La mayor parte de la misma es producto de los últimos meses, con la corrida de junio y por el Dólar Soja. Muchos discuten si es o no una bomba, pero su tamaño ya es inquietante.
Muchos han oído hablar del problema de las Lebac cuando escucharon promesas de campaña de que servirían para mejorar las jubilaciones y pensiones. Pasaron unos años y el problema de las Lebac se transformó en el de las Leliq, aunque el problema es el mismo: el stock de los pasivos remunerados del Banco Central (BCRA).
Mientras algunos analistas consideran que no se trata de ninguna bomba a punto de estallar y otros aseguran que es un problema del próximo gobierno, muchos sostienen que es un artefacto explosivo que puede implosionar en cualquier momento. Sin importar en qué grupo se encuentran, lo que nadie puede soslayar es la dimensión que ha alcanzado este stock, que hoy ya roza los $9 billones, dos veces la base monetaria total.
Es que, al fin y al cabo, se trata ni más ni menos que una masa de dinero emitido que fue “barrida debajo de la alfombra”. El mecanismo es sencillo: se trata de emitir por alguna circunstancia o motivo (racional, necesario, o no), y luego esterilizarlo vía la colocación de Leliq, Pases y otras Letras en el sistema financiero. El problema es que esta deuda del BCRA remunera una tasa de interés.
Es cierto que hay ahora una gran diferencia respecto de lo ocurrido en la administración de Cambiemos, porque en esos años esta deuda estaba en manos de todo tipo de inversores y ahorristas. Ahora, en cambio, toda la deuda remunerada del BCRA está en manos principalmente de los bancos.
Para tener una idea de su evolución reciente, desde que asumió Alberto Fernández esta deuda creció en más de $7,8 billones. O sea que el 88% del stock actual de deuda corresponde a la actual administración. Ya que 2020 y 2021 explican un aumento de casi $3,7 billones, parece que no todo es atribuible a la pandemia. Más de $4,1 billones corresponden a la pospandemia, es decir, al acumulado de lo que va del 2022.
El problema (amén de su tamaño, al que algunos minimizan tomándolo en términos del PBI, de la Base Monetaria o incluso en términos reales, para señalar que todavía no alcanzó niveles explosivos), es que es una especie de “organismo vivo” que se retroalimenta. Porque los intereses que devenga esta deuda son capitalizados casi por completo incrementando así la deuda en sí misma.
De toda esta evolución, vale señalar que en los últimos dos meses hubo un fuertísimo aumento de esta deuda, que creció en $1,8 billones. En otras palabras, el 43% de lo generado en la pospandemia corresponde al bimestre setiembre-octubre, o sea al Dólar soja y pos dólar soja.
A esta altura, queda claro que el mayor problema es la tasa de interés que devengan. Hoy esta tasa es del 75% anual (una tasa efectiva de más del 107% anual) de modo que el costo de los intereses de la deuda remunerada del BCRA rondaría los $550.000 millones por mes, por lo que el costo de estos intereses equivaldría entonces a más de $6,6 billones anuales, lo que representaría el triple del déficit fiscal primario del Gobierno.
Mientras el BCRA pueda seguir esterilizando, los nubarrones se despejan. Pero, si eso no sucede, reaparecen los fantasmas de tradicionales manotazos de ahogados de medidas de índole compulsivas ya vistas en varias crisis anteriores en las últimas cinco décadas.
El desafío para la gestión del ministro Massa es mayúsculo, ya que implica armar un delicado equilibrio entre emisión, inflación y déficit, tratando de evitar que las presiones empujen a licuar ese pasivo a través de una devaluación brusca del tipo de cambio.