Para el científico Diego Golombek existe un prejuicio que hace que la gente no se identifique con contenidos “de ciencia”. Para romper esa barrera, propone llevarla a partidos de fútbol, conciertos, telenovelas y literatura. Del lenguaje conciso y técnico a las metáforas y analogías
Por Carolina Klepp- [email protected]
La comunicación de la ciencia siempre es una zona llena de retos, desde hacerla entendible a “no científicos” hasta un desafío mayor: convertirla en apasionante. Esto también estará en debate en el Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). Uno de los referentes argentinos será el biólogo y divulgador científico Diego Golombek. Antes de su participación en Córdoba la próxima semana, habló con Comercio y Justicia.
Para el investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Quilmes, mantener el rigor científico no quita la posibilidad de lograr metáforas y analogías para atrapar a la sociedad y no dejarla afuera de los avances e impactos de la ciencia.
– ¿Qué está preparando para el panel sobre la comunicación del pensamiento científico?
– Voy a participar en dos actividades sobre el tema. Una es el panel “oficial” del CILE, y la otra es una de las actividades paralelas del congreso, organizada por el Museo Provincial de Ciencias Naturales. En el panel me pidieron que hablara sobre el uso del inglés y el español como lenguas para la comunicación científica. En este caso, tengo una posición personal que no suele ser compartida por muchos colegas. Considero que hay que elegir qué batallas pelear y cuáles no valen la pena. En este caso, y por múltiples motivos, está claro que el inglés es la lengua de la ciencia profesional, la de los “papers” y las comunicaciones científicas entre colegas. No tiene ningún sentido una cruzada por cambiar esto, y no es algo que valga solamente para el español sino para muchas otras lenguas. Esto no quiere decir que no se deban mantener revistas científicas en idioma local, pero siempre existirá una disparidad jerárquica: ningún investigador mandará sus mejores resultados a estas revistas que, aún así, cumplen una importante función para las comunidades de cada región. Por el contrario, la comunicación pública de la ciencia debe realizarse en los idiomas locales para que efectivamente llegue al público destinatario.
De esa comunicación pública hablaré en el Museo en una charla llamada “Contar la ciencia (y no morir en el intento)”, en donde vamos a repasar los formatos, éxitos y dificultades a la hora de hacer la llamada “divulgación” científica, necesaria y hasta imprescindible.
– ¿De qué manera se puede hacer más sencilla la comunicación para que sea entendida por “no científicos”?
– La ciencia profesional tiene un lenguaje particular, elegante, conciso y técnico. El desafío es mantener el rigor científico pero lograr las metáforas y analogías justas como para no solo hacerla entendible por otros públicos sino, sobre todo, apasionante. Quizá el secreto sea que, una vez que tenemos asegurado ese rigor, todo vale: hay que aprovechar al máximo los recursos que brindan los distintos formatos. Así, si hacemos un libro de ciencia, que sea literatura y que los lectores se pasen la parada del colectivo porque están entusiasmados con el texto. Si es un programa de tele, logremos que la audiencia se detenga en su zapping casi sin darse cuenta de que es un programa “de ciencia”: es televisión, con todo lo que eso implica, pero con contenido científico.
– ¿Dónde identifica que se encuentran las mayores dificultades para comunicar ciencia?
– Hay claramente un prejuicio que nace con la educación formal que hace que la gente no se sienta en general identificada con contenidos “de ciencia”. Allí debemos entrar de contrabando, y meter esa ciencia donde no se la esperan; en un partido de fútbol, en un concierto, en una telenovela. También es importante quién cuenta la ciencia. Los científicos pueden tener excelentes intenciones pero no las herramientas adecuadas; de la misma manera, los periodistas genéricos no necesariamente están preparados para este tipo de noticias. Afortunadamente, en Argentina contamos con un número – reducido – de periodistas científicos, que se han formado para este tipo de comunicación. Otra dificultad es un cierto desinterés oficial por fomentar programas de comunicación científica a diversos niveles (del municipal al nacional); hay excelentes ejemplos, por supuesto… pero no alcanzan.
– ¿Cuáles son esas “herramientas adecuadas” para un científico, y cuáles para un periodista?
– Los científicos estamos formados para investigar y para contárselo a nuestros colegas (en el mejor de los casos). Necesitamos las herramientas básicas de la comunicación social, entender cómo es la lógica de los medios, para poder así colaborar efectivamente con estas tareas. Y los periodistas necesitan conocer la naturaleza de la ciencia, cómo es la vida del investigador, sus avances y retrocesos, además de las preguntas fundamentales de la ciencia histórica y contemporánea.
– ¿Algunas propuestas concretas para mejorar la comunicación del pensamiento científico?
– Una buena formación complementaria tanto para científicos como para comunicadores que quieran dedicarse a contar la ciencia. La incorporación de periodistas científicos en medios masivos. Otra propuesta: consolidar la noción de que “ciencia es cultura” y, por lo tanto, debe ser integrada en las propuestas culturales del estado y de otras instituciones.
– ¿Cuál fue su desafío más importante a la hora de comunicar ciencia y cómo lo sorteó?
– ¡Todos son desafíos! En mi caso, luego de dedicarme por bastante tiempo al periodismo científico, me interesó contar la ciencia de todos los días, de la vida cotidiana y, para eso, recurrir a la ficción, al humor, a recursos que normalmente no son los de contar la ciencia. Hubo que animarse y ser muy caradura.