otros los traiciona su vanidad y caen al infierno.
El film puede ser una alegoría sobre el contexto político nacional de la Argentina. La hiperanunciada reformulación de la política ya está entre nosotros. El momento bisagra entre la representación vía partidos y aglomeraciones políticas más o menos homogéneas y nuevas formaciones que interpreten los momentos vitales y las necesidades populares “en tiempo real” ya pasó. Una nueva hegemonía política se apoderó del país, se asentó con fuerza desde Ushuahia a La Quiaca, conformó una nueva identidad, se apoderó de vitalidades que estaban sueltas y les dio a los sectores medios de todo el país un refugio adonde depositar sus esperanzas de movilidad ascendente y progreso social.
Es el fin de un proceso que se inició en la ciudad de Buenos Aires hace ya varios años, que fue calando en las ciudades para terminar derramándose en toda la geografía nacional en un tiempo récord. Porque hasta hace unos meses, el voto a Cambiemos era un recurso contra el regreso de Cristina Fernández pero hoy es un cheque firmado al presidente Mauricio Macri para que cumpla todo lo que promete por estas horas, que es lo más parecido al cielo, al país donde viven los ángeles y no al que estamos acostumbrados a transitar cada día.
Mientras tanto, no alcanzan los actos masivos ni los comités en cada barrio ni las apelaciones tradicionales a identidades sociales y políticas construidas durante décadas para frenar la llegada de la convergencia tecnológica a la política vernácula. Como un tren que no se detiene en ninguna estación, el mundo de lo digital pasó por la política y quien no se adaptó al nuevo ritmo, quedó en el andén.
Por supuesto, “la maquinaria político-electoral” de Cambiemos, diseñada por un comité de expertos en algún templo del marketing, fue la que más rápidamente llegó a interpretar las nuevas reglas de la política en el mundo de lo digital. Y la siguió la ex presidenta y ahora líder opositora Cristina Fernández, cuyo manejo de redes sorprendió a más de uno.
Desde las redes a las plazas y de allí a las urnas, ambas maquinarias electorales son las que más crecieron en estos últimos meses, junto a algunos pocos casos en el país que lograron revertir las derrotas de agosto y transformarlas en victorias este domingo. El fenómeno no tiene ideologías y atravesó formaciones a derecha e izquierda del espectro político. Llegó una nueva forma de captar la atención de los votantes y de transformar eso en representación.
En el viejo andén de modos políticos que se desmoronan quedaron mucho más que cinco amigos sorprendidos por el apocalipsis. Desde gobernadores hasta partidos políticos centenarios, fundadores casi de la institucionalidad de la Argentina -como el Partido Socialista-, fueron lanzados a la casi marginalidad de la representación política versión 2017.
Una representación que si uno la lee en la misma línea, es líquida también. “No hay un cheque en blanco y la victoria no da derechos sino obligaciones, la obligación de empezar a mostrar resultados por ejemplo en lo económico, que hasta ahora no se han visto”, precisó ayer el analista político Gustavo Córdoba.
“No hay que subestimar al votante. Ahí donde la política deja de escuchar a la gente y se escucha a sí misma pasa lo que pasó el domingo en La Rioja, por ejemplo”, recomienda el experto, y agrega: “No extrapolar los resultados del domingo a 2019 es parte de la misma recomendación. Eso sería apresurarse y tomarle el pelo a la gente, que el domingo no votó 2019 sino 2017”.
En la misma línea, el politólogo recomienda al oficialismo nacional: “Interpretar los resultados del domingo como un enorme cheque en blanco es peligroso”. En particular, agregaría para el propio Macri y para otros actores de su fuerza, en la que la soberbia y algunos desbordes antidemocráticos han emergido en estos primeros dos años de gestión.
Cambiemos fue una ola que este domingo barrió con varios actores de la política argentina. Pero como toda ola, así como vino, puede irse. Tiene el desafío este experimento electoral de convertirse en la fuerza política hegemónica de la clase media, como lo fue el radicalismo durante muchos años, o morir en la ambición de los CEO y la bicicleta financiera sólo apta para los amigos del colegio Newman, donde se formó el Presidente. De cómo tome el propio Macri la victoria, en primer lugar, depende si cumple uno u otro destino.
Por supuesto, es un escenario dinámico donde los opositores también hacen su juego y así como algunos caerán al infierno, otros pueden reivindicarse y ascender a los cielos. Todo fin de algo da inicio a otras cosas… ¿No?..