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¿Admite la estafa una víctima con miedo?

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Es posible o probable que ante las maniobras que son propias de la estafa, la elegida como víctima pueda asumir distintas actitudes.
La primera es que advierta las intenciones del estafador, y entonces, por conocer el verdadero estado de las cosas, la consumación del delito se frustre. En este caso, el autor habrá comenzado a ejecutar el hecho, pero por aquella circunstancia, no lo habrá podido consumar. Diremos que en este caso se eligió mal y que las cosas salieron mal, porque de cazador se convirtió en un cazador cazado.
Puede ser que la elegida como víctima ahora sospechara de un posible despojo en su contra y que, ante la duda, terminara igualmente por deshacerse de los tentadores ofrecimientos y propuestas ventajosas que el malviviente aseguraba. También en esta oportunidad el delito no habrá pasado más allá de un intento, y un estafador bisoño habrá quedado frustrado; ello, por su incapacidad para ganarse la confianza de quien ante sus dudas se abstuvo.
Finalmente, puede ser que los ardides, los embustes, las mentiras y los artificios dieran sus frutos y el estafador lograra firmemente instalar en el intelecto de la víctima el error que esperaba instalar. En una palabra, le habrá hecho creer como real y verdadero lo que era falso y, en su virtud, habrá recibido la disposición patrimonial que le beneficiaba y que a la víctima le perjudicaba. Claro es que ésta, por su error, habrá ignorado del despojo y advertirá, ya en tiempo inoportuno, que en su perjuicio se había cometido una estafa. Hasta será posible, si se quiere, un cierto fastidio porque la engañaron. De ahí es que muchas veces quienes fueron estafados prefiriesen guardar un prudente silencio para ocultar, aunque fuera en parte, sus ingenuidades. No es grato ser engañado, y menos defraudado.
Podría decirse, hasta el momento y salvo aquel probable y quizás transitorio fastidio, que los afectos no se vieron ni modificados, ni alterados, ni experimentaron cambio alguno. Es que estafador experimentado sabe elegir con cuidado, y sabe que los medios a emplear, son únicamente aquellos que inducen a error. Sabe que mientras se trate sólo de eso, permanecerá dentro de los límites de la estafa. Sabe que no debe salirse de ellos y sabe que no debe ingresar a otros, porque lo pueden conducir a terrenos más peligrosos. En una palabra, tiene conocimiento de que los ardides y las mentiras no deben tener influencia en los segmentos afectivos del alma.
En algunas resoluciones judiciales y en opiniones de doctrina se ha dicho que si por medio de la mentira se hace creer a la víctima que una persona unida por estrechos vínculos de parentesco ha sido secuestrada, y que para su regreso a la libertad es necesario pagar una suma de dinero, este hecho cae dentro de los límites de la estafa, y entonces sólo esta infracción será aplicable al caso. Ello, en virtud de que en el destinatario nació un error por habérsele hecho saber un falso estado de las cosas, y que así, por ello, ignoró que la persona cuyo anuncio de secuestro y rescate se trasmitía no se hallaba ni se halló en momento alguno privada de su libertad.
Nos da la impresión de que el autor abandonó con ello los límites de la estafa e ingresó a terrenos más peligrosos. Ingresó al terreno que es propio de la extorsión.
Es cierto, sí, que el destinatario resultó engañado ya que creyó conocer un estado de las cosas cuando, en realidad, otro era tal estado. Mas aquel error fue el medio para crear en los afectos un estado espiritual absolutamente incompatible con la estafa. Mientras en la estafa el ardid es el medio para engañar y motivar a la disposición patrimonial, cuando se hace conocer un estado de cosas que no es el verdadero con el fin de alterar, modificar o turbar los estados afectivos y provocar que la víctima se determine a la disposición patrimonial por miedo, entonces será muy difícil insistir en la estafa. ¿Qué se propone la víctima en la extorsión? Si lo que se halla en juego es la libertad o la vida del secuestrado, es fácil imaginar que con el pago del rescate quiere evitar que los males anunciados ocurran o que tengan lugar. Es una necesidad salvar la vida o evitar que el cautiverio permanezca.
Y es fácil imaginar que nada de todo esto ocurre en la estafa■

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