Florencia G. Rusconi (*)
Desde el primer lanzamiento por fuera de la superficie terrestre, en 1957, cuando el satélite ruso Sputnik dio inicio a la carrera espacial, más de 16.700 satélites fueron enviados al espacio y actualmente la mitad de ellos está fuera de servicio. Por ese motivo, según la Agencia Espacial Europea (ESA), existen alrededor de 11.900 toneladas de chatarra espacial en órbita, comenzando una historia de lanzamientos cotidianos, que ha llevado miles de naves, de todo tipo y tamaño, al espacio.
Muchas de estas naves siguen en funcionamiento. Algunas se precipitaron a Tierra y otras, que cumplieron su ciclo, siguen en el espacio. Las que quedaron inutilizadas y los restos de satélites y cohetes son lo que llamamos basura espacial.
La basura espacial consiste en cualquier objeto fabricado por el hombre que se envía al espacio y que ya no tiene ninguna utilidad, es decir, que ya no es operativo. Esto incluye los restos de satélites, los de las misiones espaciales y las piezas de los cohetes.
Aunque sean pequeños, la velocidad de movimiento de estos objetos es suficiente para causar grandes daños. El principal peligro de la basura espacial es el riesgo de colisión con otros vehículos en órbita, como la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).
Gravedad del problema
Por los beneficios que aportan los satélites a la sociedad, los radares de observación y detección juegan un papel importante para continuar abriendo la frontera espacial. No obstante, debido al avanzado desarrollo en esta materia, se ha generado una gran concentración de desechos que empeora sustancialmente por choques de satélites, por operación de las misiones, por eventos anormales, por desprendimiento de partes de satélites y por terminación de la vida útil de estos. Dicha concentración de desechos termina por afectar a los objetos puestos en órbita alrededor de la Tierra, por más inmensurable que sea el espacio.
Se calcula que los desechos clasificados y cuantificados por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), pueden viajar a una velocidad de 20 km/segundo y causar diferentes daños.
Este problema se agravó en los últimos años con el aumento de las misiones satelitales que impulsan agencias gubernamentales y privadas, tal como Starlink, de Elon Musk, que ya lanzó miles de satélites y planea seguir haciéndolo. El año pasado se lanzaron más satélites que en los 66 años anteriores de historia espacial.
A lo largo de los 67 años de actividad espacial se han producido considerables cantidades de desechos espaciales. De acuerdo con la Oficina del Programa de Desechos Orbitales de la NASA (NASA Orbital Debris Program Office), aproximadamente orbitan alrededor de la Tierra cerca de 19.000 objetos de más de 10 cm de diámetro, 500.000 desechos espaciales de entre uno y 10 cm de diámetro y se estima que el número de partículas más pequeñas que un centímetro excede 10 millones.
El problema se ve agravado por los satélites en desuso que todavía están en órbita y que chocan y crean fragmentos más pequeños que son difíciles de rastrear. Los satélites realizan cientos de maniobras para evitar colisiones cada año, para evitar choques que no sólo causarían daños a los satélites operativos o incluso los destruirían sino que también generarían aún más basura espacial.
Los astronautas también han puesto su granito de arena a los desperdicios que tenemos orbitando sobre nuestras cabezas. Antes de que se instalara en la ISS el sistema para reciclar orina, se expulsaba al espacio, lo que convertía este hecho en toda una visión mágica: el frío del espacio transformaba las pequeñas gotas de orina en brillantes cristales.
En 1965, Edward White, astronauta de la misión Gemini IV, disfrutaba de su primera aventura extravehicular cuando uno de sus guantes salió flotando por la escotilla; durante un mes el guante orbitó la Tierra a 28.000 km/h. No fue el único en perder cosas: Mike Collins perdió el control de una cámara Hasselblad mientras trabajaba fuera de la cápsula Gemini X; Piers Sellers, una espátula accidentalmente mientras trabajaba en el exterior; a Williams, quien intentaba arreglar unos paneles solares, se le escapó una cámara de video, que seguramente orbitó durante algún tiempo no muy lejos de la carísima bolsa de herramientas -unos 80.000 euros- que dejó escapar Heidemarie Stefanyshyn-Piper en 2008. Eso sí, los alicates de punta fina que perdió Scott Parazynski fueron vistos flotando debajo de la estación al poco tiempo.
En noviembre de 2021, los astronautas a bordo de la ISS se vieron obligados a refugiarse en su nave espacial de transporte cuando la estación espacial pasó incómodamente cerca de materiales en desuso. En una oportunidad, la ISS tuvo que disparar sus propulsores para maniobrar fuera del camino de un satélite de imágenes de la Tierra.
En octubre de 2022, la ISS se vio obligada a tomar medidas evasivas para esquivar un fragmento de basura espacial de un satélite ruso que fue destruido por una prueba de misiles antisatélite ampliamente condenada en 2021.
