Por José Echagüe * para Revista Seúl
Noviembre. Agobiado por una situación económica compleja y un sistema político que desde hace tiempo parece incapaz de dar respuestas, el electorado da un golpe de timón y elige como presidente a un outsider. Su agenda de cambio es disruptiva, su propuesta económica y política está en el extremo opuesto al de la cultura y la tradición más establecida. El apoyo popular con el que asume es amplio (55% de los votos en el balotaje), pero su representación legislativa es baja por los votos obtenidos en primera vuelta (30%).
Sin perder tiempo, apenas asumido el presidente avanza en línea recta hacia sus promesas de campaña, pero el Congreso pronto le hace saber su falta de mayorías y bloquea sus iniciativas principales. Frustrado por esos límites, el mandatario rompe puentes con la oposición más moderada y piensa en duplicarla apuesta convocando a un plebiscito. Busca en la voluntad popular el apoyo que no encuentra en el establishment político y económico.
El final de la historia es conocido: el país del que hablamos es Chile, el presidente es Gabriel Boric y el plebiscito al que convocó para reformarla constitución en abril de 2022, apenas un mes después de asumir, lo perdió con el 62% de los votos en contra. Casi dos años más tarde, promediando su mandato, parece claro que Boric no pasará a la historia como el líder que quiso ser.
Chile puede resultar un espejo que adelante, que dé una imagen invertida o que simplemente distorsione. Ninguna de estas posibilidades borra el dato de que el apoyo de las mayorías es inestable en todos lados, y que no se puede depender de ellas para construir cambios duraderos. Haber tomado nota de esta realidad es el giro político más importante que mostró el discurso de Javier Milei en la apertura de sesiones del Congreso. La vía trunca de Boric no es el espejo donde el presidente argentino quiere mirarse.
La construcción del capital político que llevó a Milei a la Casa Rosada fue original, sorprendente e inédito en la Argentina. Aunque no ha pasado tiempo suficiente como para evaluar su capacidad para transformarla realidad, es difícil abstraerse de la falta de logros en cualquier tema que haya requerido dosis mínimas de negociación, que son los que permiten darle sustentabilidad a cualquier cambio. Más aún, es perceptible que las batallas que fue librando (DNU, Ley Bases, conflicto con Chubut) fueron volviendo más aguda esa debilidad inicial, llegando al punto de haber logrado agrupar, en plena luna de miel presidencial, a 23 de los 24 gobernadores en una declaración en su contra; o de no haber podido frenar un paro general declarado porla CGT; o de no haber podido evitar conflictos internos que derivaron en cambios en su gabinete.
La convocatoria al Pacto de Mayo es un intento de escribirla historia de otra manera.
Como cualquier presidente que asume en condiciones de debilidad, Milei buscó hacerse fuerte a través del conflicto, intentando encolumnar a la sociedad frente a un enemigo que pueda resultar unánime (“la casta”, “la decadencia”, variantes de lo que en su momento fueron “los poderes fácticos” o “el neoliberalismo”). De manera más borgeana: intentó unir a partir del espanto. No es original en ese intento (Néstor Kirchner es el antecedente cercano, pero hay otros), pero sí es el primero que lo hace sin ensayar un proyecto político para la provincia de Buenos Aires, la región con más votos del país y también el epicentro de los peores efectos del ajuste macro que impulsa.
Este mapeo de la batalla política no es abstracto: ya se advierte en los datos de la última medición del índice de confianza en el gobierno conocida esta semana. Ahí se consigna que, por un lado, el nivel de aprobación del presidente sigue siendo alto, en línea con el promedio de los primeros dos meses de sus antecesores; por el otro, que las bajas desde los picos que se registran en la asunción se están dando entre quienes tienen menor nivel de instrucción (segmento de la población que seguramente resultó más afectado por el shock) y geográficamente en el Gran Buenos Aires, zona alejada del derrame de la recuperación del sector agrícola tras la sequía de 2023.
