Por Carolina Klepp
Tenemos que hacer que la sala limpia, que es donde se fabrican los satélites, esté llena por muchos años”, “que se reconozca a Argentina, no sólo por la carne y la soja sino también por la tecnología” y “que todo este desarrollo pueda agregar valor en otras industrias”. Con estos tres desafíos en el horizonte, el presidente de la empresa Arsat, Matías Bianchi (42), señala el camino que abrió el primer satélite de telecomunicaciones argentino, el Arsat1, que además coloca al país como el primero en Latinoamérica en tener en órbita un satélite geoestacional de construcción propia.
“Esto es el principio de algo, no el fin”, destaca el ingeniero industrial egresado de la UBA. La mirada a largo plazo marca una visión estratégica regional y foco en la formación de recursos humanos especializados.
Desde 2007, cuando se inicia el proyecto, hasta la actualidad participaron 450 personas que promedian los 40 años. En este camino, Bianchi se plantea la necesidad de despertar ya vocaciones científico-tecnológicas. “Los chicos que están terminando la primaria, seguramente serán los que vayan a construir el reemplazo de Arsat 1. Tenemos que trabajar con ellos, para que estén comprometidos con la pasión, el orgullo y las ganas de la gente que hizo esto”, afirmó.
Enseguida recuerda la historia de la creación del satélite que llevó una inversión de 270 millones de dólares. Se remonta a papeles en blanco esperando llenarse con diseños y contratos tras la decisión del Estado de proteger las posiciones orbitales que estaban a punto de perderse y hacerlo con satélites hechos en Argentina.
Decisiones estratégicas
Las preexistencias de Invap, Comisión Nacional de Energía Atómica (Conea) y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) fueron determinantes. “Aquí hay dos líneas de formación previa, por un lado, todo el conocimiento de Invap, una empresa del Estado de Río Negro que tiene sus orígenes a partir de la Conea y de la industria nuclear y de también una decisión estratégica en su momento de que Argentina se iba a meter en proyectos tecnológicos como la industria nuclear en los años 40. A partir de ahí se crea la Conea y se empiezan a adquirir estos conocimientos e Invap es la empresa que, de alguna manera, ejecuta esas iniciativas y empiezan a gestionarse proyectos tecnológicos complejos”, resalta Bianchi.
“Después de eso, en los años 90, y también con algunos aprendizajes previos, se crea la Conae que es la Agencia Espacial. Ésta tiene como objetivo desarrollar satélites de baja órbita de observación científica. La Conae, de alguna manera, los diseña, tiene relación con agencias europeas, norteamericanas y brasileñas -con las que se hacen expediciones conjuntas- y con Invap, que fabrica estos satélites. A partir de ese conocimiento es que llega la decisión de pasar a satélites de telecomunicaciones que son más complejos”, completa.
Para graficar, brinda algunos datos comparativos entre los satélites científicos que son de una tonelada o menos, contra las tres toneladas que tiene el Arsat 1. Los primeros están diseñados normalmente para cuatro o cinco años de vida útil -a 1.000 kilómetros de altura- contra los 15 años de los de telecomunicaciones, que deben vivir a 36.000 kilómetros de la tierra. Para ello se requiere mucho más desarrollo para la disipación de calor, por ejemplo, y esto marca un avance más en la tecnología.
El proyecto no cerraría si no fuera por el grupo que hoy compone la empresa Arsat, muchos de ellos ex trabajadores de Nahuelsat, que tenían experiencia en operar un satélite y en pedir cotizaciones a casi todas las constructoras de satélites del mundo. “Esta gente había aprendido a especificar y tenía mucho conocimiento de una metodología de trabajo europea que, sumado a la experiencia de Invap, fue lo que creó este proyecto”.
Con la experiencia adquirida, Bianchi asegura que el país está en condiciones de terminar un satélite en 24 a 36 meses, incrementando incluso el porcentaje de piezas hechas localmente, algo que hoy alcanza en 50%. Decisiones de este tipo dependen de un análisis económico y tecnológico y, en esta línea, asoma la mirada hacia otras ramas de la industria local y de integración con países de la región.
“Tenemos que pensar si cada desarrollo tecnológico de las partes, por más que sean de poco impacto en el satélite, puede incidir en otras áreas de la industria. Entonces, de ser así, conviene desarrollarlo”, dice. Un ejemplo concreto: las baterías de litio que lleva el satélite, algo que también se usa en computadoras, celulares y autos eléctricos. “En el satélite (la batería) es el 0,1% del valor total, es ínfimo, pero entre Argentina, Bolivia y Chile tenemos 70% de las reservas de litio del mundo. Si uno logra desarrollar una batería de litio para un satélite es probable que en ese camino haya desarrollado una industria de baterías para autos, celulares y computadoras, más allá del satélite, entonces el valor es mucho mayor. Hay que tener miradas transversales en materia tecnológica”, concluyó quien próximamente se reunirá con las agencias espaciales de latinoamérica para proponerles un plan conjunto.
No nació de un repollo
El 2 de febrero de 1961 se lanzó, desde plena Pampa de Achala, el primer cohete Alfa Centauro diseñado y construido en Córdoba. Se elevó alrededor de ocho kilómetros antes de volver a caer, en un auspicioso debut. Algo más de 53 años después, el 16 de octubre de 2014, despegó desde la Guayana Francesa un cohete de Ariane V, que transportaba en su interior el primer satélite argentino de telecomunicaciones, Arsat-I, y lo proyectó al espacio.
¿Tienen estos dos hechos alguna relación? Sin dudas.La actividad espacial del país reconoce el lanzamiento de 1961 como un acto fundacional. Entre ese despegue y el de 2014 ocurrieron avances y algunos retrocesos. Lanzamientos de otros cohetes de combustible sólido, cada vez más potentes y a mayor altura. Algunos llevaron animales vivos, ratones y hasta un mono, como parte de experimentos biológicos exitosos cuando sólo cuatro países lo habían logrado antes. El diseño y puesta en órbita de satélites científicos de observación de la tierra en los últimos años -la serie SAC- es un hecho con resultados concretos. El broche de oro es la actual construcción del Tronador II, un cohete que permitirá al país lanzar por sí mismo satélites pequeños, algo que hoy sólo un puñado de países centrales puede hacer.
* Guillermo Goldes, Famaf UNC