La ISS corre un grave riesgo por el incremento constante de basura espacial
Así, la ISS no se ha librado de esta plaga y desde su inauguración, en 1998, ha sufrido 30 accidentes. En uno de ellos, una ventana recibió el impacto de varios restos que abrieron un orificio de 6,5 mm de diámetro. En mayo de 2021, durante una inspección de rutina en el brazo robótico de la ISS (Canadarm2), se descubrió un agujero de 5 mm, y en noviembre de 2022, la NASA canceló una caminata espacial por la cercanía de unos restos de basura.
Ante esta situación, un grupo de científicos ha pedido un tratado jurídicamente vinculante para garantizar que la órbita terrestre no sufra daños irreparables por la futura expansión de la industria espacial mundial.
En un artículo publicado en la revista Science, un grupo internacional de expertos en tecnología de satélites y contaminación por plásticos en los océanos afirma que esto demuestra la urgente necesidad de un consenso mundial sobre la mejor manera de gobernar la órbita terrestre.
Síndrome de Kessler
Lo llamativo es que esta situación ya había sido predicha por diversos científicos. En 1978, los investigadores de la NASA Donald J. Kessler y Burton Cour-Palais publicaron un artículo titulado “Frecuencia de colisión de satélites artificiales: la creación de un cinturón de escombros”. El documento era muy explícito y establecía que para el año 2000 la densidad de los desechos espaciales en órbita sería tan grande que las colisiones aleatorias no se podrían evitar. Desde entonces se conoce esta situación como el “síndrome Kessler”.
Según explicaron estos científicos, “las colisiones de satélites producirán fragmentos en órbita, y cada uno de ellos aumentará la probabilidad de más colisiones, lo que propiciará la aparición de un cinturón de escombros alrededor de la Tierra”. Kessler sugirió que la mejor manera de evitar el crecimiento exponencial de las colisiones era reducir el número de naves espaciales no operativas que quedaran en órbita. Con el paso del tiempo el síndrome Kessler se ha convertido en una realidad y ya es urgente no sólo catalogar la basura sino también idear formas de limpiar el espacio. Evidentemente, ambas no son tareas sencillas, pero alguien debe hacerlo.
Desde entonces, el síndrome de Kessler, descrito con el suspenso adecuado en la película Gravity, de 2013, ganadora de siete premios Oscar, ha sido la abreviatura de la preocupación de la industria de que un exceso de tráfico espacial acabe creando un círculo vicioso de más desechos que causen aún más colisiones hasta que los lanzamientos se vuelvan imposibles.
La amenaza más notable que representan los desechos espaciales para los humanos es mantenernos atrapados en nuestro planeta. Kessler advirtió, en 1978, que, si dos objetos grandes chocan, el efecto dominó causado por el material que se rompe, choca con otro material y se vuelve a romper, podría crear una capa impenetrable de escombros que haría imposibles los lanzamientos espaciales terrestres
La situación es tan apremiante que las estimaciones del crecimiento de la industria aeroespacial son exponenciales. Se prevé que el número de satélites en órbita aumente de los 9.000 actuales a más de 60.000 en 2030, y las estimaciones sugieren que ya hay más de 100 billones de fragmentos de viejos satélites sin rastrear dando vueltas al planeta, según advierten los científicos en un artículo publicado en la revista Science
Normativa jurídica
Una mirada al tema de los desechos espaciales permite concluir que falta un marco jurídico adecuado que regule la problemática actual. Ésta debe abarcar dos etapas; la primera es la prevención y -cuando ésta no es posible o resulta ineficaz- procede la reparación.
En la actualidad, los desechos espaciales, en virtud de su cantidad y sus diversas dimensiones, constituyen una problemática de carácter mundial en la que los actores privados, los Estados y los organismos internacionales juegan un rol fundamental al ser éstos quienes desarrollan actividades de diversa índole en el espacio ultraterrestre. Aunado a lo anterior, la normativa jurídica al respecto resulta escasa frente a la magnitud del problema para la humanidad que representan los desechos espaciales
El compendio de normas que conforman el Corpus Iuris Spatialis (cinco tratados entre 1967 y 1979), vigente en la actualidad, no define los desechos espaciales propiamente, aunque de sus normas se pueden sugerir las directrices para su reducción.
Por su parte, en su informe del año 2023, las directrices para la reducción de desechos espaciales impartidas por la Comisión sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos de la ONU, que constituye una normativa de carácter no vinculante para los Estados a la luz del derecho internacional, prevén como texto de recomendación u orientación el siguiente en relación con los desechos que éstos son “todos los objetos artificiales, incluidos sus fragmentos y los elementos de esos fragmentos, que están en órbita terrestre o que reingresan a la atmósfera y que no son funcionales”.