La convocatoria al Pacto de Mayo tiende un puente a gobernadores y su extensión en el Congreso en el momento más necesario. También se parece mucho a la convocatoria al Gran Acuerdo Nacional que realizó Massa en su campaña 2023, con una diferencia sustancial: la agenda del pacto o acuerdo se puso por adelantado sobre la mesa. Eso mejora sustancialmente las posibilidades de que pueda concretarse.
Licuación para la liberación
En un principio no fue evidente, pero hoy no caben dudas: Luis Caputo es el mejor ministro posible para el Milei que asumió en diciembre. Sobre la base de un pragmatismo superlativo, Caputo está guiando a la economía por un corredor estrecho que transcurre entre dos abismos hiperinflacionarios: el de la herencia que dejó la campaña más cara e irresponsable de la historia y el de la promesa de una dolarización sin dólares.
Su kit de herramientas escandaliza y encanta porigualtanto a puristas como a heterodoxos: la suba de impuestos, elrégimen de tipo de cambio cuasi fijo, la licuación inflacionaria, la eliminación de la monetización del déficit y la normalización del comercio exterior son los principales pecados y virtudes para puristas; el canje de deuda privada, la emisión de deuda en dólares por parte del BCRA con salida gradual del cepo, el tipo de cambio real alto, son el escándalo para los heterodoxos. Pero todo esto es secundario para un ministro que sabe que necesita resultados rápidos porque no tiene tiempo y que es parte de un gobierno con capital político acotado.
El objetivo básico de la primera etapa del plan Caputo fue recuperarlos tres pilares del equilibrio macro que permiten bajarla inflación: el primero, bajar rápido el déficit fiscal; luego, reducir drásticamente la emisión de moneda primaria (monetización del déficit) y secundaria (pago de intereses de Leliqs que son reemplazadas por deuda en dólares con plazos más largos y tasas más bajas); el tercero, restablecer el equilibrio externo con devaluación y acumulación de reservas que permita poner en el horizonte el retiro del cepo y la unificación cambiaria.
Todo este plan es provisorio y está armado sobre bases frágiles. Y es difícil pensar que pueda ser de otra manera, dados los límites políticos que enfrenta hoy el Gobierno para darles sostenibilidad en eltiempo. Entre los varios cuestionamientos al carácter provisorio de muchas de las medidas del ministro, tal vez el más inesperado haya sido el del FMI en una reciente entrevista a Gita Gopinath, bien resumidas en este hilo del colega Francisco Mattig. Las diferencias no son marginales. Entre las principales podemos señalar:
–Política fiscal: el ajuste vía licuación es temporario e inequitativo. Es deseable que incluya una eliminación de beneficios como el régimen de Tierra del Fuego.
–Política monetaria: el esquema de tasas de interés reales muy negativas no es sostenible ni deseable para estimular el ahorro.
-La gestión política: los cambios deben lograrse en base a consensos y no por imposición.
-Dolarización: aquella promesa de campaña de Milei no es una panacea que pueda resolver todos los problemas.
La Argentina atraviesa un punto de inflexión cuyo desenlace podremos adivinar pronto. Los precios de mercado de los activos financieros descuentan una expectativa muy alta de chances de éxito para el Gobierno. El tipo de cambio libre (contado con liquidación) está en sus niveles más bajos de los últimos cuatro años cuando se ajusta porinflación; los bonos en dólares están cercanos a sus valores máximos desde que fueron emitidos en septiembre de 2020; la deuda en pesos nunca cotizó con rendimientos más bajos. Todos estos indicadores son el reverso incómodo de condiciones sociales que están en su peor momento. Este conjunto de contrastes nunca convivieron bien por demasiado tiempo.
(*) Economista (UBA). Estratega Jefe de Consultatio Investments. Ex Socio y Director de Quantum Finanzas.