domingo 17, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La ideología radical detrás del “movimiento del decrecimiento”

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Por Craig Orji * (Para el Centro Mackinac de Políticas Públicas) 

El “movimiento del decrecimiento” aboga por un cambio económico y filosófico que se aleje del paradigma de crecimiento del capitalismo, argumentando que el crecimiento continuo es insostenible para el planeta. 

Propone una revisión cultural que cuestione el capitalismo y promueva una economía sin crecimiento para preservar los recursos. 

El decrecimiento malinterpreta la naturaleza del capitalismo y los recursos, pasando por alto el papel de la innovación humana y el intercambio voluntario en la creación de un progreso sostenible.

Se pueden ver problemas cuando se observan los cortes de electricidad, el descenso de la natalidad y los precios desorbitados de los comestibles. Sin embargo, algunos intelectuales y ecologistas ven algo tan maravilloso que han tenido que crear una palabra para designarlo: decrecimiento.

En el libro de 2014 Degrowth: A Vocabulary for a New Era, una colección de pensadores europeos presentó un movimiento ideológico que pretendía derrocar el “paradigma del crecimiento” y dar paso a una “economía de fiesta común para todos los individuos sobrios”. El movimiento se basa en gran medida en terminología arcana como “dematerialización”, “desobediencia económica”, “ciencia post-normal” y el uso de “imaginario” como sustantivo, mientras que el propio “decrecimiento” procede de la acuñación francesa “décroissance”.

A pesar de ello, las ideas son sencillas. Los decrecentistas afirman que el capitalismo “requiere y perpetúa el crecimiento” y que este crecimiento impone una presión insostenible sobre los recursos finitos del planeta. Esta mentalidad debe eliminarse, y puede eliminarse porque, como anuncian gnómicamente los editores, “la escasez es social”.

El decrecimiento no es sólo una crítica a la política social, económica o medioambiental. El movimiento representa un desafío cultural y filosófico al capitalismo y al libre mercado. Para entender su atractivo, debemos examinar las raíces filosóficas más profundas que sustentan su visión radical.

El filósofo marxista André Gorz acuñó el término “decroissance” en 1972, inspirándose en el informe del Club de Roma “Los límites del crecimiento”, que describía los supuestos límites ecológicos del planeta y sugería reducir a cero el crecimiento económico para detener el agotamiento de los recursos.

Gorz, el Club de Roma (que saltó a los titulares en 2016 al pedir una política de hijo único en el mundo desarrollado) y otros afirmaron que la estabilidad ecológica mundial era fundamentalmente incompatible con el capitalismo.

Gorz se preguntaba: “¿Es compatible el equilibrio de la Tierra para el que el no crecimiento –o incluso el decrecimiento– de la producción material es una condición necesaria, con la supervivencia del sistema capitalista?”. Asumía que su percepción del “equilibrio de la Tierra” exigía que se pusiera fin al crecimiento.

Los decrecentistas contemporáneos cometen el mismo error fundamental. En primer lugar, ellos (y otros filósofos verdes) estipulan una definición muy discutible del “equilibrio de la tierra”. En segundo lugar, en su esencia, el capitalismo no tiene un objetivo singular de crecimiento perpetuo. Por el contrario, es un sistema social arraigado en los principios de la libertad individual, donde las personas pueden perseguir sus propios intereses y tomar decisiones basadas en juicios racionales.

El capitalismo no tiene objetivos ni deseos propios; no es un actor consciente sino un marco que facilita el intercambio voluntario de bienes y servicios, la innovación y la creación de valor. El paradigma del crecimiento criticado por los decrecentistas no viene impuesto por un marco de normas. Es el resultado natural de individuos que actúan libre y racionalmente para mejorar sus circunstancias. El beneficio no es el resultado de la coerción o de un impulso insaciable por acumular riqueza, sino un reflejo de la capacidad de uno para proporcionar bienes y servicios que otros valoran.

Los estudiosos del decrecimiento también sostienen que la competencia presiona a las empresas para que crezcan, porque una empresa que decide renunciar a mayores beneficios perdería cuota de mercado y quebraría. Sostienen que el impulso crea un ciclo implacable de acumulación, en el que las empresas deben crecer continuamente o enfrentarse al declive.

Sin embargo, esta crítica no reconoce que la motivación para competir no es una fuerza externa. En su lugar, los empresarios tienen un deseo racional de mejorar su bienestar. La gente compite para innovar, ofrecer mejores servicios o productos y mejorar sus circunstancias materiales. La competencia no es un sistema coercitivo que exija el crecimiento porque sí. Es un mecanismo que recompensa a quienes pueden satisfacer las necesidades de los consumidores de forma más eficaz y eficiente.

El movimiento del decrecimiento también malinterpreta los recursos naturales al hacer las mismas suposiciones ecológicas erróneas de los biólogos neomalthusianos. Creen que el planeta tiene recursos finitos y que el crecimiento debe conducir inevitablemente a un agotamiento insostenible de los recursos.

Los recursos naturales no son cantidades fijas de materia. Se definen por su utilidad para los fines humanos. Aunque un número fijo de átomos produce recursos naturales, hay formas ilimitadas de organizar esos átomos para satisfacer las necesidades humanas. Ésa es la realidad que define un recurso. “El principal combustible para acelerar el progreso del mundo es nuestra reserva de conocimientos”, decía el difunto economista Julian Simon. También dijo que “los frenos son nuestra falta de imaginación”.

Comprender las motivaciones filosóficas del movimiento del decrecimiento ayuda a esbozar las posibles repercusiones de sus planes. Al igual que las actitudes y propuestas políticas de los Ecologistas Profundos y otros movimientos verdes progresistas, el decrecimiento socavaría fundamentalmente la estructura y las filosofías que establecieron la sociedad occidental. Al malinterpretar el papel de la humanidad en el entorno natural y la naturaleza esencial de los sistemas de libre mercado, los decrecentistas también recomiendan soluciones políticas que harían mucho más daño que el problema que pretenden resolver.

(*) Becario en estudios de política energética y medioambiental del Centro Mackinac de Políticas Públicas y del Instituto Cato.

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