A su vez, la Subcomisión de Asuntos Científicos y Técnicos de la Comisión sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos (Copuos, por sus siglas en inglés), define a los desechos espaciales como “todos los objetos artificiales, inclusive sus fragmentos y piezas, tanto si es posible la identificación de sus propietarios como si no lo es, en órbita terrestre o que reingresen en las capas densas de la atmósfera y que no son funcionales ni tienen expectativa razonable de que puedan asumir o reanudar las funciones a que se destinaban ni ninguna otra función para la que estén o puedan estar autorizados.
Por ello, consideramos acertado afirmar que los desechos espaciales son objetos espaciales, de acuerdo con la definición que efectúan tanto el Convenio sobre la Responsabilidad Internacional por Daños Causados por Objetos Espaciales (1972) como el Convenio sobre el Registro de Objetos Lanzados al Espacio Ultraterrestre (1975).
Si los desechos espaciales constituyen propiamente objetos espaciales, como tales se encuentran bajo el régimen jurídico previsto para dichos objetos en el tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celeste (es la Carta Magna de Espacio Ultraterrestre-1967), como normas de obligatorio cumplimiento para los Estados.
El tratado de 1967 prevé en su artículo VII la responsabilidad del Estado que lance o promueva el lanzamiento de un objeto al espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes y del Estado parte en el tratado, desde cuyo territorio o cuyas instalaciones se lance un objeto por los daños causados a otro Estado parte o a sus personas naturales o jurídicas por dicho objeto o sus partes componentes en la Tierra, en el espacio aéreo o en el espacio ultraterrestre.
Así las cosas, respecto al tratamiento de los desechos espaciales cabe destacar que resultarían aplicables los principios de cooperación y comprensión internacional, el deber de asistencia mutua y la reciprocidad entre los Estados.
Por este motivo, los Estados que lleven a cabo actividades de exploración y utilización del espacio ultraterrestre tendrán el deber de informar a los demás Estados o al secretario General de las Naciones Unidas los fenómenos que podrían constituir un peligro para la vida o la salud de los astronautas, lo que incluye, a criterio de quien suscribe, las eventualidades respecto a los desechos espaciales de los que tengan conocimiento, así como de la actualización y avances al respecto.
De manera que podemos considerar que dicho tratado, que en la actualidad tiene 110 Estados partes, contiene soluciones cuando menos iniciales que se desarrollaron en los posteriores convenios.
En este orden de ideas, el Convenio sobre la Responsabilidad Internacional por Daños Causados por Objetos Espaciales establece -entre otras cosas- la normativa y principios aplicables respecto a los daños causados por objetos espaciales y el régimen de responsabilidad absoluta del Estado de lanzamiento por los daños causados por un objeto espacial suyo, así como la responsabilidad mancomunada y solidaria en caso de multiplicidad de Estados de lanzamiento.
El problema surgirá cuando resulte indeterminado el Estado de lanzamiento del objeto espacial que cause el daño, lo que concluiría en una injusticia con uno o varios damnificados por ausencia de indemnización al no haber un responsable determinado.
En la actualidad, la comunidad internacional se encuentra desarrollando diversos mecanismos para controlar y disminuir la cantidad de desechos espaciales y, en consecuencia, disminuir el riesgo existente.
En efecto, al daño que provoque un objeto espacial o sus componentes le es aplicable el Convenio sobre Responsabilidad de 1972, siendo posible la reparación (arts. I a), II, III).
La motivación para promulgar la legislación que creó el Tratado del Espacio Ultraterrestre hace 60 años simplemente no existe, porque el tiempo que lleva negociar cualquier acuerdo internacional simplemente no puede mantenerse al día con los desarrollos que podrían realizarse en una tecnología, industria nacida de una filosofía de “moverse rápido y romper cosas”.
Esta falta de legislación da a las empresas la libertad de desarrollarse rápidamente sin fuertes restricciones legales, aunque no sea ésta una “motivación principal” de por qué las leyes aún no se han actualizado adecuadamente. Los presupuestos nacionales han sido demasiado bajos para darle a la NASA la financiación que necesita, pero los inversores privados en Boeing, SpaceX y otros son el tiro en el brazo que los gobiernos creen que requiere la industria espacial.
Eso no quiere decir que estas empresas no se beneficien también de la financiación del gobierno, por supuesto. En 2015, se informó que SpaceX, Tesla y otras compañías asociadas con Musk recibieron un estimado de $4,9 mil millones en apoyo del gobierno y la compañía se ha beneficiado de más gastos desde entonces.
En el proceso de concreción de la agenda “Espacio 2030” y en su plan de aplicación para asegurar la sostenibilidad a largo plazo de las actividades en el espacio ultraterrestre y -en particular- el difícil reto que plantean los desechos espaciales, es clave para alcanzar los objetivos mundiales.
(*) Abogada. Docente jubilada de la cátedra de Derecho Internacional Público. Ex docente de la cátedra de Derecho de la Navegación, Marítima, Aeronáutica y Espacial (hoy Derecho del Transporte) – Facultad de Derecho (UNC)