Los números de pobreza fueron un duro golpe para el Frente de Todos, que tiene un ojo en las elecciones y otro en la economía. La negociación con el Fondo, los pedidos de peste y la posible implementación de un nuevo dólar soja, las claves de la semana que pasó.
La última semana fue bastante movida. Hubo noticias económicas y políticas que sacudieron la extraña calma en la que vivimos, una calma que siempre está inserta en la vorágine de la renovación constante de temas.
La primera noticia que trastocó el ritmo habitual fue el anuncio de Mauricio Macri de que no va a participar en las elecciones nacionales como candidato a presidente. La movida -atípica en el universo de los liderazgos políticos vernáculos- despejó la interna de la principal coalición opositora y sembró ruidos en las filas de un gobierno en el que el barullo les hace cada vez más difícil escucharse.
Esto es así porque -con Macri saliendo de la escena- el Frente de Todos pierde hoy al principal elemento aglutinante. Si el expresidente no es el candidato, prácticamente se diluye la posibilidad de que Cristina Fernández de Kirchner sea candidata presidencial por el oficialismo. Eso la relega de su lugar de importancia, donde es dueña de un buen caudal de votos pero perdería con prácticamente cualquier candidato que no fuera Macri en un mano a mano en una segunda vuelta electoral, parecido a lo de Menem en 2003.
El principal problema para el Frente de Todos, entonces, es que las dos figuras que siguen en intención de voto son Alberto Fernández y Sergio Massa, a quienes las encuestas sitúan en un alrededor de 14% de intención de votos en unas PASO. El oficialismo tiene en ellos a sus mejores jugadores, con el problema de que parecen representar distintas líneas dentro del proyecto a futuro para el espacio panperonista.
Fernández y Massa
En la semana ambos coincidieron en Estados Unidos, pero no lo hicieron en alguna reunión. Según algunos conocedores de las agendas del Poder Ejecutivo, Massa se habría sorprendido de que el Presidente haya decidido coordinar una visita a EEUU en medio de la gira de mendicidad que resolvió encarar para ordenar unos números cada vez más complicados.
Así, el Presidente argentino se reunió con su par estadounidense, Joe Biden, para una breve entrevista en la que -según Fernández- se habló de cómo cada uno había recibido una economía destruida. Aunque luego las desgrabaciones lo refutaron, Fernández sigue en su proyecto de construirse un mundo a medida, en el que gobierna un país de fantasía y donde la realidad parece un dato menor.
Massa, por su parte, tuvo un encuentro con personal del Fondo Monetario Internacional a los que trató de venderles la situación de la terrible sequía que azota al país y que expone la verdadera matriz productiva de estas tierras. Allí volvió a su rol de vendedor nato para tratar de conseguir otro apoyo más en su misión de darle aire a un gobierno que se ahoga.
Fondo Monetario Internacional
Finalmente Massa consiguió lo que buscaba y el viernes el FMI decidió autorizar otro desembolso para ayudar al país, una forma curiosa de referirse a una nueva toma de deuda por parte del Gobierno nacional, que con esta nueva entrega de US$5.400 millones llega a un acumulado de US$28.900.
Más allá de que la referencia sea siempre el gran préstamo que le hizo la entidad a la gestión anterior (de alrededor del doble de lo que lleva acumulada esta gestión) la situación desnuda la fragilidad de las finanzas del país y cómo ambos actores están sumidos en el mismo problema. Tanto el país -deudor crónico internacional- como la entidad -que decidió que era una buena idea prestarle esa cantidad de dinero a un país que no suele honrar sus deudas- están necesitados políticamente de que la situación no explote.
Un viejo politólogo argentino, Carlos Escudé, defendía al menemismo en los años 90 con una frase que me quedó grabada a fuego: “El Fondo no nos pide nada; nosotros le pedimos al Fondo”. Así, el sábado conocimos algunas de las condiciones con las que la entidad decidió hacer el desembolso para cubrir ese nuevo pedido que hace el gobierno.
Todo se resumió a tres grandes puntos. El primero de ellos, subir la cotización del dólar. Con el atraso cambiario actual el gobierno encarece los productos locales y favorece las importaciones -que están frenadas con la maraña burocrática y no exenta de denuncias por corrupción del SIRA-.
El esfuerzo de la gestión Massa está concentrado en evitar que el billete verde se cotice más allá de $400, aunque esta semana hubo una pequeña corrección en la velocidad de la devaluación que no dejará que eso dure mucho tiempo.
