La nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, confirmó su fama de administradora afecta al trabajo al realizar siete reuniones con gobernantes y autoridades extranjeras un día después de asumir el cargo, y está previsto que hoy reciba al ministro de Hacienda y a otros funcionarios.
Rousseff encabezó el sábado en Brasilia un desfile en auto descapotado, pronunció dos discursos, uno en el Congreso y otro en la Plaza de los Tres Poderes, y fue la anfitriona de un cóctel ofrecido en la Cancillería.
Ex ministra de Minas y Energía y ex jefa del Gabinete del su predecesor Luiz Lula da Silva, Rousseff fue definida por éste como una funcionaria que trabajaba “a veces hasta las 4 de la mañana” y al día siguiente llegaba “antes” que la mayoría de sus colegas a su despacho.
La propia Rousseff, economista de 63 años, dijo durante la campaña electoral que los periodistas acreditados en el Palacio del Planalto necesitarán acostumbrarse a trabajar los domingos, porque ella suele tener agenda esos días.
Dirigentes de partidos opositores han definido a la nueva mandataria como una “gerente dura” que suele ser poco tolerante con sus subordinados.
Lula se fue con la cabeza erguida
El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, afirmó que dejó el gobierno “con la cabeza erguida”, aseguró que tiene “mucho por hacer” por Brasil y que pretende “llevar las buenas experiencias” de su administración “a África y a los demás países de Latinoamérica”. “Vuelvo a casa con la cabeza erguida, con la sensación del deber cumplido”, dijo Lula anoche, después de haber entregado el gobierno a su sucesora, Dilma Rousseff, tras haber cumplido dos mandatos consecutivos. El mandatario saliente señaló que “necesitaba probar” que un sindicalista metalúrgico podía ejercer la presidencia con tanta o más competencia que dirigentes surgidos de “la elite”.