En segundo lugar se habló de la nueva moratoria jubilatoria. Éste es un tema importante que refleja la interna en el Gobierno. Mientras Massa trata de hacer cerrar los números, el núcleo de albertismo que sobrevive en la coalición de gobierno impulsa que más personas sin aportes se sumen a un sistema en el que 70% de los beneficiarios no hizo aportes a lo largo de su vida.
Finalmente, en tercer lugar, volvió a referirse a las tarifas, el gran problema de gasto público que tiene el país. Los subsidios que parten del Gobierno nacional hacia las empresas de servicios públicos representan buena parte del déficit que Massa se ha comprometido a reducir para seguir recibiendo los desembolsos.
Este tema es de lo más delicado, por cuanto un ajuste de tarifas -que ya viene sucediendo, pero no al ritmo que se necesita- pegaría de lleno en la inflación, al igual que una corrección del valor del dólar. En un momento en el que la suba generalizada de precios se ubica por encima de la última marca de 102,5%, pensar en ajustar bruscamente las tarifas sería la última estocada a la popularidad del Gobierno, pero también un poco de combustible para el problema de la pobreza.
Pobreza
Sobre el cierre de la semana también se conocieron los datos de pobreza, indigencia y desocupación para el segundo semestre del 2022. Como ya anticipaban algunos economistas, el número no fue bueno, dejando en claro que la situación se empieza a hacer cada vez más difícil para millones de argentinos.
La cifra oficial comunicada por el Indec fue de 39,2% de pobreza en el país (con 8,1% de indigencia), pese a la baja del índice de desocupación a un 6,3%. Esto se agrava si se revisa la situación de algunos aglomerados urbanos. En Santiado del Estero, por ejemplo, hay solamente 1,6% de desocupación, pero 46,5% de pobreza. En Posadas, 3,1% y 36,7%, en Rawson 3,6% y 40,9%, en Resistencia 4,1% y 54%. Todas estas son situaciones casi de pleno empleo en las cuales la mitad de la gente no sale de pobre.
Estos números reflejan uno de los mayores problemas del país, los bajos sueldos. Si trabajar no saca de la pobreza, ¿cuál es el incentivo para dedicar las 44 horas semanales a una actividad productiva? El hecho de que cuatro de cada diez argentinos sea pobre cuando solamente medio no tiene trabajo habla con crudeza de la situación.
Para ponerlo en términos más claros. Si 25 amigos decidieran juntarse a jugar un partido de fútbol 11 contra 11 (dejemos a los tres restantes haciendo el asado) 10 jugadores serán pobres, de los cuales dos no llegan a comprar la canasta básica alimentaria. Es decir que casi la totalidad de uno de los dos equipos de amigos estaría en situación de pobreza, algo que a ningún jugador de fútbol social de entresemana le parecería bien.
Esto ocurre incluso a pesar de las fuertes ayudas del Estado. Así, 54,2% de los niños de cero a 14 años es pobre, pese a que existen 8,8 millones de beneficiarios de AUH que en muchos casos también recibe tarjeta Alimentar; 45% de los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años también es pobre, pese a que también hay AUH, becas progresar, tarjeta Alimentar o plan Potenciar Trabajo. Pese a los millones volcados en seguridad social, la gente sigue siendo pobre. ¿Se sale con más planes? No, se sale con una recuperación económica que se puede dar con más trabajo privado registrado, para el que se necesitan ciertas reformas.
Dólar Soja 3
Las reformas no vienen de la mano de salvatajes temporales ni devaluaciones en cuotas como los tipos de cambio diferenciados. Con esos mecanismos los incentivos para los productores son claros: se retiene la producción hasta que me dan lo que me beneficia, el cálculo más racional y lógico que se puede hacer.
Estas medidas como el dólar soja o el dólar agro satisfacen la necesidad de divisas que afecta al gobierno (con el Banco Central marcando récord de ventas), pero representarán un verdadero dolor de cabeza para los precios. Si las economías regionales son beneficiadas con un tipo de cambio más alto, ¿qué hace suponer al gobierno que eso no se trasladará al mostrador?¿tanto confía en Precios Justos?.
Si se beneficia al maní, a la leche, a las frutas, al azúcar a los vinos o a cualquier otro sector, el traslado a precios resulta casi inevitable. Así, como mecanismo de supervivencia ante la inflación, sólo queda hacer acopio de esos productos antes de que esa devaluación sectorial propuesta por Massa pegue de lleno en los precios. Ya se vio con las ediciones anteriores del dólar soja, que empujaron hacia arriba el precio de los alimentos de engorde para animales, lo que terminó repercutiendo en las góndolas un poco más tarde, sin resolver los problemas de fondo.